Uno de los problemas que tiene el tratar de analizar la realidad es que, por defecto, tendemos a hacerlo desde supuestos racionales, en los que valoramos las acciones presentes y futuras por lo que pueden ganar y perder quienes las ejecutan, realizando cálculos fríos, y en función de esas estimaciones predecimos lo que puede pasar. Y nos equivocamos una y otra vez, porque esa aproximación racional es una falacia, que puede funcionar en ocasiones, pero que normalmente es vencida por la hibris, la visceralidad que surge del interior humano, lo que Keynes denominó los “animal spirits” que es lo que parece. Y entonces el caos es inevitable.
El suicidio en directo que protagoniza el PP, con episodios puntuales los pasados meses, mediante puñaladas y desgarros en la plaza pública desde ayer, es un buen ejemplo de la irracionalidad más absoluta aplicada, en este caso, a la política, o a lo que sea que creen que practican estos personajes de segunda. El enfrentamiento manifiesto entre Casado y su lugarteniente Teodoro con Ayuso es un ejemplo de hasta qué punto lo que debiera ser la prioridad de estos personajes, alcanzar el poder, sea convertido en la fuente de odios y celos que amenaza con destruirlos. Casado es el presidente del partido pero no arrastra a las masas, sigue siendo el candidato a las elecciones generales y, de ganarlas y poder gobernar, sería el que alcanzaría el soñado sillón de la Moncloa. Ayuso carece de cargo orgánico en Genrova pero arrastra el voto en su región de una manera asombrosa, se ha convertido en la líder de facto de la oposición durante los casi dos años transcurridos de pandemia y no deja de acaparar portadas y titulares. Casado se muere de celos por una Ayuso que, en un concurso de popularidad, le dejaría a la altura del barro y Ayuso desea cargos en el partido que le reconozcan como lo que es y, llegado el caso, le permitan alcanzar el puesto de dirigencia que crea más conveniente. Ambos, que al parecer fueron amigos en el pasado, han sido picados por el aguijón del poder, y sienten que es el otro el que les obstaculiza en su carrera para alcanzarlo. El caso de las presuntas comisiones cobradas por el hermano de Ayuso en un contrato de suministros en la pandemia puede tener su aquel pero, reconozcámoslo, para los estándares de corrupción que se manejan habitualmente en la casa PP es una minucia. Sirve como munición de unos contra otros, y de arma para despellejar al adversario. A medida que la sima entre Casado y Ayuso crecía uno pensaba, tirando de ese estúpido razonamiento racional que les comentaba, que acabarían por ponerse de acuerdo y ocultar todas sus rencillas porque era la única manera que tenían de que la marca que les cubre, el PP, alcanzase el poder. No entendía como estos dos críos se pegaban por un juguete, el gobierno, que no tienen. Si están en política es para ganar elecciones, y luego vine todo lo demás (sí, sí, el interés de los ciudadanos es lo último del todo, para estos y para los otros y los de más allá) por lo que un enfrentamiento descarnado sólo serviría para que ambos perdieron el escaso poder real que, por ahora, han conseguido. Luego, desde la lograda Moncloa, si a eso llegasen, ya se despellejarían, como paso antes con otras familias peperas. Pero no, la histeria y los celos han sido mucho más fuertes que cualquier cálculo político y, tras el decepcionante resultado de Castilla y León, la guerra en la casa popular ha empezado, casi cuando Biden anticipó que lo haría la de Ucrania. En la situación actual, de mensajes de odio y amenazas cruzadas soltadas sin tapujos, y con la ya clásica actuación de un espionaje chapucero digno de tebeo, sólo parece viable que uno de los dos, o Ayuso o Casado, sea el ganador de esta guerra, pero ambos resulten perdedores políticos de un conflicto que amenaza con mandar a la ruina a la marca de la derecha. Es estúpido, pero sí.
En general, la falta de madurez de los personajes de esta historia es asombrosa. Todo aparenta tanto el ser una bronca entre chiquillos que no saben nada de la vida que resulta tan divertida como impresentable. ¿En quién de todos ellos confiaría usted algo que le resultara importante? A buen seguro, ante semejante pandilla de incapaces lo mejor sería salir corriendo. Escasa decencia, nula capacidad de sacrificio, un mero deseo de alcanzar el poder lo más rápido posible sin tener en cuenta ninguna otra cosa, total desprecio de los problemas reales de la sociedad a la que dicen querer representar…. El PP ahora mismo es un partido en cuya cúpula se pegan un grupo de malcriados que recuerda a adolescentes enganchados al móvil que no son capaces de estar cinco minutos sin conexión. Es todo tan tan tan patético……
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