Hay imágenes que lo dicen todo, que apenas necesitan comentarios, y menos aún cháchara tertuliana. Se explican ellas solas. La ausencia premeditada de imágenes puede ser, aunque parezca paradójico, igualmente significativa. Lo que uno no muestra es lo que quiere esconder, para que no se sepa o porque no se quiere que el resto lo vea. Lo que se esconde es por valía o por vergüenza, y resulta sencillo acertar cuál es la causa por la que Zarzuela ha evitado por completo que no se publique imagen alguna del largo encuentro entre Felipe VI y su padre ayer en palacio. El que no veamos escena alguna ya nos dice la opinión del Rey sobre el asunto.
La visita de Juan Carlos no ha sido nada discreta, y quien esperase algo así es que vive en un mundo de fantasías, porque sólo el revuelo mediático que iba a rodar el acontecimiento lo iba a elevar a los altares de la actualidad. Dos años llevaba el Rey emérito sin pisar España, motivo más que suficiente como para que su reaparición despertase todo tipo de comentarios y expectativas sociales. Prensa y todo tipo de medios han colapsado la turística Sanxenxo, o como se escriba, convirtiéndola en el Puerto Banús del norte, con una jet de papel couché algo acartonado que rodea la figura del anterior Rey, en su proceso de ocaso. De las escasas palabras que ha dejado Juan Carlos en estos días se desprende que no parece tener un excesivo propósito de enmienda respecto a todo lo que le ha sucedido en los últimos años, y que le ha llevado a la impropia situación en la que vive. El desistimiento de la fiscalía respecto a las causas abiertas le ha dejado despejado el panorama judicial en España, aún no en Reino Unido, pero ha puesto sobre la mesa un conjunto de irregularidades que afean todo lo relacionado con su persona. Desde el momento que se produjeron varios ingresos por parte de sus abogados para regularizar deudas fiscales quedó impreso, negro sobre blanco, que se había cometido evasión fiscal por parte de Juan carlos, y sea ya punible o no, eso es lo que cuenta. Las explicaciones que el Rey emérito debe sobre sus finanzas no empañan su papel respecto a los momentos de la reciente historia de España en los que trabajó con denuedo para que la democracia se asentase, pero cuando a uno le pillan en delito fiscal, no tiene muchas excusas a las que agarrarse. Juan Carlos ha decepcionado a muchos, todos ellos pagadores de impuestos, y eso es lo que importa. El revuelo mediático de sus visitas a España irá disminuyendo a medida que estas se reiteren, y aparecerán nuevas polémicas que sepultarán a esta en el fondo de los titulares, pero el problema seguirá ahí. Reitero, no el legal ni el fiscal, sino el reputacional, el de la honra que sostiene la imagen de la institución que el representó. Juan Carlos debiera reingresar varios millones de euros a la hacienda española, como gesto de reconciliación no con la sociedad, sino con el fisco, y fijar su residencia en nuestro país, porque es absurdo que resida en Abu Dabi, lo defienda quien lo defienda. Su hijo ha impuesto un cortafuegos legal con él desde que hace dos años renunció a herencias y a todo lo que pueda provenir de su legado personal y familiar, y la no imagen de ayer en Zarzuela es un ejemplo de hasta qué punto el actual titular de la Corona sabe que su puesto depende de cómo se comporte delante de la sociedad, que no es súbdita. España es un país monárquico por lo práctico, no por creencia. Los experimentos republicanos han sido tan desastrosos que no nos vemos embarcados en otra, y la mera idea de tener a un jefe del estado, sea cual sea el poder que se le pueda asignar, que tenga unas siglas políticas por detrás nos espanta a muchos en este país de sesgos y banderizas. Esa es la principal baza con la que cuenta Felipe VI y por ahora, con su actitud responsable y recta, la está jugando con maestría. A buen seguro que con dolor, porque la mera contemplación de su familia allegada resulta ser un rosario de desgracias, dando un sentido muy particular, en este caso regio, al inicio de Ana Karenina.
Lo que también contemplo necesario en la figura de Juan Carlos, y veo con cierto asombro que nadie señala, es la necesidad de que pida perdón a su aún esposa, doña Sofía, reina emérita, que sigue manteniendo un prestigio social y respetabilidad fruto de su discreción y de la sensación general de estar ante una mujer engañada que ha debido de aguantarse por su responsabilidad institucional. Juan Carlos debiera ponerse de rodillas delante de ella y suplicarle perdón por lo que le ha hecho pasar en los años de infidelidad. De esa escena tampoco veríamos imágenes, pero debiera darse. Que sea en la intimidad, pero que se humille y suplique perdón ante la persona a la que, probablemente, más ha hecho sufrir en su vida.
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