Aderezados con la escena de sofá que simboliza el acuerdo entre las dos almas del desgobierno, Sánchez y YoYolanda acordaron el proyecto de presupuestos generales del estado, los terceros y últimos de esta legislatura, que se presentan en plazo y forma a las cámaras para que los debatan y sean, en su caso, aprobados para entrar en vigor el 1 de enero de 2023. Es un presupuesto ultraexpansivo, que dispara el gasto, que lleva muchos regalos con vista al largo ciclo electoral al que nos aboca el año que viene. Incluye enormes subidas en las pensiones, del 8,5% y aumento del salario de los empleados públicos, así como otras líneas de ayuda, vendidas como ultrasociales. Lo son en algún caso, en otro, no.
Con un nivel de deuda pública que, actualmente, ronda el 115% del PIB, una de las grandes preguntas es cómo se va a financiar este gran incremento de gasto, especialmente el de las pensiones, que cada vez suponen una cuota más importante del presupuesto, hasta prácticamente arrinconar todo lo demás. Los ingresos vendrán de tres vías. Una, impuestos extraordinarios, tanto en concepto como en recaudación. En concepto, porque se crean figuras tributarias para “que paguen los más ricos” que quedan genial como eslogan de campaña y que apenas aportan nada, y en recaudación, porque la inflación galopante que vivimos y la negativa de Hacienda a deflactar las tablas supone una ganancia extra para el erario púbico que es, en gran parte, confiscatoria, dado que los impuestos progresivos como el IRPF castigarán más unas rentas que no suben por incremento de la riqueza, sino por devaluación monetaria. La segunda fuente de ingresos, también extraordinaria, son los fondos europeos del programa Next Generation, el dinero del plan de recuperación pandémica. Son decenas de miles de millones de euros que se pintan en el presupuesto de ingresos, pero que no está claro que se vayan a absorber ni en tiempo ni en forma. De la efectividad de esos fondos se ha escrito muchísimo, pero de la visibilidad de lo que se logra con ellos apenas se sabe nada, porque todo es un marasmo de burocracia y requisitos que convierten el flujo de dinero líquido en una especie de lodo pastoso que apenas avanza. La propia inconcreción del plan y los requisitos infinitos que Bruselas impone a todo lo que se financie con sus recursos pueden acabar convirtiendo a este vendido maná en un bluf de grandes dimensiones, pero como ingresos previstos figura, por lo que a ese capítulo aporta, al menos en los presupuestos teóricos. El otro sostén de la financiación, es, por supuesto, la deuda, que no tienen pintas de ir a menos. Salvo por el efecto de reducción que supone el que crezca el PIB, que está en el denominador, el ratio de deuda seguirá estable o creciente, porque el gobierno sabe que una de las pocas bazas que tiene para mantenerse en el poder y sacar buenos resultados en las próximas elecciones es mantener el ritmo de gasto desbocado, por lo que no se contempla plan alguno de amortización de emisiones y de reducción de los volúmenes de deuda. Eso suena a austeridad, y no da votos. ¿Cuál es el problema de fondo de estos presupuestos? Si se fijan, los ingresos que los soportan son no recurrentes, es decir, se dan de manera excepcional. Los fondos europeos pandémicos son un programa excepcional de la UE con un plazo de ejecución fijado (que se alargará infinitamente para gastarlo, pero no para recibirlos) y la sobre recaudación de impuestos proviene de una economía con un PIB creciente y una alta inflación. Es decir, estas cuentas presentadas ayer son sostenibles en condiciones muy especiales, pero se convierten en inmanejables si algo no va como está previsto, y en las previsiones del gobierno el escenario que se pinta para 2023 no es, ni mucho menos, prudente. Se rebaja el crecimiento previsto, pero se sigue suponiendo un ejercicio de expansión del PIB, cuando los tambores de recesión cada vez suenan más fuertes.
Con los tipos de interés disparados, lo que supone un encarecimiento de los costes de financiación de nuestra deuda, y la actividad a la baja por el coste desatado de la energía y la incertidumbre derivada de la guerra, es muy probable que el PIB no crezca para nada lo que se ha previsto, y por ello los ingresos bajen y los gastos crezcan, por lo que el recurso a la deuda se deba incrementar si se quieren mantener unos desembolsos que tienen un buscado rédito político en forma de votos. Estas cuentas, que tienen muy elevadas probabilidades de ser aprobadas, corren el riesgo de convertirse en ficticias en pocos meses, si las cosas se tuercen como parece que ya lo están haciendo. ¿Cómo afrontaremos una crisis entonces?
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