En febrero, creo, TVE organizó el festival de Benidorm para escoger de manera alternativa una canción que representase al ente en el tortuoso festival de Eurovisión, donde nuestros resultados oscilaban desde hace décadas entre lo humillante y, a lo sumo, el bochorno. El festival fue un éxito en redes sociales, algo menos en audiencia, y generó una enorme y, a mi entender, estúpida polémica por algunas de las canciones y la que fue finalmente seleccionada. Como todo en nuestro cutre país, la política vino a ensuciarlo aún más y se juntaron los nuevos evangelizadores de la moral para decidir qué canción debió ser la escogida y lapidar a la que lo fue. Todo era patético, lleno de malas formas, insultos y agresiones verbales.
Tras aquello escuche las tres canciones que estaban en medio de la discusión; la ganadora, de Chanel, la de las tetas, de Rigoberta Bandini, y la de las Tantxugueiras, y ambas, muy distintas entre sí, me parecieron penosas, musicalmente horrendas. Nunca por propia voluntad escucharía algo así. Me da igual el mensaje o las letras de una canción, lo que me importa es la música (¿cuántos en España entienden, entendemos, las canciones cantada en inglés?) y en ese caso mi veredicto era claro, “zero points” para las tres. Pasaron las semanas, el odio fomentado desde las redes sociales por los nuevos obispos de la moral pública, ansiosos por quemar en la hoguera como lo eran los antecesores de los hoy en día consagrados, se fue apaciguando, sepultado por nuevos odios a nuevos asuntos, promovidos por ellos mismos o por otros sujetos igualmente evitables, y llegó la noche de Eurovisión. Como casi siempre TVE vendía que estábamos entre los favoritos, y la gala se presentaba con buenas expectativas para España, y la sensación general de que Ucrania arrasaría en el televoto. Apenas vi las actuaciones en sí, porque musicalmente Eurovisión apenas me dice nada, lo que me interesa son las puntuaciones, y contemplando varias veces el resumen de las distintas canciones que se emitieron en un largo y aburrido intermedio apenas me pareció intuir que la de Reino Unido y Suecia serían algo presentables. Cuando empezaron las votaciones comenzó a suceder algo raro, y es que España no hacía el ridículo. Más bien al contrario, varios “Twelve Points” nos elevaban a los altares de un pódium en el que Reino Unido y Ucrania iban en cabeza. Tras el voto de los jurados España quedaba tercera, algo no visto en décadas, y tras el televoto, la elección desde casa de los Eurofans, que pesa tanto como el voto de jurados, mantuvimos ese puesto, arrasando en ese caso Ucrania y llevándose el premio con una canción que, para variar, no me dice nada de nada. El resultado de Chanel fue excelente, lo mejor en casi tres décadas de participación, y ya desde la noche del sábado empezaron a lloverle elogios de los eurofans, pero es que la cosa iba a más. En la práctica, para España, Chanel había ganado, dado que la victoria de Ucrania se daba por descontada por motivos políticos, y nos habíamos quedado a unos pocos votos del representante británico. Y subidos a una ola de aclamación popular, empezaron las conversiones. Muchos de los que habían lapidado a Chanel en redes comenzaron a felicitarla, a sumarse de la manera más falsa e hipócrita posible a lo que era una ola de triunfo de la que no podían dejar escapar. El movimiento de falsedad más bochornoso visto en los últimos tiempos alcanzó cotas de sonrojo absolutas a lo largo de un domingo 15 en el que aquellos que habían amenazado con querellas en intervenciones parlamentarias insultando a la cantante hacían propio el éxito de España y de Chanel. Era patético. Ante los ojos uno veía cómo tuits de ira de hace apenas tres meses, escritos desde la más patética de las creídas superioridades morales se convertían en escritos de pelota alabanza a la cantante y todo su equipo. No había ni el más mínimo pudor o vergüenza, nada de nada, sólo aprovechamiento.
Vi la actuación después del concurso. La cantante y su equipo de bailarines se entregaron plenamente en un espectáculo que arrebató a los presentes en el recinto turinés en el que se celebraba el evento y lo dieron todo sobre la pista. Acrobacia y coreografía desatada en un tema que, musicalmente, me parece horrendo. Ella y el resto de artistas hicieron su trabajo perfectamente, y jurados y público así lo reconocieron. El resto es, probablemente, la antesala de la canción del verano de 2022, un gran éxito en lo profesional y personal para Chanel y la enésima confirmación del dicho que reza que las victorias tienen muchos padres y las derrotas son huérfanas. Vivimos rodeados de hipocresía y basura.
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