En uno de sus míticos artículos, el gran Pérez Reverte se dirigía creo que a su madre, enfadada por el número de tacos que empleaba el hijo escritor a la hora de redactar sus opiniones. En el texto el arrepentido hijo pedía perdón a la madre por la falta, y prometía que no iba a usarlos más para referirse a los cabrones hijos de…. Y empezaba así una retahíla de insultos de todo tipo y calibre referidos a políticos, mamones y demás especímenes que sólo molestan. Era imposible no reírse al leerlo, salvo que fueras la madre de Pérez Reverte, claro, y supongo que de esa manera el autor se desahogó de un día o jornadas en las que tenía ganas de acordarse de muchos y dedicarles unos metros cuadrados de tierra donde depositarles para siempre.
Algo así me pasó ayer por la tarde, a primera hora, a medida que comprobaba como la estupidez global en la que vivimos se volvía a adherir, como una lapa tóxica, a una nueva marca de vacunas que está tan testada y es tan fiable como las anteriores. La FDA, agencia del medicamento de EEUU, paralizó la administración de Janssen en aquel país por la detección de seis trombos que pueden estar relacionados con la inoculación de esa vacuna. Seis trombos, sobre unos siete millones de dosis. Casi nada. Tras esta noticia, elevada a los altares de la psicosis por titulares de enorme cuerpo por parte de los medios de todo el mundo, las decisiones de los gobiernos se produjeron en cascada, mostrando el mismo criterio precautorio extremo del que no hacen gala ante casi ninguna otra de sus medidas, y en horas la empresa norteamericana anunció que suspende sus entregas a Europa hasta que la situación se aclare y los estudios de la FDA determinen si hay relación entre los pinchazos y los trombos. Hoy iban a llegar a España 300.000 dosis de Janssen, que al requerir un único pinchazo iban a significar 300.000 inmunizados más. El escribir esta frase con verbos en pasado, porque ya no va a llegar dosis alguna, es una mierda, una XXX mierda, que Reverte completaría en la parte de las XXX con maestría. La psicosis que se ha creado por parte de los medios y todos los que gestionan la política pandémica respecto a unos efectos secundarios de recurrencia ínfima es deplorable, y supone la casi segura muerte, evitable, de personas que se van a infectar con el virus, que sigue circulando y matando a diario, no a seis personas por millón. En serio, es completamente estúpido paralizar campañas de vacunación que están salvando miles de vidas en todo el mundo por unas tasas de riesgo aún no comprobadas que son más o menos equivalentes a las de ser alcanzado por un rayo. Para hacerse a la idea de lo que estamos hablando, pongamos una escala y dos extremos. En la lotería de Navidad, esa a la que casi todo el mundo juega y tira el dinero, la probabilidad de acertar el gordo es de uno entre cien mil, que son los números que están en el bombo del sorteo. Janssen muestra una probabilidad no demostrada de sufrir un trombo de, redondeando, uno entre un millón. Es diez veces más difícil sufrir el presunto trombo que acertar el gordo. Por su parte, el coronavirus muestra una tasa de mortalidad media sobre los positivos detectados del 2 por ciento. Ponga usted que la detección es nefasta y bájelo al uno por ciento. Eso significa que la probabilidad de fallecer contagiado por Covid es, por lo menos, mil veces, mil, más alta que la de acertar el gordo, y diez mil veces, diez mil, mayor que la de sufrir un presunto trombo. Diez mil veces es la diferencia entre un presunto efecto secundario no demostrado y una letalidad que comprobamos día a día en los hospitales y morgues. ¿A qué lotería le gustaría jugar a usted? ¿Qué sorteo prefiere? Y recuerde, esto es la vida real, no vale, como en Navidad, mi opción de no jugar. Aquí o nos contagiaremos o nos vacunaremos, o ambas, pero no se producirá la exclusión.
Realmente es deprimente, descorazonador, indignante, comprobar como el fantástico esfuerzo investigador y científico que ha logrado crear, en menos de un año, un arsenal de vacunas para acabar con la pesadilla que nos aflige pueda ser echado por tierra por una serie de titulares alarmistas que calan en una sociedad asustada, angustiada y sometida a un estrés insoportable. Las vacunas que están aprobadas por los organismos internacionales son seguras, efectiva, y poseen infinitamente menos contraindicaciones que el cigarrillo que muchos se echarán hoy, o el copazo de esta tarde, o gran parte de las cosas que hacemos o ingerimos a lo largo del día. Y así, error tras error, el grado de estupidez colectiva se vuelve a alcanzar, y nos inmuniza de la única salida posible a todo esto. VACUNAR.
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