Se ha hablado mucho estos días del acuerdo de un grupo de millonarios, responsables de unas empresas de enorme facturación y privilegios, para montar una asociación privada entre ellos, con objeto de generar aún más ingresos y repartírselos, y así incrementar sus ganancias. Este acuerdo supondría, obviamente, la reducción de ingresos para aquellos que no formasen parte del acuerdo y los que gestionan las actuales relaciones entre todas las empresas de este sumamente privilegiado sector, por lo que habría algunos millonarios que se verían perjudicados, y no pocos de los que viven de las comisiones que sacan a todo este grupo de potentados también se verían perjudicados. Parece que, finalmente, el acuerdo anunciado no va a salir adelante.
Vivimos en una sociedad que tiene muchos absurdos, que son incomprensibles, que se me hacen cuesta arriba, pero frente a los cuales lo único que queda es asumirlos y tratar de que no influyan demasiado en la vida de cada uno, porque hagas lo que hagas ahí seguirán. Uno de ellos es la admiración absoluta ante el deporte, y el encumbramiento de los deportistas a categoría de mitos absolutos, de semidioses. Y entre ellos, por encima de todos, los que se dedican a dar patadas a un balón y a las piernas del de enfrente, que son tratados de una manera que a muchos dioses les gustaría sentir. Ese mundo de los pegapatadas se ha convertido en una de las mayores industrias del mundo, generando unas facturaciones que se miden en miles de miles de millones de, pongamos, euros, y que ha enriquecido hasta el absurdo a personajes cuyos méritos personales son escasos, siendo generoso, y a todo un ecosistema generado en su entorno cuyo fin es capturar rentas y vivir a costa del fabuloso negocio montado. Todo ello, obviamente, con la absoluta alabanza de todo tipo de autoridades, que ven en esos espectáculos una vía para promocionarse ante votantes y así conseguir ser más elegibles. Los privilegios que tienen las sociedades deportivas en nuestros países son enormes, pero los grupos de pegapatadas a balones se encuentran en el más allá. Son constantes los casos de fraude, corrupción, estafa, evasión de impuestos, blanqueos, por no hablar de acusaciones relacionadas con las drogas, apuestas ilegales y todo tipo de delitos que uno pueda imaginar en las que día tras días aparecen figuras míticas que persiguen el balón o lo han hecho hasta hace muy poco. Del uso de sustancias dopantes mejor no hablar para no ser reiterativos. Escasas son las condenas, infinitos los defensores que surgen y tratan de comprender y enmascarar los delitos que, cometidos por otros, son criticados hasta el extremo y vilipendiados por la sociedad. Pero no, para los del mundo ese del balón la bula es total. Quizás porque, además de que a mucha gente, de manera incomprensible, eso le gusta, tampoco son pocos los que tratan de sacar tajada de ese negocio, llevándose algunos euros, o muchos, que puedan caer de los que tan alegremente se mueven en ese mundo. Las jefaturas de los clubes de pegapatadas han sido cooptadas por personajes de lo más siniestro, entre los que abundan jeques de dudosa procedencia, oligarcas del este y empresarios nacionales que pasarían cualquier casting a la hora de figurar en sucesivas entregas de películas de mafiosos. Esos gerentes, y los pegapatadas empleados que tienen a sueldo de marajá, saben que su mundo se sostiene gracias al enorme volumen de dinero que genera, a las voluntades que con él son compradas y al engaño que se hace de continuo con las ilusiones de millones de aficionados que parecen creerse eso de “los colores” el “sentimiento” y demás argucias de marketing perfectamente diseñadas para vaciar los bolsillos de todos aquellos que por ese seductor lenguaje han sido abducidos. Este es, de manera muy breve, el contexto en el que se mueve este negocio de las patadas al balón.
Por eso, que en ese mundo un grupo de los más ricos entre los ricos haya decidido que pueden ser aún más ricos haciendo al resto menos ricos es algo que no me parece ni novedoso ni sorprendente ni nada de nada. De hecho es lo que sucede en todo negocio empresarial cuando algunas marcas triunfan y absorben a otras, las compran y crecen en tamaño. Unos ganan y otros pierden, nada más. De lo único que se trata en este negocio, como en todos los demás, es de dinero, de ganar dinero. Porque es un negocio, nada más. Y que algunos de los millonarios que iban a salir perdiendo aludan a otros “valores” para defender sus cuotas de poder e ingresos no es sino una nueva muestra de hipocresía, de la que el mundo de los pegapatadas está tan llena como de fajos de billetes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario