Si algo nos ha enseñado la guerra de Ucrania es a ser muy prudentes a la hora de hacer predicciones. De hecho, callarnos es lo mejor que podemos hacer en situaciones como estas, dada la volatilidad de los acontecimientos. No iba a haber guerra era un mantra que se demostró falso en febrero. Kiev caerá en pocos días se vio como una certeza hundida en la miseria ya en marzo. La aplastante superioridad del ejército ruso garantiza su imbatibilidad, otro lema que cada día de combate demuestra que no es más que una rémora de un supuesto pasado glorioso, y así todo. Si esperan aquí previsiones, lo siento, pero no las haré.
Resulta asombroso comprobar cómo el proceso de reconquista del ejército ucraniano de los territorios asaltados por Rusia se topa con unas fuerzas que huyen en desbandada, que se rinden, que apenas tienen soporte logístico y que son poco más que un grupo de militares rasos abandonados a su suerte. Zonas que, de manera falaz, Putin consideró como nuevo territorio de Rusia tras los referéndums de anexión de la semana pasada se han vuelto a convertir en lo que eran, territorio ucraniano, gracias al avance de las tropas de Kiev. Bien organizadas, con armamento e inteligencia occidental, abastecidas y, sobre todo, con moral de victoria y destino, dado que defienden su país, el ejército ucraniano se está mostrando muy por encima de cualquiera de las divisiones rusas, que son, militarmente, decepcionantes. Poseen armamento viejo, su logística es muy inadecuada, su cadena de mando apenas es capaz de dirigir operaciones que se escapen algo de la línea de frontera anterior a la guerra, y la tropa no presenta ningún ánimo de combate ni capacidad de resistencia moral. Sí, son buenos exterminando civiles, destruyendo, rapiñando, robando, abusando de una población que no posee medio alguno de defensa, pero ante contingentes militares organizados muestran una incapacidad impropia de una milicia que se pueda considerar como tal. Las anunciadas y publicitadas inversiones en el ejército ruso, proclamado por el kremlin como el segundo del mundo tras el imbatible norteamericano, se muestran como poco más que palabrería hueca, mera pose. Si se ha gastado todo el dinero que se ha dicho en dotar de recursos y modernizar al ejército parece evidente que el mayor de los importes de esa inversión ha ido a las dachas y otras mordidas de los altos generales, y a todo el entramado de corruptelas que ha podido crecer en el entorno del putinismo, pero muy poco a lo que realmente importa; logística, entrenamiento, material y tecnología. El ridículo global que está haciendo el ejército ruso es algo que está siendo observado en todo el mundo, y que puede tener enormes consecuencias mucho más allá de Ucrania. Rusia, como tal, es un estado monstruoso que gobierna un territorio inmenso lleno de nacionalidades y etnias que están sometidas al poder de Moscú gracias al miedo que genera el potencial militar ruso y la facilidad con la que se acude a él. El ver la inoperancia de las fuerzas rusas puede animar a muchas repúblicas y enclaves, piense usted en toda la ensalada de nombres conflictivos que anida en el Cáucaso, a intentar una revuelta, ahora que parece evidente que las temibles tropas rusas son mucho más vulnerables de lo que se esperaba. En definitiva, la estrategia que desarrolla el Kremlin en Ucrania es una extensión de las maniobras soviéticas de décadas pasadas, y se está mostrando como lo que era, un recuerdo, un ejercicio de museo. ¿Quiere decir esto que Rusia va a perder la guerra? No lo se, pero esa alternativa, que parecía disparatada hace unos meses, se empieza a tener muy en cuenta por parte de los expertos en la materia. La derrota ucraniana ya no es inapelable, ni mucho menos, o al menos si nos referimos al enfrentamiento de ejércitos convencionales.
El matiz que esconde la anterior frase es muy importante. Si la disuasión convencional no funciona, si el ejército ruso de toda la vida no se impone, la tentación de usar otro tipo de armamento por parte de Putin crecerá día a día. Uno de los supuestos en torno a los que gravita todo este grave asunto es que el destino del propio Putin será el mismo que el de la guerra, y que una derrota militar acarrearía su caída, lo que en Rusia es algo muy muy literal. Y eso Putin, que hoy cumple setenta años, lo sabe, y hará todo lo que esté en su mano para evitarlo. Por eso la gravedad de la guerra crece a cada día, y el escenario de una victoria ucraniana y una derrota rusa, que no son exactamente lo mismo, abre nuevos miedos e incertidumbres.
Subo a Elorrio y me cojo dos días. Como el miércoles 12 es festivo, nos leeremos nuevamente el jueves 13. Pásenlo bien y cuídense.
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