Difícil saber qué tuvo de espectáculo teatral y qué de real la conmemoración de ayer en Moscú. La liturgia, excesiva, y el despliegue de patriotismo militarista hasta dimensiones norcoreanas escondían el mensaje central de cómo Putin y todos esos señores obesos y llenos de medallas que le rodeaban analizan la guerra que se desarrolla en Ucrania. El líder ni arengó por la movilización general, ni decretó una guerra con ese nombre ni, desde luego, anunció alto el fuego alguno, por lo que nos dejó a oscuras. Se inventó nuevas excusas para justificar su carnicería y, eso sí, atacó a un occidente depravado, inmoral y corrupto, con la típica soflama de un puritano que se escandaliza por lo que ve. La pacatería moral unida a la inmoralidad del sádico violento.
En uno de los actos de la jornada de ayer Putin puso ramos de rosas rojas sobre los pedestales de distintas ciudades que, en su momento pertenecientes al régimen soviético, fueron escenario de duros combates contra el nazismo. No Moscú, a donde las tropas de Hitler no llegaron, pero sí lugares como Stalingrado, o tantas otras urbes masacradas. Era estremecedor ver la frialdad con la que el hipócrita dictador ruso honraba altares en los que se podía leer, por ejemplo, Kiev o Odesa, cuando a la vez, ese mismo día, las tropas rusas volvían a bombardear la ciudad portuaria del Mar Negro causando víctimas mortales. Presuntas honras a víctimas pasadas mientras que, a la vez que las rosas salían de su mano, nuevas víctimas se asociaban a la ciudad honrada. Ese es el cariz del personaje al que nos enfrentamos y el valor que otorga a las palabras y los gestos. Con una campaña militar que va camino del estancamiento y con bajas crecientes por ambos lados, Putin puede tener la tentación de cronificar el conflicto mientras sea capaz de aguantar en el poder y la sociedad rusa soporte las consecuencias económicas de las sanciones, pero no puede sostener una guerra eterna, ni el ni nadie, a media que los recursos se le vayan acabando. Serán los más viejos, sí, pero el ritmo al que los ucranianos destruyen tanques rusos es suficientemente elevado como para empezar a pensar que, aunque infinitos, no van a ser suficientes las reservas como para durar años y años. El número de soldados rusos muertos, muchos miles ya, empieza a ser difícil de enmascarar incluso para los vendidos medios progubernamentales. Mucho se especuló sobre si Putin exhibiría ayer algún triunfo, por ejemplo Mariupol, pero no hubo nada de eso. La sensación que queda tras la jornada de ayer es que hemos vuelto a superar otro punto que parecía clave en esta guerra sin que se haya producido ningún movimiento significativo, lo que me refuerza en la idea que les comentaba ayer de que realmente no tenemos ni idea de lo que pasa por la mente de Purin y de cuáles son sus planes en esta guerra. Quizás pretendía un golpe rápido que ha fracasado y ahora busca una manera de liquidar una situación empantanada, dicen algunos. Otros señalan que le mienten, por miedo, y no es consciente ni de lo que hacen sus tropas ni de lo poco que han conseguido. Los hay que afirman que todo va como suele ir en Rusia, lento pero imparable y que, al igual que en guerras como la chechena, los rusos avanzan muy muy despacio pero destrozándolo todo, de tal manera que la tierra quemada se extiende a medida que dan pasos y el enemigo se repliega, dejando un país arrasado en el que no hay futuro, y que esa táctica, nefasta en una guerra, es efectiva en caso de deseo de venganza. En fin, que no sabemos nada. Sorprendidos como estamos en pleno siglo XXI de ver tácticas añejas que creíamos abandonadas, las tropas rusas siguen sufriendo problemas logísticos impropios de una llamada superpotencia a la vez que el ejército ucraniano lanza contraataques en los que el suministro de armamento occidental cada vez tiene más peso, en medio de una economía nacional diezmada y que se acercará al colapso de una manera inevitable bajo la constante destrucción de infraestructuras. En una guerra de desgaste continuo los rusos tienen las de ganar, pero el desastre es enorme para ambos. De eso nada se dijo en el acto de ayer.
A la vez que Moscú se engalanaba, Zelensky publicaba un vídeo desde las desiertas calles de Kiev, que celebraba así, fantasmal, ese mismo día de la victoria, porque para los ucranianos que, como los rusos, estaban sometidos al poder de Stalin, el 9 de mayo también tiene un significado de liberación ante los nazis. Ahora el enemigo para el pueblo ucraniano no viene del oeste, sino del hermano ruso, del eslavo con el que compartes historia, destino y desgracias, que día a día les mata. Dijo Zelensky, en una arenga para dar moral a su pueblo y tropas, que en breve en Kiev se podrán celebrar dos días de la victoria, y en Moscú ninguno. Todo está por ver, pero yo al menos tengo muy claro por quién estoy dispuesto a sacrificarme, quién representa los valores que defiendo y quién es el agredido. Ayer un nuevo día de guerra terminó. Hoy empieza otro.
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