Ayer la FED, la Reserva Federal de EEUU, su banco central, actuó como estaba previsto y subió medio punto los tipos de interés, dentro del movimiento anunciado hace meses de subidas de tipos que pretenden elevarlos hasta valores en el entorno del 3%. Con el ascenso de ayer el tipo de interés en EEUU sube hasta el 0,75% y cada vez contrasta más con el 0% en el que sigue viviendo el interés en Europa. El ciclo norteamericano está mucho más avanzado que el europeo y, aunque padecemos problemas comunes, su economía ya está en una fase mucho más madura que la nuestra. Eso justifica el ascenso de tipos para tratar de crear un freno controlado.
Eso y la inflación, claro. A ambas orillas del charco los precios están disparados, y en ambos casos las fuentes que alimentan esa espiral son las mismas; un exceso de demanda que sigue saliendo tras el fin de las restricciones Covid, un desmadre en la cadena productiva y logística global que reduce al oferta de numerosos bienes o les encarece por escasez de suministros y una tensión desatada en los mercados energéticos, agudizada por la guerra de Ucrania, que hace que la energía sea muy cara y su coste se acabe filtrando por todas partes. Y todo ello aderezado con las inyecciones monetarias que los bancos centrales llevan haciendo desde antes de la pandemia y, sobre todo, desde que el maldito virus llegó hasta nuestros días. La misión principal de un banco central es la del control de precios, y ahora mismo esa variable está fuera de control en casi todas las economías occidentales. Cierto es que, como hemos visto, la mayor parte de las causas que alimentan la inflación no son estrictamente monetarias, aunque sobre esto hay discusiones intensas, pero el BCE o la FED nada pueden hacer para aliviar el caos en las terminales de contenedores donde no salen los chips y piezas necesarias o para que las bombas de extracción de crudo de otras naciones que no sean Rusia trabajen con más intensidad para suplir la oferta que se rige desde Moscú. Los bancos centrales sólo tienen herramientas monetarias, y les pasa un poco como a un carpintero, que tiene instrumentos adecuados para trabajar con la madera pero que, si se aplican a piezas de hierro, resultan poco operativos. Si se busca bajar la inflación el manual dice que hay que hacer caer la demanda para que la presión de los precios baje, y eso un banco central sólo sabe hacerlo vía subida de tipos. Eso tipos más altos encarecen el crédito, retiran dinero de la circulación y enfrían la economía, por lo que se acaba logrando que la demanda caiga. ¿Qué es absurdo actuar con estas herramientas ante una crisis producto de un shock de oferta? Sí, algo de razón hay en esa crítica, pero lo que no pueden hacer las autoridades monetarias es quedarse de brazos cruzados ante una inflación que se preveía temporal y lleva ya mucho tiempo destrozando las cuentas y economías de familias y empresas. El daño que hace esa subida de precios a la economía de un país es devastador, y es preferible un frenazo en seco antes que mantener un nivel de precios como el actual. Eso sí, estas medidas dejan ganadores y perdedores, como todas, y suponen un correctivo muy serio para aquellos que están endeudados, que hasta ahora han visto como su morosidad no les penalizaba en exceso en un mundo de tipos al 0% o, incluso, negativos. Hipotecas, deudas empresariales, bonos del gobierno, etc todo se va a encarecer y sus costes financieros, que vienen de mínimos históricos e irracionales, van a ir subiendo a medida que los tipos crezcan, a un ritmo distinto en unas economías que en otras, pero de una manera sostenida. Sin haberlos tocado en EEUU el euríbor ya se ha puesto en positivo, reflejo del cambio de ciclo.
¿Cómo nos pilla esta subida de tipos? A España lo hace con unos niveles de deuda pública escandalosos, de entorno al 120% del PIB. Ya eran elevados antes, pero la pandemia nos obligó a endeudarnos aún más, con títulos de deuda que el BCE compró a lo loco dentro de sus programas especiales por motivos pandémicos. Esas compras extraordinarias terminan a principios del verano, y con ello las primas de riesgo de las deudas periféricas empiezan a subir. La nuestra ya está en el entorno de los 100 puntos básicos (1%) y hace que el bono español a diez años se sitúe en el 2%. La retirada de estímulos y subidas de tipos nos va a llevar a escenarios que este gobierno nunca imaginó pero que la población aún recuerda, de aquel 2012 de infarto. Sí, el viento financiero empieza a ser frío y soplar de cara.
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