Desde luego queda claro que trabajar en el sector nuclear iraní es una profesión de riesgo, no tanto por los derivados de todo trabajo industrial, y por las particularidades del sector, sino por el reverso militar del programa que desarrolla el régimen de los Ayatolas y la tendencia que tienen ciertas potencias en poner en su punto de mira a los responsables persas del desarrollo nuclear. El viernes fue asesinado Mohsen Fakhrizadeh, uno de los ingenieros que encabezaba esta industria en aquel país. Su vehículo fue alcanzado por una explosión provocada en una carretera a menos de cien kilómetros de Teherán y fue rematado por el comando encargado de perpetrar el atentado. La seguridad del régimen, que lo protegía, vuelve a quedar en entredicho.
No hay que ser un fiera para suponer que, detrás de este ataque se pueden encontrar servicios secretos como el Mosad israelí. El nombre de Fakhrizadeh (si no lo copio y pego soy incapaz de teclearlo) figuraba en todos los documentos que Israel ha publicado cada vez que denuncia los avances iraníes en busca del armamento atómico, e incluso fue nombrado expresamente por el primer ministro Netanyahu en una comparecencia en la que se explicaba algo de lo que Israel sabía sobre ese programa nuclear y se buscaba denunciar al mundo los avances que Irán seguía desarrollando a la búsqueda del arma atómica. No es este señor de apellido complicado el último que ha muerto en un atentado y son las instalaciones nucleares iraníes las que más sufren ataque de todo tipo, entre ellos de sofisticados virus informáticos capaces de causar daño físico, en aras de retrasar lo que parece un impulso decidido de los Ayatolas en su conquista del átomo. Lo más novedoso de este atentado, por lo tanto, no es quién lo ha sufrido ni quién lo ha perpetrado, sino el cuándo se ha llevado a cabo. Es evidente que una operación de este tipo no se improvisa en una semana, y que Mohsen llevaba tiempo siendo controlado por aquellos que esperaban la orden para atacarle. Hacerlo ahora es una decisión meditada, y todo el mundo sospecha que tiene mucho que ver con el relevo presidencial que se va a producir el 20 de enero en EEUU y el nuevo panorama de negociaciones que se puede abrir entre los norteamericanos e Irán. Se supone, ya veremos, que una nueva administración demócrata intentaría resucitar el maltrecho acuerdo nuclear firmado en la época Obama, y que fue abandonado unilateralmente por Trump. Israel siempre denunció ese tratado, porque a su entender dejaba la puerta abierta a que en un futuro Irán lograse su objetivo del arma atómica, aunque a corto permitiera parar el programa de enriquecimiento nuclear. Construir aquel acuerdo costó una barbaridad, y si bien es cierto que no era perfecto, permitía comprar tiempo para que los procesos de inspección determinasen hasta qué punto estaba avanzado el programa iraní y lo que realmente se estaba cociendo en centros de investigación como el de Natanz, donde hace pocos meses ya se produjo un incidente no aclarado, el último de los aparentemente provocados desde el exterior. Un movimiento como el del asesinato del ingeniero de difícil apellido puede provocar que posibles acercamientos entre Washington y Teherán sean casi imposibles, y fuerza al régimen iraní a responder de una manera, probablemente suave, que contente a las enojadas bases del sector extremista, que nunca quisieron el acuerdo. Si lo que busca el atentado es poner las cosas difíciles a la nueva administración Biden es probable que lo consiga, pero está por ver el efecto a largo plazo. Los últimos años han estado dominados por las duras sanciones impuestas por Trump a la economía iraní y por los acuerdos de relaciones entablados entre Israel y varias de las monarquías del golfo, no Arabia saudí, pero ese “no” puede ser un “de momento” tal y como van las cosas. La creación de una especie de coalición de los enemigos de Irán que lo rodean parece un hecho, y esta posición de fuerza puede ser muy útil de cara a futuras negociaciones o enfrentamientos, sea lo que sea lo que pueda llegar a pasar.
Irán ha sido uno de los ganadores de estos años de desentendimiento norteamericano en la región. Ha convertido a Irak en una especie de semiprotectorado, y sus fuerzas han conseguido que en la guerra siria los intereses de Teherán prevalezcan, pero en lo interno el país sigue sumido en una grave crisis económica y la dictadura del régimen sigue reprimiendo cualquier atisbo de libertad, demandada por una sociedad joven y que sigue teniendo su futuro secuestrado por el rigorismo chií. El único punto en el que todas las potencias internacionales están de acuerdo sobre irán es que no puede tener el arma atómica. El resto está en discusión, y la zona, como bien sabemos, siempre es foco de inestabilidad y tensiones.