El otro día les hablaba de la hipocresía que nos rodea, absoluta, pero no quiero que piensen en mi como un talibán de la moral, ni mucho menos. Todos tenemos incongruencias y actuamos de manera hipócrita en algún momento, y este que les escribe también, no poco. Si uno vive aislado en una cueva es capaz de llevar a rajatabla los imperativos kantianos que dictan su conducta, pero el contacto con la vida real hace que sólo los fanáticos puedan mantenerse impertérritos ante la realidad con la que viven, y el fanatismo es receta segura para la desgracia personal y, sobre todo, ajena. Se trata de saber negociar y ser conscientes de donde estamos realmente.
Esta semana el emir de Qatar ha visitado España. El recibimiento que se le ha hecho ha sido apoteósico, con todas las autoridades habidas y por haber puestas a sus pis, casi literalmente, en un ejercicio de peloteo que daba algo de grima, y que mostraba quién tiene dinero y quién lo necesita. Qatar es una de las naciones más ricas del mundo, debido a sus yacimientos de gas natural. Enclavada en una pequeña península que da del golfo pérsico, no muy lejos de las costas de Dubai y el resto de Emiratos Árabes Unidos, su régimen es una monarquía feudal, absolutista, regida bajo el designio del integrismo islámico, en su versión chií. Es una vulgar dictadura teocrática en la que los derechos humanos no existen y el sometimiento al régimen te garantiza un nivel de vida asombroso dados los recursos que el reino obtiene de la explotación de sus hidrocarburos. Las finanzas de esta nación son de una enorme simpleza; ingresa por gas y gasta en ocio y seguridad. Como otras pequeñas naciones de ese entorno, lleva un tiempo tratando de diversificar su economía buscando atraer turistas, occidentales ricos a ser posibles, y creando burbujas de disfrute de muy alto nivel económico. Qatar compró hace años el campeonato del mundo de fútbol, que tendrá lugar las próximas navidades, dado que sólo el calor es comparable al rigor de la policía de aquel reino, y se ha gastado miles y miles de millones en la construcción de enormes estadios para eso de pegar patadas a un balón, en el que la mano de obra empleada ha sido, fundamentalmente, semiesclavos del sureste asiático, filipinos sobre todo, habiéndose documentado numerosos casos de muerte y heridas provocadas por un régimen laboral digno del egipcio de los faraones. No se sabe a cuánto habrán ascendido las comisiones que se han llevado los muy corruptos dirigentes de la cosa esa del balón para hacer el campeonato allí y en esas fechas (quizás Rubiales tenga alguna grabación al respecto) pero lo cierto es que los recursos del emir lo compran todo. Ahora que estamos en guerra con Rusia y que el abastecimiento de gas a Europa peligra seriamente todos los productores que en el mundo haya de esa materia prima se convierten en jugosos amigos a los que pelotear para poder sacar algo que permita suplir la producción que viene de Siberia. Lo que han hecho las autoridades españolas esta semana es ponerse a los pies del emir para que aumente su producción de gas y parte de la misma nos la venda, transportada licuada en barcos metaneros, dado que no hay gaseoductos desde el Golfo a Europa. Ponerse de rodillas delante del dictador para obtener un gas que es consumido por empresas, particulares y, en su conjunto, toda la economía. Ante un otoño invierno que se presenta aterrador en lo que hace al suministro de energía (y ya veremos en qué más) España, como el resto de naciones, busca cubrirse las espaldas y aumentar la diversificación de su suministro, tratando de llenar unas reservas que no dejan de encarecerse. El corte de gas ruso, que todo el mundo da por sentado que sucederá, no implicaría un corte de suministro para España, dada nuestra baja dependencia de ese origen, sí lo supondría para otros países de la UE, pero en todo caso implicaría un disparo de precios en los mercados internacionales. ¿Tenemos recursos para hacerle frente a esa carestía?
Así que póngase en la piel del gobernante de turno. Por un lado, tenemos los principios de la democracia, el derecho, la igualdad y todas esas cosas que nos caracterizan, valiosas hasta el extremo, y por otro al ciudadano del país que tiene por costumbre cocinar todo el año y no pasar frío en invierno, y a las empresas, que emplean a los ciudadanos, y el gas es condición necesaria para que todo el sistema económico y social funcione. Principios o supervivencia. Escoja. Seguramente la inmensa mayoría abjurará de sus principios y, con repugnancia, entenderá lo que hemos visto estos días, en la confianza de que en invierno la calefacción funcione. Es así de simple y cruel. La realidad no es lo que deseamos que sea, sino lo que es, nos guste o no.
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