Apenas ha bastado un día de guerra desatada para comprobar hasta qué punto eran enormes las infames mentiras en torno a las que Putin elaboró sus argumentos para invadir al país vecino. Que si genocidio en la zona del Dombas, que si auxiliar a los pobres rusófolos, víctimas de un genocidio perpetrado por las autoridades de Kiev, bla bla bla. Pura cháchara, palabras vacías para esconder lo que el propio Putin dejó escrito días atrás, la idea de que Ucrania es, en sí misma, una aberración y, por tanto, debe ser eliminada. La mera existencia del estado como tal es algo que el Kremlin no contempla y lo que está en marcha es su borrado del mapa, literalmente.
Las noticias que llegan del frente son confusas, como pasa siempre en las guerras, pero sí parece que los avances de las tropas rusas son consistentes. La invasión se ha realizado con el ataque aéreo previo de rigor que ha logrado deshacer la defensa antiaérea de Kiev y el resto de ciudades, lo que permite que las incursiones terrestres tengan mucho menos peligro. Además del frente este que todo el mundo daba por sentado, el capullo de Putin ha sido osado y ha atacado el país desde dos puntos no previstos; uno, de manera anfibia, utilizando las fuerzas desplazadas a Crimea, por lo que las ciudades de Mariúpol y Odesa, en las costas del Mar de Azov y Negro respectivamente, han sido invadidas, en un movimiento que busca eliminar el acceso del estado ucraniano al mar. El otro golpe, cruel hasta el extremo, ha sido invadir desde el norte, utilizando para ello territorio de Bielorrusia. El papel de vasallo fiel que el indeseable Lukashenko está jugando en este proceso es bastante destacable, y vine a significar que la independencia de Bielorrusia no es sino una patraña, una forma de hablar. Ese estado, una dictadura siniestra de la que no hemos sabido casi nada hasta las últimas revueltas democráticas, aplastadas sin piedad, se ha convertido de facto en una nueva provincia de la federación rusa. Las maniobras conjuntas desarrollas por ambas naciones hasta el pasado domingo han sido la puesta de largo de la unificación de sus ejércitos, quizás no de manera formal, pero sí en la práctica, y es obvio que el plan de usar el territorio bielorruso como plataforma de ataque era algo que estaba ya meditado y aprobado por los dos mandatarios desde hacía bastante tiempo. Kiev, desde la frontera de esa otra nación, está muy cerca, a poco más de un centenar de kilómetros. Ayer se mantuvieron duros combates en la zona de exclusión de Chernóbil, que pertenece a Ucrania, pero que está prácticamente en el límite fronterizo, y las tropas rusas lograron el control de la posición, por lo que desde ese punto pueden lanzar un ataque terrestre directamente sobre la capital, entrando por su zona norte. A lo largo de la tarde noche eran confusas las noticias sobre la toma rusa del aeropuerto Antonov, un aeródromo sito al norte de Kiev, a algo menos de veinte kilómetros del centro de la capital. Parece que tuvo lugar un asalto con paracaidistas rusos sobre la instalación, aunque no es seguro. Sí que hubo intensos combates y que, al menos durante un tiempo, ese lugar pasó a ser posición rusa. Sea finalmente tomada o no esa instalación, es evidente que Kiev ya siente el aliento de las tropas de Putin, y que el gobierno ucraniano sabe que si la capital es tomada su posición será la de derrota. Irán a por ellos para detenerlos, y eso puede suceder en el plazo de horas, pocos días. Los bombardeos se han sucedido esta noche en el entorno de la capital y Zelensky y resto de autoridades ucranianas, las legítimas, las democráticas, están camino de verse cercadas. Si las cosas continúan así el gobierno de Kiev tendrá que escoger en breve entre resistir y hacer frente a su captura o escapar en busca de lugar seguro. Ambas opciones serían consecuencia de una derrota militar.
Ante un avance militar tan intenso, que amenaza con lograr el poder nominal de la nación ucraniana en no muchos días, el escenario va cambiando por minutos y las opciones se reducen. Si Putin se hace con el control del país empezaría un proceso de resistencia interna en el que las tropas rusas serían objeto constante de ataques para desgastarlas. La oleada de refugiados que huirían del nuevo régimen impuesto desde Moscú sería enorme y la sensación de inseguridad en Europa difícil de ocultar. La guerra sigue, y la resistencia del ejército ucraniano con ella, y el apoyo de la movilización civil, requerida por Zelesnky, está ahí, pero las cosas no pintan nada bien para el pueblo ucraniano, su gobierno y la libertad. Putin, a tiros, parece ir ganando. Por ahora.
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