Aunque el título que he escogido para el artículo de hoy se puede aplicar casi en extenso a cualquier campo de la actualidad en la que vivimos, me quiero referir a un agujero negro real, de los que hay en el espacio exterior. Ayer se hicieron públicas las imágenes que demuestran la existencia del que se suponía que estaba en el centro de nuestra galaxia, y ahí lo tienen, con una forma de donut, o de rosquilla de San Isidro si quieren hacer homenaje a las fiestas locales, brillando en medio de la oscuridad. Las pruebas indirectas de la existencia de ese objeto eran muchas, pero hasta ahora había sido imposible observarlo. Desde hoy conocemos el aspecto de lo que se encuentra en el corazón de nuestra galaxia, esa que llamamos Vía Láctea.
Bueno, realmente la imagen tiene trampa. No podemos ver un agujero negro porque, por su propia definición, es invisible. Los agujeros negros son uno de los infinitos frutos que dio la teoría de la relatividad de Einstein, y se encuentran entre los más extraños. Las ecuaciones que describen el comportamiento de la materia en el espacio tiempo relativista permitían suponer que llegado un momento en el que se diera la suficiente concentración de masa en un espacio suficientemente pequeño la gravedad podría ser tan intensa que nada escaparía de ella. Realmente seguimos sin saber qué es la gravedad, pero funciona, y la mejor manera de entenderla es, por ejemplo, pensar en el espacio tiempo como una sábana sostenida en horizontal, como la tela que ponen los bomberos para sostener al que se cae al vacío. Si uno pone un peso en el centro de esa tela el tejido se deforma rodeándolo y cualquier cosa que pongamos en las cercanías del objeto, sobre la tela, “caerá” hacia él, acelerando a medida que se acerca al mismo, allí donde la pendiente de la tela es mayor. Lo que hemos tirado a la tela es “atraído” por el objeto que se encuentra en la mitad de la misma. Vemos a la gravedad en funcionamiento, o algo que es muy parecido. ¿Qué ocurre si ponemos cada vez más peso en medio de la tela? Ese peso cada vez estará más profundo y la pendiente de la tela será mayor, por lo que los objetos que le acercamos cada vez caen con mayor velocidad. La fuerza de atracción crece, la gravedad aumenta. Si queremos sacar algo del pozo que creamos cada vez nos cuesta más a medida que ese pozo se profundiza. ¿Un pozo infinito lo absorbe todo? El resultado de las ecuaciones dice que sí, y eso desconcertó a los científicos en su momento, porque si hasta la luz, según el gran Albert, es incapaz de salir de ese pozo infinito ni veremos el agujero ni sabremos que existe. Llamar agujero negro a este objeto físico es un gran logro científico, porque describe bastante bien lo que resulta ser, pero también poético, porque encierra tanta ciencia como misterio y arte. Realmente los agujeros negros han podido ser descubiertos por los efectos que crean a su alrededor, no por su mera existencia, porque como ya es sabido y comentado, la luz no puede escapar de ellos, y sin luz nada se ve. Podemos alcanzar a ver el llamado horizonte de sucesos, que es la frontera en la que la materia que allí se encuentra no cae por el agujero, digamos que la barandilla que separa el mirador del abismo, pero más allá no hay manera de ver o saber, es lo que se denomina una singularidad. Coja uno y divídalo entre ceo, y se encontrará no con un problema de matemáticas, sino de filosofía. A esa división le otorgamos un valor de infinito por convención, pero salimos deprisa de ese asunto porque nos pone algo nerviosos. Lo que vemos en esa imagen, en el centro de ese donut san isidrero, es la plasmación real del concepto de infinito en el mundo de la cosmología, allí donde la gravedad es tan absurdamente alta que nada escapa. Nada. Nada.
Esta imagen, como casi cualquier descubrimiento científico en la era de la complejidad en la que vivimos, es fruto de un enorme trabajo de cooperación internacional entre científicos, investigadores, técnicos, profesionales de todo tipo e instalaciones repartidas por todo el mundo. Colaborando y con paciencia, la ciencia avanza y hoy, en 2022, vuelve a demostrar que lo que se le ocurrió a Albert Einstein en su cabeza, y plasmó en un papel con un lápiz, es una realidad que corona nuestra galaxia, y que lejos de ser algo anecdótico, los agujeros negros pueden llegar a ser algo bastante común en el universo. Basta uno para propagar un bulo irracional, muchos son necesarios para comprobar la veracidad de las afirmaciones científicas. Es paradójico, pero ahí está el poder del conocimiento.
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