Hoy subirá los tipos el BCE y las presentaciones de resultados de ingresos y beneficios de las compañías se suceden en bolsa, donde se vive un rebote desde hace una semana. Ayer, al cierre de Wall Street, presentó el estado de sus cuentas Meta, la empresa de Mark Zuckerberg, matriz de tres marcas universalmente conocidas: Facebook, Instagram y Whatsapp. Los números que dio sobre ingresos y facturación en el tercer trimestre del año no gustaron mucho, y tras una sesión a la baja, el valor llegó a desplomarse hasta un 12% en la cotización posterior que se produce al cierre del mercado. A la hora en la que escribo esto, poco antes de las 8 de la mañana española, Meta cotiza a -19,66% en el postmercado.
¿Ha dejado de ganar dinero la empresa? No, desde luego que no, pero el ritmo que presentan esos ingresos se está frenando de una manera decidida, y en gran parte eso se debe a un concepto en el que Zuckerberg ha puesto todos los huevos de su imperio, una cesta llamada Metaverso. La obsesión de Mark por que llevemos nuestras vidas a un mundo virtual es la manera que ha encontrado para volver a seducir a los millones de usuarios que se dieron de alta en Facebook y llenaron de vida esa red pero que, cada día, muestran una menor actividad en sus muros y otros lugares habilitados para ello. Facebook está decadente, algo que les pasa a todas las cosas una vez que dejan de ser novedad y se convierten en rutina. Y una red decadente factura menos por publicidad, que es el gran negocio financiero de la empresa. Si a ello sumamos las inversiones enormes que Meta debe estar realizando en personal y sistemas para el desarrollo del metaverso, podemos entender que los flujos de caja arrojen beneficios menores. No es un gran problema si todos, empezando por los inversores que se juegan su dinero, creen en las bondades del mundo virtual vendido por Meta, pero ¿qué pasa si el metaverso no funciona? O, funcionando, ¿resulta ser algo mucho menos relevante de lo que la empresa vende? En ocasiones pasadas se ha repetido el mantra de que una determinada tecnología iba a revolucionar un sector y se realizaron grandes inversiones en ella. Luego la realidad demostró que estábamos ante una ilusión que sólo generaba costes. Así, de golpe, se me ocurre el revuelo que se organizó con el 3D en los cines, vendido como el revulsivo de las salas y la experiencia visual. Se empezaron a vender incluso televisores que soportaban la emisión en 3D para poder ver películas y otros contenidos de manera tridimensional en casa, todo ello con las preceptivas gafas, algunas más aparatosas que otras. Transcurridos unos pocos años el recurso a la tridimensionalidad en las salas es prácticamente nulo, y los exhibidores bastante tienen con sobrevivir tras los estragos pandémicos. La televisión y las series han arrasado con las salas y han llevado a las casas los estrenos producidos por plataformas de streamming, cosa que casi nadie previo, pero el personal se sienta ante televisores planos de toda la vida, que emiten en el convencional 2D. Y si encuentra alguna tienda que venda gafas de 3D es probable que se las regale para que se las lleve y deje sitio en los almacenes para otro cachivache. El metaverso tiene ante sí lo más complicado para predecir, la incertidumbre, y eso hace que dentro de unos años puede que estemos hablando de la realidad de la red, del entorno que es el mayoritario o, por el contrario, que sea recordado como un fiasco más de unos visionarios que se equivocaron en su apuesta, y que sólo generó costes y pérdidas. O que, en un punto intermedio, se haya convertido en un nicho exitoso en ciertos entornos, como el de los videojuegos o en experiencias inmersivas de viaje y ocio… A saber. Es esa imposibilidad de conocer lo que puede acabar sucediendo lo que, en el fondo, empieza a ser una losa en la valoración de la empresa, y eso penaliza sus datos. Los inversores pueden ser más impacientes de lo que cuesta un desarrollo técnico o un proceso de implantación en el mercado, y eso es capaz de llevarse la idea, económicamente, por delante.
En general, el mundo de las redes sociales se enfrenta a su estado de madurez en lo que hace al ciclo empresarial. Las clásicas, pongamos Facebook, Twitter e Instagram, han tocado techo en su número de usuarios activos, o están en un proceso de ascenso muy contenido, y cada vez son más noticia por los problemas que generan y las broncas que en ellas se dan que por su aportación a la cadena de valor empresarial. La única red que sigue creciendo con fuerza es Tik Tok, china, no controlada por Silicon Valley. ¿El futuro de las redes que conocemos es la debacle que vive Snapchat? Lo que fue un pelotazo, la red de mensajería instantánea en la que los mensajes se autoeliminann al poco tiempo, languidece en bolsa. El tiempo lo dirá.
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