Si Putin planteó la guerra de Ucrania como una operación rápida, sorpresiva e incruenta, al modo de lo que fue la toma de Crimea, hace ya muchas semanas que fracasó de la manera más estrepitosa. Si pensó que la ofensiva iba a servir para mostrar las maravillas de su ejército y la sofisticación tecnológica de la que presumía lo que estamos viendo es exactamente lo contrario, la necedad de una enorme y anquilosada fuerza, que es incapaz de crear una cadena logística de suministros apenas a decenas de kilómetros de su propia frontera. Si no fuese por la disuasión nuclear y el inmenso daño en vidas e infraestructuras que está provocando, el ridículo de Putin sería total.
Y si, como argumentaban los portavoces del Kremlin y el coro de pelotas que les siguen la corriente entre nosotros, la ampliación de la OTAN era la causa del miedo ruso y lo que le había obligado a actuar, el resultado de la guerra arroja, de momento, la más que probable duplicación de la frontera de la nación putinesca con la Alianza. La solicitud formal que han presentado Suecia y Finlandia para incorporarse al paraguas defensivo occidental es una de esas noticias que no son captadas directamente dada su enormidad. En estudios internacionales se ha usado hasta ayer, literalmente, el término “finlandización” para hacer referencia al comportamiento neutral y forzado de una nación que busca no estar en ninguna parte para evitar riesgos. Varias han sido las guerras en el pasado siglo XX que los rusos han disputado con los finlandeses, conflictos que se saldaron con ocupaciones parciales del país e incluso con la apropiación de ciudades y regiones fronterizas. Los finlandeses saben muy bien que es eso de que Rusia te ataque y haga daño. Tras la II Guerra Mundial Helsinki opta por un estatus internacional de neutralidad que, en plena guerra fría, le hace ser sede de numerosos casos de espionaje cruzado. Es el miedo de esa nación a las intenciones de su hostil vecino lo que la fuerza a no mojarse. Con poco más de cinco millones de habitantes (menos que la Comunidad de Madrid) una economía saneada y unas fuerzas armadas minúsculas pero modernas, saben los finlandeses desde antaño que apenas podrían hacer nada frente a un ataque decidido de Rusia, pero ese escenario no estaba en su mente. Era una sombra permanente pero no real. Ahora, desde el 24 de febrero de este año, esa sombra se ha materializado en tanques rusos viejos, que son destripables, pero que destruyen y matan, y el miedo a las pasadas invasiones ha vuelto al país de los mil lagos. Comprobar cómo naciones enanas como las bálticas no son tosidas por Rusia porque atacarlas sería hacerlo a territorio OTAN ha abierto los ojos a toda la sociedad finesa, y en una decisión sin precedentes, por enorme mayoría, su parlamento ha solicitado la adhesión formar a la Alianza, en la espera de que ese sea el seguro que impida veleidades rusas en el futuro. Suecia, vecino finés, tradicionalmente neutral pero con más población, recursos y capacidades, también se ha unido a su país hermano y ha puesto su firma en la solicitud de adhesión. No hay frontera física entre Rusia y Suecia, pero sí aguas limítrofes en el mar Báltico y algunas islas en disputa, así como el control de la ruta que da acceso al puerto de San Petersburgo, que ahora puede estar rodeado de territorio OTAN, con Helsinki al norte, Tallín al sur y Estocolmo de frente. Geoestratégicamente, el resultado de la jugada de Putin es un desastre en toda regla, porque de tener algunas zonas limítrofes relajadas ha pasado, ahora sí, a estar completamente rodeado por una alianza occidental que, hace apenas un par de años, languidecía entre el desinterés norteamericano y la incapacidad de los socios europeos. El desastre de Kabul pudo ser la puntilla para la organización, pero ahora va el listo de Vladimiro y le otorga una fuerza y sentido como no la había tenido desde los años ochenta. Asombroso.
Ante las solicitudes de adhesión, la respuesta de los aliados ha sido fulminante, prometiendo un proceso rápido, proceso que, en el tiempo que requiera, deja a esos países sin la protección efectiva del artículo 5 de defensa mutua y, por tanto, más vulnerables ante el enemigo, al haber enseñado sus cartas. Turquía sigue poniendo pegas a que ambas naciones se integren, y es probable que eso se traduzca en el habitual chantaje económico con el que Erdogan acaba transformando sus bravatas. Confiemos en que estos obstáculos se despejen y podamos dar la bienvenida a dos nuevos socios, países con los que ya compartimos pertenencia en la UE.
Subo a Elorrio este finde y me cojo el lunes festivo. El próximo artículo será el martes 24. Mucho ánimo con el calor, empezará a bajar el domingo.
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