No les engaño. Me vence la melancolía cuando contemplo cono en naciones de las que uno espera respuesta, como es el Reino Unido, recibe las mismas inutilidades políticas y de gestión que vivimos en nuestro día a día patrio. El que generaciones sin fin de españoles hayan emigrado a las islas para escapar de nuestra necedad las ha convertido en un destino al que, siempre, existe una probabilidad de volver a ver como refugio. Nunca descartemos nuestra total deriva. Pero ¿qué pasa cuando el visto como puerto seguro se embarca en su propia debacle? No tengo muchas respuestas. Las primeras semanas del nuevo gobierno conservador sólo me crean temores.
Tras la debacle de Borish Johnson los conservadores se embarcaron en la elección de un nuevo líder y primer ministro, dadas las normas políticas que allí se llevan. Unas pocas decenas de miles de personas iban a escoger al que rigiera los destinos de los más de sesenta millones de británicos. El éxito o fracaso de su elección correspondería sólo a ellos. A la carrera se presentaron varios candidatos y, finalmente, sólo dos de ellos llegaron al final. El ex canciller del Tesoro Rishy Shunack, creo que se escribe así, y Liz Truss, que fue ministra en anteriores gabinetes conservadores. Ambos candidatos eran flojos, vistos de manera objetiva. Con poco bagaje, ideas muy generalistas, escasa capacidad en su discurso público y, en general, un ansia por el poder desmedida para su corta trayectoria. Si me apuran, entre ambos, hubiera escogido al ex responsable de economía por la cosa de que, al menos, él ya se había enfrentado durante un tiempo, corto, con los dolores de cabeza del presupuesto y la deuda, y sabía que no todo discurso ideológico se puede traducir en medidas de gasto. Tras la votación entre las bases conservadoras Truss ganó por amplia mayoría, encumbrada en un discurso que quería recordar a Margaret Thatcher y que, ya entonces, parecía poco más que una mera campaña de marketing. A Shunak le restó muchos apoyos internos el haber sido la gran dimisión que abocó la caída de Johnson, y su imagen de Bruto apuñalando al César le condenó. Pudiera uno pensar que todo esto sucedió hace mucho, pero es apenas un mes lo que ha transcurrido desde la elección de Truss, y en ese mes la mitad del tiempo ha sido suspenso por todo lo relacionado con el fallecimiento y exequias de Isabel II. Es decir, apenas dos han sido las semanas en las que Truss ha ejercido su cargo, y el balance es, realmente, desolador. El anuncio de sus medidas económicas ha provocado un desastre total en los mercados británicos, con el hundimiento de la libra y el disparo de los tipos que soporta la deuda nacional, y los que pagan sus créditos allí. Truss se ha envuelto en una bandera ideológica que, como todas, tiene algunos puntos débiles y otros acertados, pero como todas las que se enarbolan con pasión, llevan a cometer enormes errores reales en base a supuestas maravillas teóricas. Tras una rectificación parcial de sus decisiones, esta semana la calma ha vuelto, por ahora, a los mercados, pero esto puede ser un espejismo de un par de días. El discurso que hizo ayer Truss en el congreso conservador de Birmingham fu un alegato en defensa propia, ante un auditorio que, no lo olvidemos, al escogió por una amplia mayoría hace un mes, ¡un mes! y que ahora la contempla con temor ante la deriva de los acontecimientos. Las encuestas electorales de estos días describen una debacle absoluta de las expectativas conservadoras, con los laboristas adelantándoles por cerca de treinta puntos y con unas expectativas de escaños ridículas, lo que llevaría a la pérdida de ingresos públicos a gran parte del auditorio ante el que se examinaba Truss. Pocas veces se ha visto un estreno político tan calamitoso como el que ahora contemplamos, y a tal velocidad de derrumbe. Propios y extraños miran con asombro lo que allí está pasando y, la verdad, se entiende muy poco.
El partido conservador británico, los Torys, es una fantástica máquina diseñada para alcanzar y retener el poder, y en estos últimos años está ofreciendo un espectáculo de incompetencia y necedad que no se si tiene parangón con el pasado. Cameron, May, Johnson, Truss.. los presuntos líderes de la formación, escogidos entre los suyos, se suceden en periodos cada vez más cortos, dominados por el caos y la improvisación. Con el Brexit de fondo, y una economía que pretende navegar sola en aguas cada vez más turbulentas, el fracaso de las élites conservadoras a la hora de escoger liderazgos y ejercerlos resulta demoledor para las expectativas de un Reino Unido en horas muy muy bajas.
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