A medida que avanzaba la campaña electoral portuguesa, cuyas elecciones tuvieron lugar el domingo, las encuestas iban reduciendo el margen con el que partía el socialista Antonio Costa, el anterior primer ministro, y avanzaban un escenario cercano al empate técnico con el partido social demócrata, que es como allí se llama la derecha convencional. El anticipo electoral, fruto del abandono de los socios de extrema izquierda al gobierno socialista, podía ser un enorme error para la izquierda lusa, que permitiría hacer ese chiste fácil al calificarla de ilusa por el error que podía llegar a cometer. Rui Río, candidato de la derecha, tras algunos fracasos, veía opciones para, sino gobernar, sí al menos intentarlo en función de los resultados.
La realidad ha resultado ser muy distinta, y sorprendente para casi todos. El partido socialista de Costa ha obtenido una clara y espectacular mayoría absoluta, tan rotunda como inexistente en ninguno de los pronósticos, y el resto de contendientes han obtenido resultados peores de los que tenían antes de los comicios. Río, la derecha, se ve abocado a dejarlo tras unos datos que le garantizan varios años de oscura oposición y muy escasas opciones de relevancia. Es probable que se retire, como dejó ver en su comparecencia del domingo. La extrema izquierda ha sido otra de las grandes derrotadas de estas elecciones. Causante de las mismas, al dejar caer el proyecto de presupuestos que llevaba el gobierno de coalición en el que estaba, ha sido castigada por un electorado que la ha visto como lo que era, culpable de obligarles a ir a votar otra vez. Los daños en esas formaciones son graves y van a tener que replantearse sus estrategias de cara al futuro, les esperan años en la sombra tratando de aprovecharse de los errores que cometa el gobierno socialista, y así poder conseguir el perdón y la vuelta de su electorado. El único partido que ha mejorado sus resultados, además del vencedor, ha sido la Chega, la extrema derecha, que ha aumentado notablemente sus escaños en el parlamento de Lisboa. Ese movimiento sí lo anticipaban las encuestas, pero ha sido aún más intenso y, sobre todo, ha logrado sobrepasar al resto de fuerzas minoritarias, por lo que aún a gran distancia, la extrema derecha es ya la tercera fuerza en Portugal. Hasta ahora los vecinos del oeste no tenían presencia significativa de este tipo de formaciones políticas, eran una excepción, pero la ola de populismo de derechas, proveniente del este de Europa, ha ido llegando hasta occidente y tras su consolidación entre nosotros ha brotado en Portugal, por lo que se acabó su excepción. Una pena. El que el gobierno Costa disponga de mayoría y no necesite a nadie para llevar a cabo sus políticas hará que este movimiento extremista tenga pocas opciones reales de condicionar nada de nada, pero como pasa en otros lugares, aquí desde luego, se abre un proceso de competición en la derecha, fragmentada, entre los clásicos conservadores y los extremistas, siendo estos últimos más activos en redes y en la creación de mensajes llamativos que consiguen la atención mediática. El panorama de la derecha portuguesa es, como mínimo, complicado, con los años de oposición por delante y la lucha banderiza por un espectro de voto que va a ver frustrados sus deseos y una doble oferta que trata de seducirlo. En este marasmo, la posición de Costa es de una comodidad envidiable, una solidez en el gobierno como no existe prácticamente en toda Europa, lo que sin duda generará envidias de todo tipo. Frente a eso, sin ir más lejos, el desastre que vivimos en España de desgobierno y oposición, o la frustrante elección presidencial habida en Italia estos pasados días, que ha mostrado la absoluta incapacidad de los partidos italianos para conseguir una figura de consenso que pueda relevar al ya anciano Matarella. Portugal, en el extremo del continente, es una excepción luminosa de estabilidad.
¿Lecciones prácticas de lo sucedido allí en nuestra política? Algunas, aunque las diferencias sociológicas y de sistema electoral las alteran bastante. La principal, para los socios del gobierno de Sánchez, es que más les vale no forzar la máquina y dejar que el gobierno aguante todo lo que pueda, porque un adelanto electoral, más si es forzado por Podemos, puede traducirse en el castigo que las encuestas aquí también les auguran. La derecha española también haría bien en pensar en que alcanzar la mayoría puede ser un logro posible, pero ni mucho menos sencillo, y fragmentada como está, venenoso. Y los encargados de las encuestas debieran analizar que es lo que ha fallado en Portugal para que los vaticinios acierten menos que un inexistente comité de expertos epidemiológicos.
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