De las pocas cosas buenas que está teniendo la guerra de Ucrania está el que uno puede ver la actitud real de partidos, personas y naciones ante el drama que allí se vive, y así juzgarlos por los hechos, no por la presunta ideología que dicen enarbolar o se les atribuye. Tenemos en España partidos que se suponen opuestos en sus idearios, extremos cada uno en lo suyo, y que comparten sintonía con el sátrapa de Moscú y, encubiertamente, desean la derrota de los ucranianos, a los que desprecian soberanamente. Estos partidos y sujetos, bastante despreciables, son lo mismo, y lo vuelven a demostrar, a pesar de que, como les digo, luzcan o se les pongan etiquetas muy diferentes.
En todo este drama uno de los actores internacionales que suele ser relevante y que está fuera de juego es el Vaticano. El perfil adoptado por el Papa Francisco desde que comenzó la guerra ha sido escaso. Obligadas y suaves llamadas al diálogo y a la paz en medio de unos bombardeos y agresión unilaterales que suenan a chiste cuando no a sarcasmo, eso es lo único que ha salido de las portavocías vaticanas. ¿Era de esperar algo más? Pues sí y no. Me explico. Sí, por la relevancia de lo que estamos viviendo, por el absoluto drama que Rusia causa en Ucrania y por los miles de muertes, heridos y desplazados que se producen día a día. Sí, porque estamos muy lejos de un dilema moral, sino ante la presencia de un ataque de uno frente a otro, y aquí el evangelio permite pocas escapatorias. Y sí, porque ante guerras pasadas las posturas del Vaticano han sido mucho más claras y contundentes. Sólo tiene uno que recordar lo que expresaban desde ese estado ante las intenciones de invasión de Irak por parte de EEUU y la posterior guerra. La Santa Sede se unió a un clamor global con contundencia y poca diplomacia. Nada de eso se ha visto en esta ocasión. ¿Por qué? Las causas del no son variadas, y pasan desde la hipocresía profunda de la iglesia católica al miedo. Ante crisis de refugiados como las vividas en el Mediterráneo el Papa ha dicho palabras duras, necesarias, y ha acudido a lugares como Lampedusa para presenciar el desastre. Hoy, principios de mayo, más de dos meses de guerra después, al Papa ni se le espera, ni se le desea, en Kiev. No ha ido allí, ni si quiera a la frontera polaca a visitar a las autoridades que desde allí tratan de organizar los flujos de los que huyen de las matanzas. Intentó el Vaticano organizar un encuentro entre el Papa y el patriarca de Moscú, el infame Kirill, un clérigo al servicio de Putin que ha bendecido la guerra santa que el ejército ruso ha emprendido, y a tiempo, el encuentro se canceló, porque resultaba demasiado obvio que ese encuentro era un respaldo a las soflamas del Kremlin. En la Semana Santa el Vaticano, en el vía crucis que se realiza en el Coliseo, juntó el Vaticano en una de las estaciones a una ciudadana ucraniana ya a otra rusa, como gesto de reconciliación entre ambas naciones, pero casi todo el mundo, empezando por las autoridades ucranianas, entendieron que el gesto era ofensivo porque no estamos ante una guerra mutua entre ambas naciones, sino en el ataque unilateral de una sobre al otra y el intento de legítima defensa del agredido frente al poderoso agresor. Caín atacó a Abel, por usar símiles bíblicos, y no veo a los prelados de la iglesia juntando a ambos hermanos en un ejercicio de confraternización, sino que siguen considerando culpable al asesino, como lo es. Ante estos errores de bulto, demasiado serios y evidentes en una de las mejores diplomacias del mundo, el Papa ha optado por el silencio ante el tema, las declaraciones melifluas, vacías, y el ponerse de perfil. Sorprendentemente fue mucho más duro en un discurso de hace unos días con las suegras que con la dictadura putiniana. ¿A qué se debe esta actitud, este comportamiento tan decepcionante?
Lo cierto es que no voy a acusar al Papa de ser pro Putin, aunque creo que tiene más afinidades en su corazón por el Kremlin que por otros lugares, pero todo lo que vemos estos días es un nuevo ejercicio de la nauseabunda hipocresía que la iglesia practica, casi siempre, ante el poder y la violencia cuando ella misma puede ser víctima de ella. Criticar a EEUU es gratis para el Vaticano, y para cualquiera, pero oponerse a Putin puede costar la vida, y lo saben bien los familiares de los asesinados. El discurso eclesial ante Putin se parece muchísimo a las llamadas a la paz de la iglesia vasca, y nacional, ante los asesinatos de ETA, a la compresión de los prelados a los matones y a su desprecio a las víctimas. Salvaron así su pescuezo, pero no su alma. Y nuevamente, creo, se repite esa actitud vergonzosa.
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