Se bastante menos inglés del que debiera y necesitaría. Desconozco si en su lengua existe la palabra esperpento y, sobre todo, si tienen en la mente el concepto que en España asociamos a ella, esa mezcla de caos, cachondeo, ridículo, absurdo y desquicio que rememora la palabra. Son en las islas flemáticos por tradición, amigos de la ironía y de esconder sus sentimientos, llevan a gala el distanciarse de los problemas y mantener la calma ante ellos. Supongo que, con todo lo que está pasando, si Churchill, o la recientemente fallecida Isabel II se levantasen de su tumba volverían a morirse, agotados, tras dar una buena paliza a los políticos que ahora dicen desear gobernar el que fue su país.
Liz Truss ha batido el récord de brevedad en el 10 de Downing Street y no hemos llegado a saber nada de su vida y milagros, más allá de los breves que se elaboraron tras su nombramiento. De los 45 días que ha permanecido en el cargo unos cuantos no tuvo que hacer nada porque el país estaba de luto por la muerte y sepelio de The Queen, por lo que no han sido sino tres semanas las que ha ejercido. En la primera presentó un presupuesto inviable y casi hunde la libra y la deuda británica. En la segunda trató de defenderse del caos y empezó a cesar gente a su alrededor para salvarse, y en la tercera ha terminado por dimitir tras nombrar a un ministro de finanzas que deshizo toda la propuesta económica de Truss. Desastre total. El partido conservador, una formidable máquina a la hora de alcanzar y mantener el poder se ha convertido en una trituradora de carne, ante la que se expone cada vez un líder más inútil y vacío, que entroniza con la pompa patria de rigor para, al poco, empezar a descubrir las vergüenzas de su elección, y comenzar el proceso de derribo de una manera cruel y concienzuda. Truss ha batido el récord, pero sus antecesores, empezando por el desgraciado de Cameron, han ido bajando de manera progresiva el listón, no ya el moral, que quedó sumergido en el alcohol de las fiestas de Johnson, sino aquel que mide cualquier mínima capacidad de gestión o liderazgo. ¿Es posible concebir semejante incompetencias y que sean elegidas como líderes? Sí. Lo cierto es que eso es algo que en España vemos desde hace ya bastantes años, a ambos lados del espectro político, pero no era lo que se estilaba en Reino Unido. Ahora ya no. Las islas se han ido de la UE, en la peor decisión posible en muchas décadas, y se han unido al club occidental de la incompetencia política de una manera tan fervorosa que encabezan el liderazgo de la vergüenza. Los comentarios de estos días, presididos por una lechuga que se ha mostrado mucho más incorrupta que el liderazgo de Truss, reflejan el hartazgo, el hastío y la sensación de ridículo que se ha instalado en Reino Unido. Un país orgulloso de su pasado, que lo exhibe sin freno y con abundantes mentiras para esconder los errores propios, al que se le perdona todo lo que a otros se nos echa en cara sin cesar, que ejerce un liderazgo indudable en materias muy poderosas del poder blando, está siendo engullido por una ola de bochorno institucional que es difícil de entender desde la tradición de ese país. El populismo brexitero, el cáncer que ha destrozado al partido conservador, sigue siendo la fuente de soberbia y error que hace caer una y otra vez a dirigentes de todo tipo en declaraciones absurdas, en proclamas de soberanía perdida y en un montón de tonterías que no dejan de ser las que han envenenado la política de ese país. El Brexit es un fracaso monumental, el partido conservador ha fracasado por completo en sus formas y fondo, el ridículo de sus dirigentes es total y la posición del país, en medio de una crisis económica y geopolítica de primera división es completamente irrelevante. Sumido en su caos, el gobierno de las islas no existe para una ciudadanía que ve cómo los precios crecen sin cesar, la energía se pone por las nubes y las perspectivas del día a día se ensombrecen. El hartazgo de la sociedad con los bufones que pretenden gobernarle empieza a ser peligroso.
Lo más lógico, llegados a este punto, sería que se convocasen elecciones anticipadas y que el nuevo reparto de cartas genere algo de legitimidad al gobierno que de ahí surja, pero es obvio que las perspectivas de derrota histórica de los conservadores y, con ello, la pérdida de cientos de cargos y salarios entre el partido, impedirá que el sucesor de Truss, el único con competencias para ello, decida hacer algo que destruiría por completo a su partido. Ahora, otra vez, tenemos una carrera para elegir un nuevo primer ministro y, ríanse, el nombre de Boris Johnson vuelve a coger fuerza para sentarse otra vez en uno de los despachos más desprestigiados del poder global. Ahí Valle Inclán, la pérfida Albión ha resultado ser la mejor intérprete de tus textos.
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