lunes, febrero 25, 2019

Green Book gana en la noche de Roma


Venía con malos augurios la gala de los Oscar de este año. Decisiones erróneas de la academia, como la de entregar algunos premios en los intermedios publicitarios, que finalmente se rectificaron, han sido el colofón a una ceremonia sin presentador ni grandes títulos, en lo que hace a promoción y taquillaje. Las películas de este año se pueden considerar menores, si nos fijamos en sus presupuestos y taquillas. El año pasado tocó fondo la audiencia de este espectáculo, y aún es pronto para saber cómo se ha comportado el público televisivo esta noche, pero Hollywood necesita que el espectáculo remonte. Vive de ello. ¿Lo conseguirá? Está por ver.

Ya empiezo mal mi comentario de los Oscar si les digo que no he visto Green Book, la que al final se ha llevado el premio a la mejor cinta del año. Vi su tráiler hace unas semanas y me llamó a medias, pero me dio la sensación de que el avance de la cinta ya contaba casi todo lo que pasaba en ella, por lo que la consideré prescindible. A nueve euros la entrada en la sala hay que ponerse exquisito, no queda otra. La película, que cuenta una historia en el marco del racismo de la américa sureña de los años sesenta, ha sido calificada por algunos como una versión de “Paseando a Miss Daisy” con Viggo Mortensen como chófer, y pese a que ha recibido algunos galardones a lo largo del año, no estaba entre las favoritas de las quinielas, que se decantaban claramente por dos cintas; La favorita, que no he visto, y Roma, que sí. La primera, con un reparto protagonista casi exclusivamente femenino, se ha llevado el premio a la mejor actriz por el papel encarnado por Olivia Colman, de la que poco puedo contarles. Roma ha sido, casi, la ganadora de la noche. Se ha llevado tres estatuillas de primera división. Mejor película extranjera (muy salomónica la academia en el reparto de la mejor película propia y ajena) mejor fotografía y mejor dirección, lo que ha permitido que Alfonso Cuarón vuelva a subir al escenario de los Oscar a recoger un premio que ya alcanzó en 2013 con Gravity. Sí he visto Roma, la película de mayor polémica en esta edición, y se la recomiendo encarecidamente, pero no corran al cine a verla porque probablemente sea una carrera infructuosa. El Oscar de Cuarón es el primero que recibe un producto creado por una plataforma de distribución online, en este caso la omnipresente Netflix, lo que sin duda marca un antes y un después en la industria del cine, y fíjense que digo industria y no arte, porque para disfrutar del producto da bastante igual cómo se haya elaborado, pero para los que trabajan en ese mundo no tienen nada que ver la estructura de productoras y estudios que ha existido durante décadas frente al surgimiento de estas plataformas, que tienen en internet y la televisión a la carta su forma de ser y existir. Roma ha sido estrenada en muy pocos cines, con el único objeto de cumplir el requisito legal de que alguno la proyecte para ser considerada “película” y por tanto optar a premios en festivales y galas como las de anoche. Desde el momento de su estreno se puede ver sin freno y límite en su plataforma, y en Madrid, por ejemplo, sólo un cine, los Verdi de VOS de la calle Bravo Murillo, la emite. Ahí es donde la vi, porque empiezo a ser uno de esos raros que no tiene contratada plataforma alguna de streaming. La película es buena, dura, seria, contiene belleza, imágenes poderosas, interpretaciones certeras, y retrata un México duro, clasista hasta el extremo, de sociedades de ricos y pobres que viven juntos pero separados por barreras tan difusas como inviolables. Retrata la historia de una familia en la que uno de los hijos pequeños es el propio Cuarón, vista desde la óptica de una de las criadas de la casa (Yalitza Aparicio borda su papel), que se desvive por ellos, trabajando sin cesar. Merece mucho la pena verla, aunque lo que cuenta, en el fondo, no es nada disfrutable.

Cuando se produjo su estreno, Roma fue rechazada por algunos festivales y premiada por otros, en una nueva prueba de cómo la tecnología y las empresas que de ella han surgido está cambiando los patrones con los que se ha creado el mundo en el que nos desenvolvemos. El Oscar a Cuarón es un respaldo de Hollywood a estos nuevos actores, a esas plataformas, en un mensaje que parece decir “llevémonos bien para que el negocio sea bueno para todos”. Parecen asumir las productoras, las creadoras del negocio, que su mercado está cambiando y que empiezan a perder el monopolio de la creación y distribución de su producto. Es, si se fijan, una reedición del combate entre taxis y plataformas VTC, sólo que en este caso los actores clásicos parecen ser bastante más listos que los que viven de la bajada de bandera. Y es que lo importante es contar historias interesantes, y contarlas bien. El formato es lo de menos.

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