Poco a poco el proceso de vacunación empieza a coger vuelo en nuestro país, con altibajos en función de en qué comunidad estemos (¿tiene relación la mala vacunación hecha hasta ahora en el País Vasco con su grave situación epidemiológica actual?) y dependiendo de las entregas que nos llegan. Pfizer sigue cumpliendo con lo prometido y Astrazeneca no, y se mantienen las dudas sobre que se va a inocular de segunda dosis a los menores de sesenta que recibieron una primera de AstraZeneca. Pero ya hay más de cuatro millones de personas con pauta completa y unos diez con al menos una dosis. Poco a poco transitamos por el camino que nos llevará a la normalidad.
En esto de las vacunas se han vivido en España dos graves episodios, de muy distinto tipo y alcance, que han mostrado como la maldad sigue anidada en muchas personas, y que las frases esas que se decían en el encierro de “saldremos mejores” no eran sino superchería barata fruto de una época en la que “Mr Wonderful” dictamina lo que se debe pensar, usando pensar en este caso de una manera muy laxa. El primer episodio fue el de los egoístas que se colaron a los demás cuando empezó el proceso de vacunación. Ahí hubo personajes de todo tipo, desde familiares regios hasta políticos de partidos opuestos pasando por sacerdotes y, en general, sujetos egoístas y que en esto, como en todo lo demás, le echan morro a la vida y desprecian a los que les rodean. Se organizó un cierto escándalo al respecto, que se fue diluyendo a medida que la inoculación se extendía. Estábamos ante muchos casos, sí, pero individuales, fruto del egoísmo personal, no de una trama organizada. Un asunto grave que dice mucho de la sociedad, y que se ha dado en nuestro país y en otros. El otro episodio, aún más grave, y diría que muy particular de nuestro país, ha sido la decisión expresa de la Generalitat de Cataluña de no vacunar a los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado que allí están destinados y ejercen su labor. Dentro de los grupos prioritarios no sujetos a tramos de edad, los protocolos de sanidad recogen a ese personal funcionario encargado de la seguridad de todos, y las CCAA han procedido a vacunarlos junto a sanitarios, docentes y otras profesiones. Pero no en Cataluña. Mientras la Generalitat sí vacunaba como era debido y era su obligación a los Mossos, la policía autonómica, no lo hacía con los funcionarios de seguridad de la administración central. La noticia ha ido surgiendo poco a poco y los servicios de la Generalitat se han ido inventando todo tipo de excusas burocráticas, administrativas y, casi, esotéricas, para justificar su dejación de funciones. Lo cierto y obvio es que esa no vacunación no se debe a ninguna negligencia por parte de los servicios de la Generalitat, o a un error de algún tipo, sino a una decisión meditada, expresa, tomada en conciencia, que se basa en el lógico ejercicio del supremacismo xenófobo que rige la política, por llamarla así, en Cataluña. Esos miembros de fuerzas de seguridad son españoles, y eso ya les convierte en inferiores para los que ven la vida desde el mundo racista de los míos frente a los otros. Cómo yo, que puedo decidir, le voy a vacunar a un español inferior y despreciable pudiendo hacerlo a un catalán superior. Esta idea, que les puede sonar a estupidez, porque entre otras cosas lo es, rige en las mentes de muchos a los que el virus nacionalista les ha desarrollado unos anticuerpos que rechazan a todos los que no sean como ellos desean. Lo que hemos visto en este caso es, otra vez, el ejercicio de la discriminación por parte de una autoridad a un grupo de personas por pertenecer a un colectivo que, para esa autoridad, es menor. Los españoles que enfermen y se mueran, me da igual, es lo que piensan en el fondo los que han tomado esas decisiones. Y se lo creen, y en consonancia actúan.
Una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña acaba de obligar a la Generalitat a vacunar a esos funcionarios a los que no quiso inocular, y las autoridades regionales ha dicho que acatarán, pero que eso significará retrasar la vacunación a personas vulnerables que esperan su dosis, en otro ejercicio de cinismo digno de los mejores malvados de la historia. Menos mal que el infame Puigdemont, tuits mediante, ha dejado claro hasta qué punto es claro el racismo con el que se tomó esa decisión de no vacunar a esos funcionarios, por si alguno tenía dudas. Y por cierto, todo este infame comportamiento se da sin apenas polémica mediática, nulo enfrentamiento político y sordina absoluta por parte de casi todos. Los funcionarios públicos nacionales, que se pudran, parece ser el pensamiento común de (casi) todos. Saldremos mejores sí, sí, sí…
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