Aunque estemos viviendo días primaverales, el invierno no se acaba hasta dentro de unas cinco semanas, pero parece que antes que la ansiada primavera va a llegar la prima de riesgo, otro familiar, en este caso no deseado, del que no hablábamos desde hace mucho tiempo, porque había dejado de ser un problema, pero que amenaza con volver a causarnos dolores de cabeza. El tumultuoso episodio económico que vivimos en el, esperemos, tramo final de la pandemia, nos lo ha complicado todo y mostrado que, latentes, los problemas que amenazaban a la economía española antes de la pesadilla del covid ahí siguen.
Este repunte de la prima, que ahora se sitúa ligeramente por encima de los 80 puntos básicos (recordemos que llegó a superar los 600 en el verano de 2012, antes de las palabras del mago Draghi) surge tras unas declaraciones de Christien Lagarde, gobernadora del BCE, que han sido interpretadas como que la institución europea puede ser mucho más estricta de lo que se esperaba a la hora de luchar contra la inflación. Recordemos donde estamos. El escenario que se manejaba hace un año era el de que, con la extensión de las vacunas, la economía real iría remontando y ello haría, poco a poco, innecesarios los estímulos extraordinarios diseñados para combatir los efectos de la debacle causada por el Covid. A medida que la economía acelerase se retiraría el sobreestímulo y el proceso sería suave y progresivo. Eso era sobre el papel, pero la realidad ha sido bastante más complicada. Por el lado sanitario, el Covid nos ha proporcionado desgracias hasta casi ahora mismo, con la ola navideña global de ómicron como exponente, y eso ha hecho que 2021 haya sido un año de altas expectativas de crecimiento parcialmente frustradas. Por el lado de la economía real sí se ha producido el repunte esperado, pero se ha encontrado con enormes problemas “reales” en forma de rupturas de las cadenas de suministro y de atasco global, lo que se ha traducido en rupturas de stock y desabastecimientos variados. Algunos sectores lo han notado más que otros, pero apenas ha habido quien se haya librado, y parte de este problema de atasco global se ha derivado en un repunte general de los precios, que sorprendió a muchos al principio, se consideró como transitorio por casi todos al poco de empezar y, a estas alturas, se ha convertido en un enorme dolor de cabeza para todos. La inflación tiene su origen en problemas de la economía real, el citado colapso en la oferta, y el disparo de los costes energéticos, y en parte está también alimentada por el sobreestímulo financiero que han proporcionado los bancos centrales. Arreglarla, contenerla, sería por tanto un tema tanto financiero como de economía real, pero las autoridades monetarias sólo trabajan sobre uno de los frentes, y nada pueden hacer sobre la oferta de crudo, las restricciones en el suministro de gas, el colapso en los puertos o la escasez de microchips. Sus herramientas son mucho más virtuales, y sólo disponen de ellas. Actuar de manera restrictiva en política monetaria ante una inflación de costes como la que vivimos es un poco absurdo, pero no tienen otra alternativa cuando la variable inflación, la que tienen que dominar, se desmadra. La FED norteamericana empezó ya hace meses a endurecer el discurso, dado que allí el ciclo está más avanzado que entre nosotros y la subida de precios es aún más intensa, y el mantra que se repetía en los medios era que el BCE iría detrás, pero no inmediatamente, sino a un ritmo menor. Se anunciaría la reducción de compras extraordinarias de bonos por motivos pandémicos y las subidas de tipos serían algo que, en Europa, no se verían al menos hasta muy cerca del final de este año, cuando en EEUU se anticipan ya para el mes que viene, pero los datos de inflación no dejan de alarmar y las presiones para actuar sobre Lagarde crecen. Y de ahí que sus palabras fueran interpretadas como una señal de que el BCE se anticipa mucho más de lo previsto.
¿Consecuencias? El mercado de bonos soberanos se ha despertado, y las rentabilidades empiezan a subir, y claro, más las de aquellas naciones, como la nuestra, endeudadas hasta las trancas y que han tenido al BCE como casi único comprador de títulos de deuda, con la que hemos financiado los ERTE y todo el gasto extraordinario que nos ha causado la pandemia. Aunque los niveles que se ven ahora no son preocupantes, la tendencia parece haberse ya girado y encararíamos meses de subidas de tipos en nuestra deuda, por lo que ahí nos surgiría un coste imprevisto y creciente. Ese frente puede abrirse, y sabemos el enorme daño que nos puede hacer. Sí, la condenada prima de riesgo no se fue nunca.
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