Al salir de casa esta mañana, una hora más tarde que el viernes pasado en términos solares, la misma según el reloj, hacía fresco, y eso es ya una novedad tras semanas de octubre cálido en el que los días han sido luminosos y llenos de calor y las noches ni mucho menos han sido frías. Ha habido un par de días o tres de lluvia, sí, que en algunos casos han sido generosas, pero desde luego insuficientes dada la necesidad que tenemos de precipitación pero, sobre todo, lo que ha hecho ha sido calor. Este pasado sábado, antes del cambio de hora, deambulaba uno por el centro de Madrid con la noche ya caída y lo hacía en mangas de camisa, asombrado de una estética de difuntos, de luces navideñas medio puestas, no encendidas, y de mangas cortas.
No sólo en España, la anomalía térmica de octubre ha sido extraordinaria en toda Europa occidental, propiciando escenas semiveraniegas en Alemania, Francia, Reino Unido y muchas otras naciones. Tras el extraordinario calor del verano de este año, el otoño ha decidido, en gran parte, ser una prolongación del mismo, agudizando el problema de la sequía que se sufre en gran parte del continente, y volviendo locos a agricultores y demás sectores que viven del campo y el clima, en un ejercicio que no les ha dado tregua alguna. Las consecuencias negativas de todo este descoloque de temperaturas son muchas, y aunque no se vean a simple vista, tienen efectos profundos en los ecosistemas que nos rodean, y no es mi papel aquí minimizarlas, pero esta bonanza nos ha dado una tregua de cara al gran problema que se nos vendrá encima cuando el frío llegue de verdad, cosa que puede suceder para finales de esta semana. En medio de la guerra de Ucrania, con el chantaje energético al que nos somete Putin, y con los precios de los suministros por las nubes, que durante todo octubre no haya hecho falta encender las calefacciones es un regalo, un chollo que el cielo nos ha brindado, y que ha supuesto todo un alivio para empresas, familias, comercios y todo el mundo. Día en el que los termómetros ha escalado de manera descarada por encima de los veinte ha sido un día en el que calderas y demás sistemas de calefacción han estado apagados, consumiendo el ideal para cualquier factura que hay que pagar: nada. Las familias, agobiadas con una inflación altísima que les acorrala en la cesta de la compra ven con pánico el momento de tener que poner en marcha algo, lo que sea, para calentarse, a sabiendas de que lo que se supone que se pagó en el pasado no llegará para cubrir ni la mitad de lo que hará falta en este invierno. Por ello, el sol radiante, el viento cálido, la ventana que en muchos mediodías se ha abierto dejando que por ella entre un aire nada frío, que de octubre sólo tenía el número y nombre de la hoja del calendario que en una esquina la corriente agitaba, ha supuesto la mayor ayuda posible para los presupuestos familiares. Me atrevo a decir que estas semanas de calor inesperado han retrasado nuestra entrada en la recesión, porque lo que no se ha debido gastar en calefacción se ha podido destinar al sablazo de la compra y a otros gastos necesarios, sosteniéndose así un consumo que da evidentes muestras de ralentizarse, incapaz de seguir la senda de los precios. A medida que las temperaturas caigan la necesidad de calor empezará a crecer en la mente y las cuentas de las familias, y lo que se gaste en eso no se podrá destinar a otras partidas, por lo que la renta disponible caerá. En cierto modo el octubre cálido ha actuado como un subsidio que ha permitido vivir sin costes de calefacción, como si, haciendo frío, un agente externo nos hubiera pagado esas facturas de manera directa. Y no sólo aquí. Toda Europa se ha visto beneficiada por esta anómala ola de calor, que ha retrasado la llegada de unos fríos que, en el continente, hacen ya de octubre un mes digno de usar ropa gruesa.
Por este motivo, principalmente, la cotización del gas ha caído en los mercados y las reservas nacionales se han podido llenar más aún, por una demanda más floja de lo inicialmente previsto. ¿Motivos para el optimismo? Pocos, porque cuando las temperaturas bajen y el suministro ruso no llegue varias naciones deberán vivir de las reservas, que bajarán a gran velocidad, y los precios del gas volverán a subir, pero en la guerra que mantenemos frente a Putin octubre ha sido todo un aliado para nuestros intereses, nos ha dado una ventana de oportunidad para retrasar los momentos duros, que me temo llegarán. Por eso, pese a los problemas que supone, el calor de octubre ha sido una buena noticia para una Europa en guerra.