Cuando
Chamberlain regresó a Londres de la cumbre de Munich en 1938 fue recibido con vítores
por muchos como encargado de hacer y traer una paz duradera a una Europa
atemorizada. Sólo Churchill, desde su escaño, osó rebelarse ante la opinión
mayoritaria y pronunció una de sus frases míticas, esa de “os dieron a elegir
entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor, y ahora tendréis la
guerra”. La historia demostró, lamentablemente, que Churchill tenía razón, que Múnich
fue una claudicación ante el nazismo y Chamberlain acabó hundido en el descrédito,
y su nombre es hoy sinónimo de rendición y deshonra.
Todo
paralelismo histórico es un juego de distorsión, en el que algo de lo que se
refleja es cierto y algo no, por lo que la comparación que hago es fácil de
criticar, pero Sánchez está jugando por el momento el perfecto papel de
Chamberlain en la relación con los independentistas catalanes. Debilitado por
su escasez de escaños, sometido a su chantaje para aprobar cualquier medida,
sabedor de que sus presupuestos existirán sí y sólo sí Torra y los suyos lo permiten,
su camino político está trazado por el deseo de los independentistas, y como es
habitual en los políticos, puede en él mucho más el ansia de mantenerse en el
poder que cualquier otra cosa. La
aceptación de la figura del relator, me da igual la palabra que usen porque
todas van a acabar significando lo mismo (postración) es el último, pero el más
ruidoso e inútil, de los desplantes que Sánchez ha tragado en estos meses para
mantenerse en el cargo, y lo sitúa en una posición en la que, pena para su
carrera política, nada le va a reportar, sino más bien lo contrario. Con la
aceptación de una figura que implica admitir que una parte del estado, el
gobierno central, no es soberana respecto a otra, el gobierno de la
Generalitat, en función de las competencias que la Constitución les atribuye a
ambos, Sánchez espera obtener el aval a unos presupuestos que le permitan
seguir todo el año 2019 en la Moncloa, pero, probablemente, lo único que consiga
es un portazo a esos mismos presupuestos, un destrozo descomunal a su ya
menguante figura y un
roto difícil de arreglar en la familia socialista, que ayer se vio
fracturada a cuenta de una decisión que ni es comprensible ni explicable ni justificable.
La forma de llevar a cabo este acto ha sido nefasta, con una total pérdida de
control de los tiempos y discursos por parte de una Moncloa carente de relato y
de idea. La publicación simultánea por parte de los fantoches al servicio de
Torra de los veintiún puntos secretos que él y Sánchez debatieron en navidades
ha dejado, aún más a las claras, quién lleva el control de estas conversaciones,
y desde luego quién es la parte más débil de las mismas, aunque porte el escudo
de gobierno de España. Este cúmulo de errores, despropósitos y desastres ha
dejado un flanco abierto al que ninguna oposición que como tal se llame dejaría
de entrar con toda la caballería posible. PP y Ciudadanos huelen sangre de
poder perdido, de herida en el gobierno, y tratan con todas las herramientas a
su alcance de ahondar en esa brecha para tratar que el dañado gobierno no pueda
recuperarse. Es lógica su actitud, cualquier opositor lo haría igual, y de
hecho igual se han comportado ellos en el pasado con el PSOE y el PSOE y
Podemos en el pasado cuando gobernaba el PP. Con unas formas más o menos discutibles,
sereno Rivera, histriónico Casado, ambos ven una oportunidad que les puede dar
el poder en caso de un adelanto electoral, a sabiendas de que el PSOE no podrá
recuperarse fácilmente de decisiones tan absurdas como temerarias, y que el
pacto “a la andaluza” será posible no sólo por afinidades en la derecha, sino
porque también el PSOE y Podemos pueden obtener unos resultados tan “a la
andaluza” en lo nefasto en el resto de España.
¿Y
Sánchez? Silencioso, quizás consciente del enorme error que ha cometido, o no.
¿Y su equipo más próximo? Nada transmite. Imaginaba yo a Iván redondo, su jefe
de gabinete y presunto cerebro gris de la llegada de Sánchez al poder y de su
gestión diaria como alguien mucho más capaz, listo y equilibrado. Quizás adicto
a las series televisivas, pensaba Iván, y con él su jefe, que todo se puede arreglar
con un cambio de guion y, en todo caso, al llegar los títulos de crédito y el
final del capítulo. Pero no, la vida real es mucho más retorcida que cualquier
escena imaginada en la pantalla. El error, en fondo y forma, de Sánchez en su
cesión al independentismo, puede ser letal para él y su partido (y
quién sabe si para las ventas de su libro) y marcará un antes y después en
su gobierno. Su crédito cae en picado entre muchos de los suyos, y es nulo
entre tantos que su resistencia, muy a la Rajoy, dudo que le sirva en los meses
que le quedan en el gobierno.
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