Hoy se festeja el día del libro, homenaje a las letras, a los que de ellas viven y los que con ellas nos alimentamos. Vuelve a ser una festividad mutilada, porque el Sant Jordi catalán se celebrará a medias, entre restricciones y medidas de seguridad, y el acto de entrega el premio Cervantes en Alcalá no contará con la presencia del agasajado, Francisco Brines, que está en su casa, con un frágil estado de salud. Pese a todo, frente a la celebración clandestina que tuvo lugar el pasado año, en medio del encierro, casi da la sensación de que los pocos actos y encuentros que hoy tendrán lugar sabrán a multitud, a festejo verdadero, a celebración como las de antaño, cuando vivíamos ajenos a lo que nos iba a pasar.
En el tiempo del encierro leer se convirtió en una de las alternativas para pasar el tiempo, para consumir unas horas que se nos hacían eternas en lo temporal y angustiosas por lo que vivíamos. Muchos quizás descubrieron ahí que la lectura podía evadirles, sacarles del tiempo presente y llevarles a lugares y épocas en las que su mente se olvidaba por completo de lo que pasaba a su alrededor. Lectura como evasión, que es algo tan válido como cualquier otro fin. La competencia de las pantallas es cada vez más creciente y, en el campo de la citada evasión, las plataformas parecen estar consiguiendo convertirse en las reinas del ocio hogareño, por encima de todo lo demás. Pese a ello las ventas de libros aguantan, lo que es algo para celebrar no sólo hoy, sino cualquier otro día del año. Algunos en ese encierro quizás también descubrieron que la lectura les puede dar otros valores, además del de entretener, que no es poco. Les pudo emocionar, ilustrar, enseñar cosas, ayudar a rememorar experiencias pasadas, conectar con otras realidades… y también proteger. Los libros nos protegen de la vida real, y eso es algo que en mi caso se da por encima de muchas otras sensaciones. Para los que somos torpes en el mundo del día a día, que no sabemos hacer muchas cosas, que no entendemos otras, que tenemos problemas para relacionarnos con otros, que llevamos vidas algo anómalas, leer supone un acto de refugio. Abres las páginas y sabes que lo que hay suceda no te va a herir, no va a causarte problemas. No va a haber broncas ni líos dentro de las historias que te cuentan las letras, que pueden ser tan crueles o más que la mayor pesadilla real, pero que las ves como observador, que te involucras en ellas protegido, como cuando Harry Potter se pone esa capa de invisibilidad y acude a ver cosas que no debe, en las que se juega el pescuezo, pero que se sabe a salvo porque no es visto. Cuando leemos nos convertimos también en un personaje más de la historia en la que estamos, el mirón, el curioso que pulula por todos los escenarios, que todo lo ve y escucha, pero que no es percibido por los protagonistas de la historia. Sabemos que fuera de las páginas, más allá del libro, hay una vida real de sentimientos, problemas, líos, añoranzas, juergas, descubrimientos, de todo lo que usted sea capaz de describir de la vida que le rodea, y todos esos hechos le afectarán de una u otra manera, pero cuando nos ponemos a leer huimos de esa realidad para entrar no en un mundo falso, no, sino en uno alternativo, en el que nada malo nos puede pasar, porque estamos protegidos por nuestra invisibilidad. Quizás alguno vea esto como una retorcida forma de evasión o, también, como una manera de eludir la vida real para no hacerle frente. Y quizás haya mucho de eso, no lo niego, pero la sensación de seguridad que ofrecen las páginas es tan intensa que no hay manera de, cada poco tiempo, volver a ellas para seguir escapándose de lo que nos rodea y que, tarde o temprano, es ineludible.
Cada uno puede tener un motivo distinto para leer, y todos ellos son buenos, porque le sirven al lector para conectar con el texto. Dicen muchos escritores que un libro se hace con las manos del que lo escribe y con las miles de los que los leen, y que cada lectura de cada ejemplar es, en el fondo, un nuevo libro, porque a cada uno que lo lee le ha transmitido una experiencia distinta, y dejará las páginas con un sabor diferente. Hoy conmemoramos esas sensaciones, pero todos los días están disponibles, al final de nuestros dedos, cuando abren un ejemplar y se preguntan “bien, ¿qué tenemos aquí? Y entonces el arte del autor les envuelve, protege con su capa mágica y les adentra en el mundo que, para cada uno, nos ha creado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario