Atando cabos y analizando fechas no es nada descabellado suponer que Marruecos está detrás del asalto a los móviles de Sánchez y Robles. Aquí pueden ver como algún medio digital muy afín al gobierno se lanza a esa piscina sin disimulo, regalando de paso la cabeza de la responsable del CNI a los sediciosos. Es probable que haya agua en la que zambullirse. El historial de incidentes en los que han estado implicados los servicios secretos marroquíes es amplio, ni mucho menos sólo en España. Su carácter agresivo y la profesionalidad de la que hacen gala los acredita como elementos de primera división en el tema, y no sería nada de extrañar que estuvieran detrás de todo este asunto. Ello, obviamente, no exime al gobierno nacional de dar muchas explicaciones sobre un tema que, como mínimo, es sucio.
El mundo del espionaje tiene mucho glamour y prestigio, pero a la hora de la verdad creo que es un asunto donde lo sórdido triunfa y la traición está a la orden del día. Que las naciones y empresas se espían entre ellas es algo conocido desde tiempos inmemoriales, porque lo que uno sabe del otro y logra ocultarle son dos de las armas más poderosas que cualquier agente tiene en un conflicto, negociación o guerra. El cine ha contribuido notablemente a elevar la imagen el espía al estatus de personaje que causa envidia por las intrigas en las que se mete y, de paso, las señoritas que se liga y beneficia, pero aunque puede haber algo de esto, creo que todo es mucho más prosaico. Si uno lee novelas sobre el tema escritas por personas que saben de esto comprobará que el poso que dejan estas historias es muy triste, porque el riesgo y la tensión están ahí, sí, el sexo bastante menos de lo que se muestra en la pantalla, pero la ocultación de la vida propia y el temor a saber que nadie es de fiar lo llenan todo hasta el punto de convertir la vida del espía en algo que da mucho repelús. Quizás sea John LeCarré el maestro en este género, sabedor del tema en carne propia y creador de personajes e historias excelentes. Sus novelas, centradas en la época de la guerra fría y la posterior caída de la URSS, revelan sujetos amorales, sucios, clandestinos, taimados y fríos, que saben que el fracaso es lo que les ha esperado a todos los que les han precedido y tratan de ser ellos los que se libren de una traición que siempre merodea por los pasillos. Graham Greene o Frederick Forsyth son también maestros del género, aunque creo que LeCarré está por encima de ellos. En España Javier Marías ha hecho del espionaje, con raíces británicas, un creciente protagonista de sus novelas, donde las tramas de acción son un poco lo de menos, pero en donde se vuelve a mostrar un mundo del que dan ganas de huir, de no ser parte de ninguna manera. El enorme éxito que tuvo Kim Philby en su papel de agente encubierto soviético en la Inglaterra de la postguerra fue el culmen del espía, la figura que reflejaba los sueños que existían en la sociedad sobre los agentes, propios y ajenos, que se multiplicaban por doquier en medio de la guerra fría. Era un momento de gloria en el que las potencias reclutaban personal sin límite para todo tipo de operaciones de información y contrapropaganda. Con la caída de la URSS cundió la sensación de que el espionaje era algo que se quedaba atrás, propio de una época superada, pero era evidente que quienes así opinaban conocían poco de la historia humana y de los insaciables deseos de superación de unos frente a otros. Simplemente el espionaje se reconvirtió, se alteró en sus modos y objetivos, se tecnificó y diversificó. Las maneras de acceder a la información han cambiado estos años a medida que la tecnología lo ha dominado todo, simplificando curiosamente la capacidad de robo y apropiación de datos que antes, sólo en soporte físico, exigían medidas igualmente físicas de intrusión, pero la cada vez mayor complejidad de la sociedad y sus actores ha disparado las ganancias derivadas de una política de control de la información y de acceso a la ajena, y quizás hoy sea cuando más se espía de toda la historia, empezando por el hecho de que cada uno de nosotros ya somos objeto de espionaje comercial por las marcas que, vía smartphone, intentan sacarnos hasta el último euro posible.
Los antecedentes de espionaje en España, los conocidos, se rodean de la chusca presencia de personajes como Villarejo y la glamourosa, por contraste, de Francisco Paesa y, entre medio, mucha oscuridad. El que haya accedido a los móviles gubernamentales, sea Marruecos o no, triunfó en su intento, y puede que también en los objetivos que tenía en esa misión. Fuera o no el reino alauí, la situación actual de las relaciones entre ellos y nosotros, tras el bandazo de hace no muchas semanas de Sánchez, demuestra hasta qué punto Marruecos tiene poder e influencia en su entorno, y es capaz de torcer la voluntad del gobierno que reside en Madrid, sea cual sea el color político. Cuadra que fueran ellos, tanto como descuadra que sea ahora cuando se publicite, como cortina de humo para tratar de salvar al desgobierno de sus propias crisis.
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