Pretender volar en Marte suena, así, soltado sobre la mesa, de una ingenuidad absoluta. Cierto es que el planeta es menor que la Tierra y que su fuerza de gravedad es un tercio de la nuestra, por lo que todo pesa menos y facilita levantar algo del suelo, pero la densidad de su atmósfera es ridícula, poco más de una milésima de la nuestra, y por ello la capacidad de sustentación que ofrece es cercana a cero. Es muchísimo más difícil volar allí que aquí, y eso una vez que se ha podido llegar hasta su superficie, claro está, en lo que es un viaje tan largo como arriesgado, en todas sus fases. Volar allí es como soñar hacerlo aquí en la época de, pongamos, los romanos.
Por eso seguramente tacharon de locos a los ingenieros de la NASA que propusieron que una misión llevase una especie de dron para probar si era posible el vuelo. Seguro que ingenuos fue lo más suave que les llamaron, y pese a ello algunos siguieron empeñados en intentarlo, y soñaron con una criatura llamada Ingenuity, un dron de doble aspa rotatoria que no necesitase timón de cola y que, plegado, pudiera alojarse en un espacio no muy grande de una futura misión. Se devanaron los sesos para maximizar la potencia de sus motores y la capacidad de sustentación de unas aspas en esa débil atmósfera, cambiando su forma para optimizar cada uno de los giros que iban a realizar. Se volvieron locos para conseguir incorporar un sistema de placas solares que le diera autonomía energética respecto a su nave nodriza y así no dependiese de más fuente energética que del Sol. Y todo ello, claro está, en el menor peso posible. Tras mucho tiempo de trabajo, estruje de sesos, pruebas, muchas sin duda fallidas, prototipos que funcionaban y que no, empezaron las simulaciones en espacios que recreaban las condiciones de temperatura, gélidas, y de atmósfera, liviana hasta el extremo, del Marte conocido. Y en ese contexto Ingenuity mostraba que podía lograrlo. Se elevaba, era capaz de despegar del suelo, mantenerse en el aire y realizar pequeñas maniobras de desplazamiento. El vehículo debía ser autónomo, dado que nada en Marte puede ser teledirigido desde la Tierra, y su ordenador de a bordo, alimentado por las mismas baterías, debía ser capaz de, recibiendo un programa de desplazamiento, realizar todas las maniobras necesarias para poner en marcha todo el sistema de hélices, despegar, moverse hasta el punto de destino y aterrizar. Pruebas, pruebas y más pruebas empezaron a mostrar a los equipos de la NASA que la descabellada idea de volar en Marte no tenía por qué ser un disparate fruto de una noche de demasiadas cervezas, sino algo técnicamente viable. Llegó un momento en el que los jefes de las misiones robóticas al planeta rojo dieron su brazo a torcer, y admitieron que en una de ellas, la más grande, cabría un demostrador, un prototipo de vuelo que se alojaría en la panza del rover, el objetivo principal de la misión, que sería depositado por él días después del aterrizaje marciano, una vez que todo estuviera correcto en el dispositivo principal, que el rover se alejaría del punto en el que se depositaría el demostrador y que, a partir de ahí, el grupo de iluminados probarían si realmente esa idea de volar allí era, literalmente, una marcianada o algo con fundamento. Imagino tensión a raudales en todo el proceso de empaquetado de rover y demostrador, de inserción del paquete conjunto en la cofia del cohete, la histeria del despegue y la posterior angustia de meses durante el largo viaje a Marte. Hace unos meses, en febrero, Perseverance, el mayor vehículo jamás mandado a otro mundo por el hombre, logró amartizar con precisión y sin daño alguno, y desde entonces se mueve por aquel planeta y ha empezado a realizar toda su labor de campo investigadora. Y ya hace algunos días soltó a ese demostrador que estaba en su seno en el suelo, y se alejó. Sus cámaras lo enfocaron y ahí, a unos cuantos metros, estaba el fruto de un grupo de ingenieros que, un día, soñaron con volar en Marte. Sobre el frío y rojizo polvo de aquel planeta estaba su criatura.
Ayer, 19 de abril de 2021, transcurridos 118 años desde aquel 17 de diciembre de 1903 en el que los hermanos Whright lograron hacer volar un aeroplano en Kitty Hawk, Carolina del Norte, Ingenuity puso en marcha sus rotores en medio de la desolación marciana, con Perseverance como testigo y miles de ojos a millones de kilómetros como seres pensantes y expectantes. Y voló. Se elevó varios metros sobre la superficie del planeta, osciló ligeramente sobre la vertical de su punto de despegué, y aterrizo suavemente tras descender lo elevado. Ayer fue el primer día de la historia en el que un artefacto diseñado por humanos vuela en un planeta que no es el nuestro. No me digan que no es absolutamente maravilloso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario