Se
me antoja que existe un paralelismo entre el dilema catalán en España y el
brexit en Reino Unido. Más allá de la complejidad e importancia de ambos
problemas, suponen un sumidero de energías, esfuerzo y capacidad, que lo
absorbe todo y deja extenuadas a ambas naciones. Los daños que ambos procesos
van a provocar a nuestra y su sociedad pueden ser profundos y duraderos, ya lo
son en gran medida, y se pueden acabar convirtiendo en problemas crónicos con
los que habrá que acostumbrarse a vivir, llegando a olvidar en parte aquellos
tiempos en los que ese dolor, tan instalado, no existía, o no mostraba toda su
fiereza. ¿Nos convertiremos en naciones permanentemente heridas? No lo descarten.
En
el caos del Brexit poco se ve en claro con el paso de los días, y la cercanía cada
vez mayor del límite del 29 de marzo, fecha en la que se ejecutará la salida,
haya acuerdo o no, si nos e solicita una prórroga por parte de Reino Unido. La
frase anterior define las alternativas que tenemos, tanto si pedir una prórroga
o no o llegar al final con acuerdo o sin él. Los
movimientos de May y del ala de diputados que la respalda parecen converger
estos días a la solución de prórroga dado que no hay acuerdo, para evitar
una salida sin acuerdo. May parece estar jugando al juego de la gallina para
confrontar a los diputados, los suyos, los suyos no suyos, y los que no son
suyos, ante un escenario de ruptura brusca y que se genere una mayoría
parlamentaria que vote para pedir el aplazamiento. La división en el parlamento
británico es total se mire por donde se mire, pero sí parece existir un mínimo
de consenso sobre el rechazo a un Brexit duro sin acuerdo, postura defendida
por los ultramontanos del Brexit que viven entre los conservadores, que no se
muy bien que pretenden “conservar” con su actitud. Ganar tiempo con, pongamos,
un aplazamiento de tres meses, hasta junio, ¿serviría de algo? Es una buena
pregunta ante la que no tengo respuestas. En teoría no parece sencillo arreglar
en tres meses de prórroga lo que no se ha podido remediar en meses de
discusiones, y el gran problema que subyace a la salida, la situación de
Irlanda del norte, sigue empantanado. De hecho el acuerdo ratificado entre May
y Juncker y que fue rechazado por el parlamento británico resuelve ese dilema
con una moratoria, es decir, un tiempo extenso para acordar realmente cómo
gestionar esa frontera y las implicaciones políticas y económicas que se pueden
producir a ambos lados. Es decir, un “ya lo veremos” para desatascar el asunto.
Una de las novedades que se va a producir en este periodo de meses que van de
marzo a junio son las elecciones europeas de mayo, en las que, de momento, Reino
Unido ya no vota, y la creación de una nueva comisión europea, en la que
Juncker y su equipo ya no estarán presentes. ¿Favorece o perjudica eso a alguna
de las partes negociadoras? No lo se, pero es probable que tenga efectos. Otra
cuestión interesante, si se produce ese aplazamiento, es la posición de la
propia May. Los conservadores duros, los que con su actitud parecen buscar no conservar
nada, ya empiezan a acusarla directamente de traición por buscar el aplazamiento.
Argumentan que es un subterfugio para no ejecutar el mandato del referéndum y
que, en el fondo, May busca no salir, con lo que viola el voto popular y se une
a las huestes de los que piden un segundo referéndum. No está May a favor de
esta segunda consulta, al menos a día y hora de hoy, pero sí está claro que la primera
ministra sabe el desastre que supondría para Reino Unido una salida a las
bravas sin acuerdo alguno, y no lo quiere. El peso de esa facción dura dentro
de los conservadores se mantiene estable en el tiempo, peo su furibundia va a más
y, con su poder mediático, monopolizan gran parte del debate social en el país,
lo que les da una enorme influencia. Su actitud es muy lesiva, sobre todo, para
los intereses del país que dicen defender, pero eso es algo cada vez más
habitual entre los grupos extremistas que, envueltos en banderas, no hacen otra
cosa que mancillarlas.
Y
en frente a May se encuentra un partido laborista sumido en un caos muy simétrico
al de los conservadores. No está claro que Corbyn sea el líder más incompetente
y sectario de los que han pasado por ese partido, pero apunta maneras para
hacerse con el nombramiento. Varios son ya los diputados de su partido que se
han pasado al mixto, acusando a Corbyn y su equipo de autoritario, desnortado,
antisemita y otras lindezas por el estilo, que tienen respaldo en
manifestaciones y actitudes de un dirigente de partido mucho más preocupado por
su propia supervivencia que por cualquier otra cosa. Imagino a la Reina den
Buckingham agotando todas las provisiones de Beefeater en cada desayuno sin
saber dónde se ha escondido la flema y raciocinio británico. Desde luego
brillan por su ausencia.
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