Quizás no pase mucho tiempo hasta que los políticos actuales maduren y admitan el ridículo que hacían cuando creían ser algo. Los más pesimistas dirán que ese momento no va a llegar nunca, pero confío en que alguno, antes de irse al otro barrio, dentro de varias décadas, lo reconozca. No las tengo todas conmigo. La sesión de ayer en el Congreso, especialmente su rocambolesco final, fue un perfecto ejemplo de lo que no se debe hacer nunca con las cosas importantes, y menos con las muy importantes, y la reforma laboral es una de ellas. Tras días y días de acuerdos a varias bandas, la votación se presumía reñida, pero acabó en un esperpento circense.
Aprobada tras el transfuguismo de los dos diputados de UPN, cuyo partido acordó con el PSOE darle sus votos pero que los titulares de los escaños decidieron, a última hora, incumplir, y con el error de un diputado popular, que emitió un voto telemático que respaldaba el texto, y que ahora se va a convertir en la polémica política las próximas horas, hasta que otra igualmente chusca la suceda en los medios de comunicación. Y todo ello aderezado por la presidencia de la cámara, que se equivocó al contar la suma de los votos emitidos presencial y telemáticamente y dio por un momento derogado el decreto ley, en una escena que parecía un calco de la concesión del Oscar a la mejor película de hace un par de años, cuando Warren Beatty dijo eso de La La Land y los de la peli de Chazell saltaron de alegría para, cuando se encaminaban al estrado a recoger el premio, escuchar que quien había ganado realmente el premio era MoonLight. Chasco monumental para unos y alegría desatada en los otros, como se vio ayer en el Congreso, en unas bancadas de la oposición que festejaron casi con champán la lectura errónea de Batet mientras que las gubernamentales se quedaban heladas para, en unos segundos, volverse las tornas y ser Sánchez y los suyos los que se felicitaban sin límite, aún más tras el trago pasado, mientras que el enojo silencioso crecía sin fin en la bancada de la derecha. Hay momentos escolares en los jardines de infancia que resultan más caóticos, pero desde luego menos divertidos para el que ve la escena, y no sabe de qué se alegran unos y otros, y viceversa, más allá del hecho de hacer morder al polvo al adversario en sus escaños, sin importarles a ninguno el objeto de la votación y el futuro del marco laboral en el país del desempleo perpetuo, los malos contratos y la falta de carrera laboral. Como no soy un experto en derecho laboral no puedo valorar la reforma aprobada en profundidad. Por lo que he leído, no demasiado, se queda corta a la hora de abrir el mercado y desregular, pero no es ni mucho menos la involución que Podemos y otros grupos de izquierda deseaban, lo que ya es un avance. Y en general, coinciden las opiniones que es un texto pensado para empresas medianas y grandes, con estructuras sindicales y patronales clásicas, pero no adecuado para el mundo del emprendimiento, la PYME, el negocio que crece, la startup y todo el sistema productivo que está naciendo ante nuestros ojos y promete ser el gran nicho de empleo del futuro. En todo caso, es una reforma que avalan sindicatos y patronal, es un acuerdo entre ambos, y eso es lo más importante, porque sea como sea el texto ambos trabajarán para que funcione, y prefiero un acuerdo no perfecto a un no acuerdo, por lo que la reforma debía ser convalidada sí o sí, independientemente del color del gobierno que la presentase.
Creo que la mejor estrategia que tenía el PP de cara a la votación de ayer era ofrecer, pongamos, diez abstenciones, y el resto votos negativos, de tal manera que se garantizaba el aprobado de la norma, con las eternas promesas de cambiarla cuando lleguen al gobierno, y retrataba al PSOE colgado, abandonado por los socios a los que no deja de conceder favores y, a cambio, obtiene desprecios. Pero claro, eso es fácil decirlo desde fuera. El PP optó por tora táctica más brusca y ha fallado por un error propio, lo que es aún más cruel, y ahora en Moncloa respiran aliviados y en Génova tienen un cabreo de mil pares de narices. No hay día sin su ridículo político en este país.
Subo a Elorrio el fin de semana y me cojo lunes y martes de festivo. Si no pasa nada raro, nos leemos el miércoles 9.
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