Desde que se produjo la intervención rusa en Ucrania, que significó la toma de la península de Crimea por parte de las tropas rusas y su anexión al dominio de Moscú, el este de aquel país ha sido una zona de conflicto de intensidad sostenida, muchas veces larvada, pero llena de acciones de ataque y represalias entre las fuerzas oficiales de Ucrania y los prorusos que siguen atrincherados en las provincias de Doniest y Lugansk, una zona del mapa que no está nada claro a quién pertenece, y que es una de las zonas más peligrosas del mundo, no sólo por el riesgo de lo que a uno le pueda pasar allí, sino por las consecuencias globales que tiene todo lo que sea capaz de suceder en ese punto de fricción entre dos mundos.
Estos días, poco a poco, Ucrania vuelve a los informativos en forma de advertencia, de rumor. Parafraseando a El Señor de los Anillos, una sombra vuelve a crecer en el este, y las noticias de que tropas rusas se concentran en las zonas próximas a la frontera internacional de ambos países hacen revivir los espectros de la guerra abierta hace unos años. ¿Qué pretende Putin con estos movimientos? ¿Planifica una operación a gran escala con vistas incluso a invadir toda Ucrania? ¿Juega de farol? ¿Quiere meter miedo para que nadie se olvide de su presencia allí? Son muchas preguntas para las que no hay respuestas claras. Lo único seguro es que, quizás, Putin pretenda realizar algún test con la nueva administración Biden. Tras años de excelentes relaciones con un Trump al que, presuntamente, ayudó a colocar en la Casa Blanca, la llegada de Biden ha vuelto a congelar las relaciones entre ambas naciones, y las últimas declaraciones del presidente norteamericano, en las que asentía a la afirmación de un periodista que calificaba a Putin como asesino no han ayudado mucho a que ese frío instalado entre ambas cancillerías se caliente. Putin juega en un mundo de fuerzas y amenazas en el que las potencias occidentales se mueven mal y, a la vez, posee mucho menos poder del que quiere aparentar. La economía rusa ya estaba muy tocada antes de la pandemia, y resulta evidente que todo esto no le ha venido nada bien. Dependiente hasta el extremo de la exportación de petróleo y materias primas, el parón global provocado por el coronavirus le ha hecho daño. El episodio Navalny, cuya salud carcelaria no deja de ser un motivo de alarma, le ha hecho aún más daño a la escasa reputación de Rusia y su régimen, y no sería de extrañar que Vladimir buscase una distracción en la estepa ucraniana para quitar el foco de la opinión pública rusa de los problemas internos y volver a sacar el fantasma del orgullo patriótico que tan bien le ha funcionado en ocasiones anteriores. Así, es poco probable que las tropas rusas realicen ataques a gran escala, no lo acabo de ver, pero no descarten una intervención limitada, una puesta en escena para mostrar músculo, unas acciones encubiertas que vuelvan a dejar claro que Rusia sigue ahí, que no deja de presionar, y todo con vistas a probar hasta qué punto la nueva administración norteamericana está dispuesta a mojarse en ese escenario. ¿Qué respuestas daría Biden a una acción limitada rusa en Ucrania? ¿Pasaría de las declaraciones de condena a tomar medidas militares? ¿Respuestas proporcionales o equivalentes? ¿Acciones de contrainsurgencia y apoyo indirecto al gobierno de Kiev o meras palabras, duras, pero sin contenido militar? El desconocimiento de ambos grandes actores ahora mismo sobre las intenciones reales del contrario dificulta mucho hacer cualquier tipo de pronóstico sobre lo que puede pasar ahí. Y también es verdad que, como en todo escenario, el incremento de presión y tensiones puede acabar provocando accidentes y fallas en los puntos débiles que lleven a que los acontecimientos se aceleren. Desde luego, si yo viviera en Kiev no estaría nada tranquilo sabiendo que en una esquina de mi país se mantiene vivo un conflicto de semejante potencial, llegue alguna vez a concretarse en algo muy grave o no.
La propia debilidad de la economía rusa que antes comentaba puede ser el talón de Aquiles que EEUU puede aprovechar ante intentos belicosos procedentes del Kremlin. La teoría de que las sanciones económicas acaba dañando a la población, que se rebela contra el régimen es bastante bonita sobre el papel, pero no acaba de dar frutos en otros conflictos, véase sobre todo Irán, pero es mucho más sencillo decretar embargos y sanciones que mover tropas y pegar tiros. Por ello, no dejemos de prestar atención a las relaciones entre Alemania y Rusia, y a lo que pase con los proyectos de gaseoductos, estilo Nordstream, que unen ambas naciones y las hacen interdependientes. No todos los europeos pueden ser anti Putin. Quizás sí en verano, pero no en el frío del crudo invierno.
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