Lo que más le preocupa al régimen chino no es la salud de sus compatriotas, a los que ve como súbditos, sino su propia pervivencia, y por ello las manifestaciones que siguen sucediendo en distintas ciudades del país son peligrosas. Empiezan a ser algo que se ha escapado del control severo de la dictadura y ha alcanzado una entidad lo suficientemente importante como para tomársela en serio por parte del despotismo que reina en Beijing. No estamos en 1989, ni la China de entonces eran la de ahora ni su papel en el mundo el muy relevante de nuestro tiempo, por lo que sea lo que sea que pase allí nos va a afectar de una manera como no nos podemos imaginar.
Una de las posibilidades es lo que vemos ahora en Irán, otra dictadura en la que se mantiene viva una protesta social contra los clérigos y militares que la rigen. Ahí la respuesta del gobierno de Teherán está siendo la represión pura y dura; encarcelamientos, disparos, palizas… el habitual despliegue de actos vandálicos que una dictadura lanza contra aquellos a los que oprime para que el miedo funcione y las aguas vuelvan a su cauce. Es obvio que en China también se estilan este tipo de comportamientos, pero también que resulta más difícil de creer que Beijing se lance a una ofensiva de violencia pura. Sí, lo hizo en 1989, pero reitero que era otro mundo. Dado que lo que solivianta a gran parte de la población son las restricciones por la covid cero el régimen podía optar por un camino intermedio, de represión policial de las protestas y relajación de las medidas de confinamiento, dando así su brazo a torcer de manera parcial, dejando muy claro que no pasará de cierto punto, y llevando a cabo castigos ejemplarizantes para hacer creíble su política. Ahí entra de lleno el tema sanitario. La baja efectividad de la vacuna china, el que haya grandes franjas de población anciana no completamente inmunizada, y que la inmunización natural fruto de haber pasado la enfermedad de manera leve sea, en la práctica, nula, por los casi nulos contagios habidos desde 2020 hace pensar a muchos expertos que una ola de Covid en China puede generar cifras absolutas de mortalidad disparadas, aunque porcentualmente sean escasas, dado el volumen de población del país. A favor del proceso de relajamiento juega que las variantes que circulan ahora son mucho más contagiosas, pero, también, menos letales, pero no deja de ser un experimento con población real. El régimen podría jugar a abrir la mano y, si luego, la mortalidad se dispara, repetir ese mantra de “os lo dije” y volver a la política de confinamientos estrictos, esta vez con el miedo de la población causado por la letalidad pandémica. Si la mano se abre y la mortalidad es “tolerable” (ahí les dejo a ustedes interpretar el valor al que ese adjetivo pueda referirse) la crisis coronavírica y social puede ir apaciguándose y el régimen mantener el control de la sociedad como hasta ahora. En ambos escenarios se produciría una reapertura inicial de la economía y un disparo de la misma, lo que eliminaría a muchos de las protestas. La solución obvia a este problema, que es la que señalan los expertos, es que el régimen de su brazo a torcer y permita el uso de las vacunas occidentales allí, de eficacia mucho más elevada, y que nos han permitido a nosotros dejar atrás la pesadilla pandémica. Y eso no sucede por orgullo, por nacionalismo chino, por no admitir la valía de lo que hacen los demás. Esa es una de las mejores maneras de estrellarse en la vida, y lo que vemos ahora mismo es a un imperio que sufre graves grietas fruto de la cerrazón de la dictadura que lo rige, que no admite que tecnologías como la del ARN mensajero, que no ha logrado emular / imitar / copiar / comprar son muy superiores a lo que es capaz de desarrollar en sus avanzados centros de investigación. Si se guardaran su orgullo e inoculasen nuestras vacunas a su población hace tiempo que hubieran acabado con esta locura.
¿Es necesario que mueran millones de chinos para que la razón entre en la cabeza de sus obtusos dirigentes? Quién sabe, lo cierto es que a Xi Jinping y el resto de los que le acompañan no le preocupan mucho que muera un chino varios millones, sino lo que eso pueda suponer para la estabilidad del poder que detentan. Si son capaces de mantenerse en él habiendo muertes por Covid, bienvenidas sean, pensará el autócrata y los suyos. No es la primera vez que chinos innumerables mueren por la estrategia totalitaria del Partido Comunista. Si el régimen aguanta, no importa lo que suceda con los no ciudadanos sobre los que manda. Eso deben estar pensando ahora en Beijing, cómo manejar la situación y que, por supuesto, el régimen no cambie.
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