martes, febrero 12, 2019

Periodismo político


Una de las cosas más llamativas, y tristemente menos novedosas, de la manifestación del pasado domingo en Colón fue que el comunicado final (ramplón, lleno de inexactitudes) fue leído por tres periodistas muy afines a la convocatoria. ¿Qué es lo criticable? ¿A caso los periodistas no tienen derecho a tener ideología? Claro que pueden tenerla, y apuesto a que muy pocos, si los hay, carecerán de ella, pero no pueden dejarse nublar por su ideario para realizar su profesión, lo que sería algo más grave que una dejación de su trabajo. Cuando uno lea una crónica del tema que sea de alguno de esos tres periodistas ya sabe, antes de empezarla, cuál va ser la conclusión de la misma, y eso pervierte el artículo y el trabajo, que ya no es periodismo.

Lo malo es que lo del domingo no es sino el último ejemplo de una tendencia cada vez más exacerbada en nuestros medios de comunicación, que es vender como periodismo lo que no es más que propagandismo. Este mismo domingo leer la prensa era deprimente. El País, ABC, El Mundo o La Razón estaban convertidos en panfletos militantes que arengaban a las masas a acudir a la concentración de Colón so pena de no ser españoles si no se actuaba así o que calificaban como mínimo de sectarios y gilipollas a los que allí se iban a reunir. En los periódicos existe una sección llamada Opinión en la que se explaya la línea editorial del medio. Todos la tienen, sector y línea, y es lógico que así sea. El problema es cuando esa sección se extiende más allá de sus límites y la opinión inunda todos los demás aspectos del medio, convirtiéndolo en poco más que un tebeo. Observamos como normal que la prensa deportiva esté totalmente sesgada hacia uno u otro equipo, mediatizando de esta manera todo lo que suceda, usando las gafas de los colores del club de los amores como guía para juzgarlo todo. Esa aberración nos parece normal, y poco a poco esa misma aberración está llegando a la prensa seria, la no deportiva, y a todos los medios de comunicación, cuyos sesgos, simplezas y militancias empiezan a ser, en su mayor parte, insoportables. Y lo peor es que todos se venden como adalides de la objetividad y el periodismo cuando no hacen sino traicionar en cada momento el código deontológico de la profesión que dicen practicar. La radio es uno de los medios que más pluralidad posee, donde aún existen oasis de concordia, lucidez y pensamiento crítico, pero cada vez son menos. Ahora mismo, 08:02 de la mañana, la mayor parte de los popes de las ondas emiten sus editoriales, y ya sabemos que unos tienen como argumentario “hoy hay que defender al gobierno como sea” y el de otros es “hoy hay que criticar al gobierno como sea” y los forofos lo escuchan ansiosos de obtener su dosis diaria de placebo o inquina, según lo que se prefiera. Me parece tan asombroso como falso. Se llega a extremos de impudicia que cortan la respiración, como profesionales afines al PP (pongamos Carlos Herrera) que obtienen un programa en la tele pública cuando gobiernan los suyos mientras critican la mera existencia de un ente del que no les importa cobrar, o profesionales afines al PSOE (pongamos Miguel Ángel Oliver) que pasan de presentar un informativo un día para el siguiente ser nombrado secretario de estado de comunicación del gobierno de Sánchez. ¿Dónde está la objetividad de ambos profesionales? Cuando dejan esos cargos o puestos, ¿cómo pueden hace creer a los que no son “de los suyos” que su trabajo periodístico es ecuánime y riguroso? A escala, me recuerda a esos jueces que saltan de los banquillos a la política y luego vuelven a juzgar, como si no hubiera pasado nada, y todos los observamos con la admiración que se asocia al equilibrista pero casi nadie los denuncia por su condición de mercenario. Están invalidados para juzgar, pero les da igual y lo hacen. Así, muchos medios pervierten su función y se invalidan como tribunas de debate y foros de pensamiento.

Quizás parte de este sesgo infantiloide que vivimos provenga del infantilismo general de nuestra sociedad, del efecto que las redes de internet han generado en la divulgación de las noticias, del deseo de cazar clicks a cualquier medio y, desde luego, de la debacle financiera de las empresas periodísticas, que no pueden renunciar a cualquier euro, venga de donde venga, en medio del derrumbe de las ventas de las cabeceras y la despiadada lucha por una tarta publicitaria que cada vez tiene más competidores. Como diría Jose María Calleja, los medios están convirtiéndose en nichos que hacen felices “a los muy cafeteros”, a los suyos, pero que no son lo que dicen ser ni hacen la función que, tan necesaria, debieran ejercer. La crisis del periodismo es mucho más profunda que el enorme problema económico y tecnológico que acucia al sector.

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