Dado el nauseabundo cenagal en el que se ha convertido la campaña madrileña, trataré de no escribir nada sobre ella hasta que pase el día de las votaciones. Veamos cómo se encuentra el estado actual de la pandemia en el mundo. La cosa es muy dispar, ya que tenemos ejemplos de lo que puede ser nuestra vuelta al pasado conocido y añorado en un futuro próximo mientras que otras naciones se enfrentan al recrudecimiento de casos y muertes con cifras que dan mucho miedo por las consecuencias que pueden generar, tanto en el balance de vidas perdidas en esos países como en la lotería genética en la que se encuentra, a cada momento, el virus.
La India es ahora mismo el epicentro de la crisis. Esta nación fue vista como una de las que podía sufrir un impacto más grave cuando este problema se desató por motivos obvios. Es el segundo país más poblado del mundo, cuenta con conurbaciones gigantescas en las que la gente vive apelotonada y su nivel de vida es, en muchos casos, tercermundista, lo que impide el acceso a servicios médicos avanzados. Sorprendentemente, los datos de la primea ola en aquel subcontienente, que se produjo bastante más tarde que en Europa, fueron positivos, con tasas de infección y mortalidad bajas y la sensación de que, sin saber muy bien cómo, el país había logrado controlar la enfermedad. Los confinamientos parecían estrictos por las imágenes que llegaban desde allí, y los datos mostraban resultados. Lamentablemente ya no es así. Ahora mismo la India registra tasas de infección que suponen más de trescientos mil nuevos positivos al día, cifras ridículas frente a sus mil trescientos millones de habitantes, pero que son enormes en el contexto de la pandemia, y un balance de mortalidad que supera los dos mil caídos diarios sin muchos problemas, y sigue creciendo. Las imágenes y testimonios que nos llegan son duros, de ciudades colapsadas, hospitales desbordados en los que los enfermos que pueden ser atendido se hacinan en instalaciones incapaces de dar el servicio debido, la falta de oxígeno para suministrar a los pacientes críticos hace que su mortalidad se vaya elevando poco a poco y las cremaciones, muy habituales en aquella nación, son un constante llamear elevando cenizas a un cielo que se oscurece a ojos vista de los familiares que lloran a los suyos. Hay discusión entre los expertos sobre por qué la primera ola fue tan bien contenida allí ya hora la situación está completamente fuera de control, y no hay respuestas claras. Algunos estudios afirman que estaríamos en presencia de una nueva variante que tendría un componente de contagiosidad más elevado de lo normal, lo que le hace parecida a la británica, y una mayor letalidad, lo que le asociaría a la brasileña, aunque todo esto aún está en estudio. Lo único seguro es que las altas cifras de contagios diarios suponen que el virus se copia cientos y cientos de miles de veces al día y que eso es jugar a la lotería genética, de tal manera que cuantas más copias se hacen más probabilidad hay de que alguna de ellas mute de alguna manera que pueda ser buena para la supervivencia del virus y mala para nosotros. Las mutaciones son aleatorias, no dirigidas, pero en ellas se pueden esconder “premios gordos” para la especie que las sufre. Si eso fuera así el problema que está sufriendo india podría trasladarse a otras naciones, y el panorama que ahí vemos replicarse. Sin ir muy lejos, su vecino Pakistán, en una frontera llena de tensión y conflictos, muestra una población de varios cientos de millones de personas con una estructura económica y social tan abigarrada como la India, por lo que el riesgo de que, si esa variante es cierta, llegue allí y produzca efectos similares no es para nada descartable. India es una potencia mundial en la producción de medicamentos, vacunas entre ellos, pero la inmunización lograda por las inyecciones hasta la fecha es muy baja como para que se muestre efectiva ante el virus. En este momento aquel país muestra el escenario más cruel y grave de esta maldita enfermedad.
En el otro extremo está Israel. Allí la vacunación ha alcanzado tasas que empiezan a acercarse a la ansiada inmunidad de grupo, y los datos responden. Llevan varios días sin muertos y los niveles de contagios van camino de ser despreciables. La semana pasada las autoridades decretaron el fin de la mascarilla en los espacios abiertos, porque a las menores probabilidades de contagio en esos ambientes se suma el que la cantidad de gente vacunada ya es suficiente como para que la enfermedad, aunque se transmita, sea vencida por el organismo y no genere efectos. Israel es la luz a la que nos dirigimos en unos meses si la tasa de vacunación sigue creciendo y logramos extenderla por toda la población. Luces y sombras de una desgracia a la que, quizás, estemos empezando a ganar. Ahora sí.
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