Si vacunar es lo único que nos va a sacar del pozo de coronavirus, a modo de escala por la que podamos ascender nuevamente a la superficie, se ve que no dejamos de resbalar en algunos peldaños en este camino de elevación. Y todos aquellos pasos que damos con el nombre de AstraZeneca impreso en las baldosas en los que ponemos el pie parecen ser muy resbaladizos. Esta semana ha vuelto a brotar con fuerza la polémica en torno a la seguridad de esta vacuna y varios países europeos, otra vez, han restringido su uso. Ayer, en una nocturna reunión del Ministerio de Sanidad con las CCAA se acordó restringir su administración a las personas mayores de sesenta años, de tal manera que las vacunas ARN vayan bajando en edad desde el máximo y ésta subiendo desde la cota 60
La EMA, autoridad sobre medicamentos de la UE, cuya sede pudo estar en Barcelona y se perdió por culpa del independentismo catalán, certificó por la tarde que hay relación entre los casos de trombos habidos en algunas personas y la inoculación de la vacuna, que son trombos raros, que se han dado principalmente en mujeres, pero que no obstante la vacuna es segura y su efectividad contra el coronavirus compensa los riesgos que posee. Estamos hablando de un producto de un muy alto grado de eficacia contra una enfermedad que tiene una tasa de mortalidad del 1 al 2% en el global de la población y que, por lo que parece, supone un riesgo de trombos para unas seis personas por cada millón de inoculados. La desproporción entre ambas cifras es tan abismal que resulta imposible compararlas, es infinitamente mejor ponerse la dosis de AstraZeneca que no hacerlo y arriesgarse a contraer la enfermedad. Así de simple. Y ese es el mensaje que todas las autoridades sanitarias están lanzando. No vivimos en un mundo de riesgo nulo, y entre los riesgos a los que la realidad nos obliga a asumir está claro cuál es el más peligroso. El mismo enano número de casos de trombos detectados, poco más de doscientos, impide realizar un estudio de pauta para saber cuáles son los factores desencadenantes del problema, la sintomatología detectable y otras características que pudieran servir para prevenirlos. El tamaño muestral es demasiado pequeño. ¿Quiere decir esto que es irrelevante? No. Evidentemente para las personas allegadas a los que han fallecido por culpa de esos trombos su tragedia no va a ser edulcorada de ninguna manera sea cual sea la estadística que les enseñemos, han sufrido una muerte en su entorno y con la sensación de que era evitable si no se les hubiese inoculado la vacuna. Están en el lado de los casos reales frente a los probables, y desde ese punto de la vida las cosas se ven de una manera muy distinta. En todo caso, lo que está sucediendo con esta vacuna es una muestra de que hay instituciones científicas que velan porque la seguridad de los ciudadanos y testan los productos. Se realiza un seguimiento de los medicamentos y todo lo que sucede con aquellas personas a las que se les aplican es anotado y estudiado, y esa es la mejor garantía de que acabará pasando lo mejor posible. La medicina es una ciencia no exacta, con un grado de imprecisión fruto del hecho de que todos nuestros cuerpos son iguales, pero cada uno posee particularidades, y las respuestas ante medicamentos o cualquier otro tipo de productos son conocidas con un grado de aproximación que se ajusta con el tiempo y la cantidad de personas que testan el producto. Cuando las vacunas, y otros medicamentos, se comercializan es porque poseen un grado de seguridad mínimo, no absoluto porque eso es imposible, pero sí mínimo, que decanta si dudas la balanza por su uso frente a la precaución de no hacerlo. El que en un año hayamos logrado crear remedios que funcionen frente a una enfermedad nueva es asombroso. Que lo hagan con una altísima efectividad es maravilloso. Que posean un mínimo riesgo asociado es lo normal.
En el fondo, una de las cosas que revela todo este tema de las vacunas es el pánico absoluto que tenemos ante los riesgos, especialmente en las sociedades acomodadas, donde la muerte no se contempla como posible. Queremos la seguridad absoluta de todo lo que comemos, bebemos, hacemos y así sin cesar, y eso, simplemente, no es posible. Los grados de seguridad no dejan de crecer, pero nunca podrán ser totales. Vivimos en el mundo real, en el que el riesgo existe, y tratamos de minimizarlo en todo momento, pero no podemos eludirlo del todo. Si quieren saber si, llegado el caso, yo me vacunaría con AstraZeneca (tengo menos de sesenta) mi respuesta es un SÍ categórico.
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