Ya
lo siento, pero desde hace un tiempo, y hasta finales de mayo, todo lo que
veamos u oigamos que provenga de políticos será sólo campaña electoral,
propaganda pura y dura, maniqueo discurso en el que se tratará de movilizar a
los propios y atacar con saña al resto. No esperen verdades, sinceridades,
abiertos mensajes de sincera concordia ni nada por el estilo. Para un político
una campaña electoral es el terreno perfecto para la marrullería, el vicio, la
lucha sin cuartel, en el que no importa lo que se diga sino el efecto en votos
que eso produzca. Normalmente los medios de quien ocupa el poder son superiores
y sus campañas suelen ser más intensas, y ayer vimos un buen ejemplo de esto último.
La
entrevista que concedió Sánchez en TVE debe verse, por tanto, como la
puesta en escena ante los grandes medios de la campaña del PSOE, de la reelección
de Sánchez para un nuevo mandato, esta vez con respaldo de las urnas. Pocas
novedades dejó en la entrevista el candidato que no se supieran, salvo la
admisión, por si quedaban dudas, de que no se cierra a pactar con los
independentistas de cara al escenario posterior al 28 de abril. Tratando de
defender en todo momento lo que ha hecho en sus ocho meses de presidencia, y
denunciando lo que no le han dejado hacer, la táctica del PSOE tiene dos
pilares muy claros. Uno es el de presentar a ese partido como ejemplo de
centralidad, como un Jesús redimido que se encuentra entre dos ladrones, el
independentismo y la derecha, en un símil forzado y ajeno a la realidad, porque
cierto es que hay dos extremos, que son los independentistas y los exaltados,
de derechas e izquierdas, pero el juego de Sánchez pasa por considerar escorado
hacia el infinito a todo aquel que no comparta sus ideas. El otro eje de la
campaña es el miedo a las derechas, a esta trifálica a la que se refirió la Ministra
de Justicia Dolores Delgado, en una expresión de la que un buen freudiano sería
capaz de sacar oro. Ese miedo obliga al votante de izquierdas a movilizarse y,
sobre todo, a ejercer un voto útil al PSOE y dejarse de experimentos podemitas.
Ansía Sánchez con fagocitar la mayor parte del voto que ahora tiene una
etiqueta morada, mucho del cual provino del desencantados socialistas, y teme Sánchez
que pueda darse la paradoja de que Podemos se derrumbe no tanto en votos pero sí
en escaños, haciendo que la suma combinada de ambos crezca, pero no lo
suficiente, por lo que un mejor resultado del PSOE que el actual de 84
diputados, algo que vaticinan todas las encuestas, puede no servir de mucho.
Estas dos grandes ideas dieron vueltas y vueltas en el discurso entrevista de
anoche, en el que Sánchez demostró nuevamente lo que se gusta a sí mismo como
presidente del gobierno, lo que se cree en ese papel y lo cómodo que estaría si
este fuera un sistema presidencialista, que no lo es. Escurrió balones fuera
ante problemas que le fueron planteados a lo largo de la sesión y, aunque se
fue poniendo más nervioso a medida que avanzaba el tiempo y cometió algunos
errores de frases y vocablos, transmitió una imagen templada y con ganas de
salir a por la victoria, cosa que todo candidato debe hace cuando se presenta a
unos comicios. ¿Logró transmitir sus mensajes y alentar a los suyos? Pudiera
ser, porque el rechazo que suscita la figura de Sánchez entre los opositores es
tal que resulta ingenuo pensar en el posible trasvase o captación de voto no de
izquierdas. En algunos momentos me fijaba en su mirada, que parecía querer
decir cosas distintas a las que expresaban sus palabras. En estos meses hemos
visto un Sánchez que a todo el mundo le ha dicho lo que quería oír y luego ha
hecho lo que le ha dado la gana. ¿Cuál veremos en campaña? ¿el “solamente Pedro”
de antes de llegar a la Moncloa o el presidente transformado?. No lo se. Quién
lo sabe.
Un apunte para Carlos Franganillo,
el entrevistador. Creo que ayer fue, si no me equivoco, su primera gran
entrevista, e hizo un buen papel. Entre el adulador que deja a su jefe dictar
el discurso (era un entrevista en TVE al que manda allí) y el interruptor faltón
formato Ana Pastor, Franganillo optó por un estilo serio, riguroso, suave, pero
con repreguntas, sacando temas espinosos como el de la purga a los socialistas
enfadados por el tema del lamentable relator, y actuó como un periodista
honesto y con interés en sacar algo de verdad de un acto que estaba diseñado
para otra cosa. Su trabajo fue muy correcto y es una muestra más de la sólida trayectoria
de un profesional que, en su etapa de corresponsal y como presentador de
telediarios, muestra un buen hacer y un intento de objetividad que le honra.
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