No voy a lograr superar el ingenioso titular que escribió un tuitero anoche, diciendo que “el PP se ha convertido en un Mañueco en manos de Vox” por lo que, directamente, muestro mi reverencia al creador de la frase y opto por titular de manera más clásica, recordando aquel triunfo de Felipe González que acuño esa expresión que actualiza el sentido de victoria pírrica. Para lograr lo conseguido, con el enorme coste cosechado, no merecía la pena el esfuerzo, y ahora casi todos estamos peor de como partíamos antes de la convocatoria electoral. Si estuviéramos ante unas votaciones forzadas por el final de una legislatura, todavía, pero no, no era el caso.
El PP ha ganado las elecciones en Castilla y León, sí, viniendo de haberlas perdido en 2019, por lo que pueden anotar un triunfo en su lista de victorias, pero conseguir 31 escaños de los 41 necesarios para la mayoría absoluta es un resultado de una pobreza enorme, que no entraba en los cálculos de los que forzaron el adelanto electoral hace unos meses, confiados en alcanzar un registro mucho más cercano a los que le otorgaría a los populares la comodidad del gobierno independiente. Nada de eso. Van a pasar de ser segundos y gobernar en coalición a ser primeros y volver a tener que coaligarse. En los discursos de ayer del partido, en Valladolid y en Génova, dominaba una euforia que no había manera de entender, cantando las loas de una victoria que se daba por hecha pero sin reconocer la frustración de unas expectativas que, infladas, han sido demoledoras. El PP aparece como el ganador pero el fracasado de esta operación, y el liderazgo de su dirigencia, con Casado a la cabeza, sufre un golpe serio. En frente, los partidos de la actual coalición de gobierno nacional sufren un varapalo muy duro. El PSOE ganó las elecciones en 2019 en la región, en un resultado excelente, y que ayer se volvió a confirmar como anómalo. Pasa de 35 a 28 escaños, procuradores se llaman allí, y es uno de los claros derrotados de la noche, pero dadas las expectativas con las que partía en Ferraz podrán hacer un control de daños bastante paliativo, al menos en lo que hace a la representatividad de estas elecciones, pero no al ruido de fondo de que lleva al PSOE de derrota en derrota allá donde vaya, a excepción de Cataluña, con una victoria bastante inútil. Podemos queda convertido en apenas un residuo, con un procurador. Se presentaba en coalición con IU y su resultado no es nada chulo, en palabras de una Yolanda Díaz que apenas ha aparecido en la región, sabedora de las malas expectativas electorales y profesional ya en asomarse sólo a los sitios en los que tiene opciones de recoger premio. La deriva de la formación es clara, y su mengua imparable. Los cargos que posee en el gobierno nacional intuyen que esos sillones que ocupan serán los últimos que vean y tratarán de aguantar en ellos todo el tiempo posible. Ciudadanos logra un escaño de los 12 que tenía, disolviéndose como formación en una región más y caminando sin freno a su extinción. Igea, su candidato, dijo anoche algunas verdades sobre la necedad de la política, y pese a tener el discurso más coherente no realizó una asunción de errores por un resultado que deprime hasta a un adicto al gas de la risa. El panorama para los naranjas es de cierre por extinción del negocio, y nada parece que pueda remediarlo. Hubo dos ganadores en la noche de ayer, muy distintos. Por un lado, Soria ya, que sacó tres de los cinco procuradores que estaban en liza en su provincia. Consiguió la mitad de los votos en la capital, y mostró que el localismo sigue al alza, y su papel como recolector de un voto de castigo a las formaciones tradicionales. Con estos resultados conseguiría uno de los dos escaños que se asignan a esta provincia en unas elecciones generales y accedería al Congreso. El movimiento de la España vacía no ha sido una ola política que ha reconfigurado el tablero, pero sí ha logrado asomar la cabeza y, quizás, indicar a otros qué camino seguir cuando sean las próximas elecciones generales.
El gran ganador de la noche, indudablemente, ha sido Vox, que dispara sus resultados, de 1 a 13, y se convierte en imprescindible para que el PP pueda gobernar, dado que no basta siquiera con su abstención para que Mañueco sea reelegido. Los de Abascal estaban eufóricos, motivos tenían para ello, al ver como su formación coge, definitivamente, el testigo del populismo de extrema izquierda para ser sustituido por el de extrema derecha. Una formación sin programa, sin gestión, con sólo ideología y que aspira a eliminar las CCAA del mapa va a entrar, con muy alta seguridad, en el gobierno de coalición de una de ellas, lo que es tan absurdo como preocupante. Ya ven, el populismo crece y el bipartidismo vuelve a fracasar. Triste panorama.
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