miércoles, febrero 27, 2019

Brexit, capítulo 9.328


Se me antoja que existe un paralelismo entre el dilema catalán en España y el brexit en Reino Unido. Más allá de la complejidad e importancia de ambos problemas, suponen un sumidero de energías, esfuerzo y capacidad, que lo absorbe todo y deja extenuadas a ambas naciones. Los daños que ambos procesos van a provocar a nuestra y su sociedad pueden ser profundos y duraderos, ya lo son en gran medida, y se pueden acabar convirtiendo en problemas crónicos con los que habrá que acostumbrarse a vivir, llegando a olvidar en parte aquellos tiempos en los que ese dolor, tan instalado, no existía, o no mostraba toda su fiereza. ¿Nos convertiremos en naciones permanentemente heridas? No lo descarten.

En el caos del Brexit poco se ve en claro con el paso de los días, y la cercanía cada vez mayor del límite del 29 de marzo, fecha en la que se ejecutará la salida, haya acuerdo o no, si nos e solicita una prórroga por parte de Reino Unido. La frase anterior define las alternativas que tenemos, tanto si pedir una prórroga o no o llegar al final con acuerdo o sin él. Los movimientos de May y del ala de diputados que la respalda parecen converger estos días a la solución de prórroga dado que no hay acuerdo, para evitar una salida sin acuerdo. May parece estar jugando al juego de la gallina para confrontar a los diputados, los suyos, los suyos no suyos, y los que no son suyos, ante un escenario de ruptura brusca y que se genere una mayoría parlamentaria que vote para pedir el aplazamiento. La división en el parlamento británico es total se mire por donde se mire, pero sí parece existir un mínimo de consenso sobre el rechazo a un Brexit duro sin acuerdo, postura defendida por los ultramontanos del Brexit que viven entre los conservadores, que no se muy bien que pretenden “conservar” con su actitud. Ganar tiempo con, pongamos, un aplazamiento de tres meses, hasta junio, ¿serviría de algo? Es una buena pregunta ante la que no tengo respuestas. En teoría no parece sencillo arreglar en tres meses de prórroga lo que no se ha podido remediar en meses de discusiones, y el gran problema que subyace a la salida, la situación de Irlanda del norte, sigue empantanado. De hecho el acuerdo ratificado entre May y Juncker y que fue rechazado por el parlamento británico resuelve ese dilema con una moratoria, es decir, un tiempo extenso para acordar realmente cómo gestionar esa frontera y las implicaciones políticas y económicas que se pueden producir a ambos lados. Es decir, un “ya lo veremos” para desatascar el asunto. Una de las novedades que se va a producir en este periodo de meses que van de marzo a junio son las elecciones europeas de mayo, en las que, de momento, Reino Unido ya no vota, y la creación de una nueva comisión europea, en la que Juncker y su equipo ya no estarán presentes. ¿Favorece o perjudica eso a alguna de las partes negociadoras? No lo se, pero es probable que tenga efectos. Otra cuestión interesante, si se produce ese aplazamiento, es la posición de la propia May. Los conservadores duros, los que con su actitud parecen buscar no conservar nada, ya empiezan a acusarla directamente de traición por buscar el aplazamiento. Argumentan que es un subterfugio para no ejecutar el mandato del referéndum y que, en el fondo, May busca no salir, con lo que viola el voto popular y se une a las huestes de los que piden un segundo referéndum. No está May a favor de esta segunda consulta, al menos a día y hora de hoy, pero sí está claro que la primera ministra sabe el desastre que supondría para Reino Unido una salida a las bravas sin acuerdo alguno, y no lo quiere. El peso de esa facción dura dentro de los conservadores se mantiene estable en el tiempo, peo su furibundia va a más y, con su poder mediático, monopolizan gran parte del debate social en el país, lo que les da una enorme influencia. Su actitud es muy lesiva, sobre todo, para los intereses del país que dicen defender, pero eso es algo cada vez más habitual entre los grupos extremistas que, envueltos en banderas, no hacen otra cosa que mancillarlas.

Y en frente a May se encuentra un partido laborista sumido en un caos muy simétrico al de los conservadores. No está claro que Corbyn sea el líder más incompetente y sectario de los que han pasado por ese partido, pero apunta maneras para hacerse con el nombramiento. Varios son ya los diputados de su partido que se han pasado al mixto, acusando a Corbyn y su equipo de autoritario, desnortado, antisemita y otras lindezas por el estilo, que tienen respaldo en manifestaciones y actitudes de un dirigente de partido mucho más preocupado por su propia supervivencia que por cualquier otra cosa. Imagino a la Reina den Buckingham agotando todas las provisiones de Beefeater en cada desayuno sin saber dónde se ha escondido la flema y raciocinio británico. Desde luego brillan por su ausencia.

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