Hoy, dos del dos del veintidós, se cumplen cien años de la publicación del Ulises, de James Joyce, una de las novelas más importantes de la historia de la literatura, cumbre del inglés escrito según los que dominan esa difícil lengua. El texto fue polémico desde un principio y causó división de opiniones, que aún hoy persisten. Narra, inspirándose en el relato homérico, un día en Dublín de Leopold Bloom, el odiseo encarnado en un hombre de la brumosa Irlanda, y de lo que le pasa en todo su caminar por las calles de la ciudad. En el fondo el libro apenas cuenta nada, y resulta sobre todo un ejercicio de estilo, una forma de llevar el lenguaje hasta el extremo y hacer que sea el protagonista absoluto de la narración.
Pudiera contarles cosas sobre mi experiencia al leerlo, y de cómo me fue, y de si me gustó, pero les engañaría, porque soy de los pocos que no han leído ese libro y lo admiten. Hay otros dos grupos de personas en el mundo, uno también pequeño, que son los que dicen que sí lo han leído y, en efecto, lo han hecho, y el mayoritario, que afirma haberlo leído cuando no ha pasado de uno o dos párrafos de la Wikipedia para poder decir de qué va. Es una obra que me impone respeto y no me he lanzado a por ella, y por lo tanto no puedo, en este aniversario, expresarles opinión personal alguna. De Joyce sólo he leído dublineses, que es una obra pequeña, que me gustó, y vi la película que John Houston hizo sobre ella, que es excelente. El caso del Ulises será, quizás, el paradigma de la gran obra culta, elevada a los altares, que resulta de obligada visita y que es ineludible afirmar conocer para tener algo de relevancia en una conversación con los demás, a pesar de que, comentaba, es mucho menos leída de lo que se afirma. ¿Por qué se produce esto? No lo se, quizás porque hemos convertido la cultura en, parcialmente, algo de estatus sobre lo que presumir y en una especie de carrera de fondo para acumular trofeos sobre los que construir el prestigio en ese mundillo, y creo que es una visión profundamente errónea. Cada obra que se considera como genial en el mundo de la literatura, de obligada lectura, tiene una historia propia en la que en un tiempo fue considerada buena o mala, triunfó o fue olvidada, y ahora, en nuestra época, posee el estatus de “ocho mil” que la hace inexpugnable, pero eso es independiente del gusto de cada uno y a alguien, al leerla, le puede resultar atractiva o no. Nada suscita unanimidades absolutas, y cuidado con lo que se imponga con ese fin. Hay libros excelentes que, impuestos como obligatorios y forzados a edades que no son las adecuadas pueden generar un rechazo casi absoluto por parte del que se ve obligado a transitar por sus páginas, y esa es la mejor manera de acabar rechazando esa obra y, de paso, el mundo literario. El Quijote es una excelente novela, la primera como tal, la mejor quizás, pero leerla cuando uno es un crío es, con elevada seguridad, el mejor de los caminos para estrellarse contra el molino de su narrativa. Hay que ir dosificando estos materiales de alta cultura para que el lector se los encuentre cuando tenga un poso, no sólo de textos transitados, sino de vida recorrida, y eso le permita entenderlos mucho mejor. Y es que, al final, leyendo buscamos muchas cosas, pero sobre todo dos; aprender, en el caso de que nos enfrentemos a un ensayo, y entretenerse, sea cual sea el tipo de libro que leamos. Entretenerse puede parecer un verbo vulgar, rebajado, indigno para los que elevan la cultura a rangos de sacerdocio, pero es lo que los humanos buscamos, y necesitamos. Queremos que nos cuenten buenas historias y que nos las cuenten bien, algo tan sencillo como difícil, y por eso la literatura es un arte, porque conjugar esas dos premisas es muy difícil. No puedo decirles si Joyce lo logró, en mi caso, con el Ulises, pero parece que para la mayoría de los que sí lo han leído sí fue placentero, y eso es lo que ha hecho que perviva en el tiempo.
Usted, como lector y consumidor que compra y paga por la obra, es el soberano, y es el que debe dictar si, independientemente de lo que la crítica opine sobre ello, la obra le gusta o no. No tenga rubor para decir que algo aclamado por todos también le encanta o le parece algo con lo que no puede, a todos nos ha pasado con obras que nos debieran gustar y no es el caso. Hágase con un criterio propio, que una lectura que le ha gustado le lleve a otra y así vaya construyendo no sólo su propia biblioteca, física o virtual, sino historia narrativa, de aquellos textos que le emocionaron y llegaron. Si entre ellos se encuentran las obras que por muchos se consideran obligatorias, pues bien, y sino, también. Es su mente la que lee y encuentra sentido a lo escrito.
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