El nombre de Mahsa Amini no les sonará mucho, y debiera. Es una de esas personas a las que el destino le ha puesto a las puertas de la historia, llevándose su vida por delante y sirviendo de ejemplo a muchas otras personas. Todos recordamos quién era George Floyd, y nos suena su rostro, y las protestas que generó su muerte. Pregunte usted si a alguien le suena Masha Amini, es probable que se encuentre con el desconocimiento. Lo que es seguro es que el rostro de Masha sea una imagen que no figure en ninguna de nuestras mentes, porque fue precisamente mostrarlo, liberarse de la cárcel que lo cubría, lo que provocó que fuera detenida, torturada y asesinada por la dictadura teocrática iraní.
Son ya dos las semanas que dura la protesta en Irán por parte de la sociedad civil, con especial representación de las mujeres, que han visto en el asesinato de Masha la gota que ha colmado el hartazgo y hecho evidente a todo el mundo la opresión infame bajo la que viven, y esto último no es sólo una metáfora, sino el mero reflejo de las vestimentas que les son impuestas para cubrirse de continuo en su vida exterior. Para los ayatolás que rigen esa teocracia la mujer es impura, una mera vasija para tener hijos, una esclava al servicio del marido y, si me apuran, un juguete con el que regocijarse y dar placer al hombre, pero nada más. El estatus de la mujer bajo el islam es el de sumisión, no hagan caso a los que les cuenten cuentos blanqueadores, y cuanto más integrista es la visión islámica, más aplastada está la mujer, hasta unos niveles que dejan el machismo que conocemos convertido en pura cultura de liberación. En la dictadura iraní todos los ciudadanos son súbditos del régimen, lo que es común en todos los países en los que impera un poder tiránico, pero el caso de las mujeres es de una infamia absoluta. En esto el chií Irán en nada se distingue del suní Catar o Arabia Saudí. Sus gobiernos están enfrentados y se odian, pero sea cual sea el tipo de turbante que luzcan o las ideas que posean sobre la interpretación coránica, la inquina que tienen sobre las mujeres es idéntica. Para ambos son sus meras esclavas. Una situación así, en tiempos de protestas feministas en todo occidente, debiera convocar movilizaciones masivas en nuestras calles de apoyo a las mujeres iraníes, mensajes continuos en redes sociales contra el régimen y movimientos de boicot a su economía y dignatarios, pero no se produce nada de eso, nada de nada. No hay apenas reacción social en nuestras calles ante las protestas que se viven en Irán. El viernes pasado un grupo de mujeres iraníes se manifestaban en uno de los cruces de la madrileña Gran vía, pero eran pocas, apenas una treintena. Llevaban pancartas y mensajes de protesta abundantes, pero no contaban con mucho respaldo local. Y, por supuesto, ninguno institucional. Ni el gobierno regional ni el nacional han dicho nada sobre lo que pasa en Irán, y apenas un par de tuits ese Ministerio de Igualdad que no deja de hacer campañas ridículas e ilegalmente contratadas y diseñadas ante cualquier cosa pero que, ante el maltrato, asesinato, sometimiento de la mitad de la población iraní, lo único que hace es callar. La hipocresía que, en general, occidente, y especialmente, los que se rasgan las vestiduras todos los días presumiendo de su feminismo para quedar bien, ante lo que pasa en Irán, es una vergüenza. Ni actores ni personajes públicos ni cansinos activistas ni nada de nada. Irán no existe. Más allá de los presuntos vínculos financieros entre el régimen iraní y los medios y estructuras podemitas, que hacen que criticar a quien te paga suponga un riesgo para el empleado, no hay relevancia en nuestros medios de comunicación de la revuelta que se vive en Irán. Es asombroso, es triste, es infame.
En Teherán, los que luchan por la libertad de su país están solos. Y ellas, todas ellas, están abandonadas a su suerte. Supongo que el cutre silogismo de que Irán es anti EEUU sigue reconcomiendo la mente de tanto progresista anclado en la vida anterior a la caída del muro, y eso les impide criticar a la feroz dictadura que, desde que cayó la del Sha, rige los destinos de aquella nación con puño de hierro y velo cerrado. Las valientes que salen a la calle en Irán se juegan su vida, no su empleo o algunos ingresos, por una libertad que no han conocido ni ellas ni sus madres ni sus hijas. Y los privilegiados de esta parte del mundo, que gozamos de derechos y los defendemos sin cesar, sin riesgo alguno en nuestras demandas, les hemos abandonado.
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