Suele usarse la expresión de “casus belli” para definir el argumento que un estado atacante utiliza para justificar, ante los suyos y demás, un ataque militar. Aunque la decisión este tomada desde bastante antes y responda a otro tipo de incentivos, se fabrica una coartada que sirva para cubrir la acción y la venda. En 2003 vimos en directo en el caso de la guerra de Irak, con unos EEUU que fabricaban el asunto de las armas de destrucción masiva para hacer obvia la necesidad de atacar Irak. Lo sucedido el 11 de septiembre, la maldad intrínseca del régimen de Sadam y la necedad con la que desde Bagdad se llevó el asunto contribuyó a que no pocos nos lo creyéramos. El tiempo demostró nuestro error, pero la guerra ya había tenido lugar.
En el caso de Ucrania hemos visto algo similar, de manera acelerada. Putin empieza la creación de argumentos para su ataque unilateral hace unos meses, cuando publica un texto en el que habla de la unidad del pueblo eslavo, al que pertenecen rusos y ucranianos, y la necesidad de que una entidad soberana los cubra, para defenderse de las agresiones que sufren por parte de las fuerzas occidentales. Todo son vulgares patrañas, que nadie se cree, pero alimentan el fuego del nacionalismo ruso, y hacen que pocos, pero varios, sigan el juego y las excusas del kremlin, bien por convicción o por interés. A medida que llegamos al final de 2021 la acumulación de tropas rusas en la frontera ucraniana empieza a ser imposible de ocultar y cualquiera con un poco de lógica empieza a ver que la estrategia de Moscú tiene un componente inequívocamente militar, sólo que resulta casi absurdo plantearse la posibilidad de que una invasión como tal vaya a tener lugar. Los meses que llevamos de 2022 han servido para que Putin vaya escalando en acumulación de tropas, ejercicios de disuasión y recopilación de agravios, en una actitud cada vez más desafiante. EEUU adopta una postura curiosa en la refriega diplomática y tira de la llamada estrategia del megáfono, consistente en no ocultar la información que dice posee y hacerla correr al viento, de tal manera que la intervención militar rusa aparece en todo momento como una decisión prácticamente tomada en la boca de los portavoces de la presidencia de Biden. A medida que pasan los días se produce un cruce de declaraciones entre las partes en el que el ruido va dando paso al miedo, y donde EEUU se empieza a jugar mucha credibilidad al insistir en el ataque ruso sobre todas las cosas. Empieza a crearse una especie de sensación como la del cuento de “Pedro y el lobo” en el que, de tanto anunciarlo y no producirse, al final pierde efectividad la advertencia y el riesgo deja de percibirse. Las naciones europeas, perjudicadas de todo lo que pueda llegar a pasar, ven que poco pueden hacer frente a las intenciones rusas, y los esfuerzos negociadores de Macron se estrellan contra una gran mesa que es objeto de chistes varios y que ejemplifica la distancia que separa los dos extremos del continente europeo. Terminados los juegos olímpicos de invierno organizados en el socio chino, Putin realiza un discurso desquiciante en el que establece todos sus argumentos para un ataque total sobre una Ucrania que considera poco menos que un lugar artificial, gobernado por marionetas pro occidentales, como el las define, en el que se producen constantes violaciones de los derechos humanos de la población rusófila y sobre el que Rusia tiene el derecho a intervenir por razones históricas, que él se inventa, y para imponer una paz que Kiev amenaza gravemente. Desde que termina ese discurso la guerra ha comenzado, se ha hecho explícita la amenaza y ya nada va a detener a Putin en su intención de ataque. El reconocimiento por Rusia de la soberanía de los territorios ucranianos separatistas es un mero paripé sin valor alguno más allá de los muros del Kremlin. Ya sólo importan los planes de ataque, que se despliegan sobre la mesa del único que es capaz de poder pararlo. Y que, obviamente, no quiere.
Pasadas las cuatro de la mañana de hoy, jueves 24, las tropas rusas han penetrado en territorio ucraniano y lanzado una ofensiva con efectivos de tierra y proyectiles aéreos, constando por ahora que regiones del este y sur de ese país han sido las golpeadas. Las sirenas antiaéreas ya han sonado en Kiev y nadie es capaz de predecir hasta dónde va a llegar el ejército ruso en su ofensiva, que por la dimensión de las tropas acumuladas puede ser capaz de crear corredores que seccionen el país en todo lo que se encuentra al este del río Dnieper, incluyendo toda la franja costera del mar negro. Europa, otra vez, está en guerra. Y es casi imposible aventurar cómo puede desarrollarse. El desastre, en todo caso, ya es enorme, y puede serlo mucho mucho más.
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