Pocas sorpresas en la reunión de la FED norteamericana de ayer. Como era de esperar, la autoridad monetaria de aquel país subió los tipos un 0,75% y mantiene el durísimo ritmo de ascenso que lleva desde que se empeñó en doblegar la inflación. Las bolsas de EEUU, que llevan un par de semanas de rebote descontando el final de la subida de los tipos, lo que el mercado llama el “pivote” el punto de giro de la dureza monetaria, se atragantaron con el discurso de Powell, que fue tipo halcón, y dijo no sólo que las subidas seguirán, sino que alcanzarán cotas más altas de lo previsto dado el desmadre inflacionario que se vive en el país. El porrazo del Dow o el Nasdaq no se hizo esperar, y cerraron con abultados números rojos.
Lo de las bolsas es un poco lo de menos, lo importante es que la política monetaria sigue pisando el freno con fuerza para tratar de controlar una inflación que no se deja, entre otras cosas porque esa inflación está causada por tres factores, de los que las autoridades monetarias sólo controlan uno. Los tres son la expansión monetaria previa, que es lo que puede embridar la FED o el BCE, la subida de los precios energéticos por la guerra de Ucrania y la excesiva demanda fruto del ahorro acumulado tras la pandemia y las ganas desaforadas de gastar tras el final de la misma. Los bancos centrales sólo tienen un instrumento para actuar, y lo deben aplicar sea cual sea el problema al que se enfrenten. La inflación que vivimos tienen causas complejas, monetarias y no, pero no está en la mano de los bancos centrales hacer que el precio de la gasolina caiga, determinado como está por las decisiones oligopolísticas de los países productores y las tensiones globales. La receta de la FED es sencilla. Para bajar los precios, encarezco el dinero en la economía, aumento los costes financieros de las operaciones de crédito, retiro efectivo de la circulación, y eso presionará a la demanda para que se caiga, y con ello, al final, los precios. En el camino se produce una caída generalizada de la actividad económica, en la que se juntan tanto los esfuerzos monetarios para aplacarla como la creciente alarma de consumidores y empresas por el incremento de costes, el daño de la inflación, y la necesidad de refrenar su consumo. Como ven, y como sucede siempre en economía, todo se enreda en una madeja en la que tirar de un hilo lleva a tensar otros y luego otros, y así hasta el final, con lo que es casi imposible calibrar cuáles deben ser las dimensiones de las medidas a tomar para que sus efectos sean los deseados. Powella ha adoptado la estrategia de dureza, de meter miedo al mercado para que sus decisiones de política monetaria sean más creíbles, buscando que si ese miedo actúa parte de la subida no sea necesaria. Con unas tasas de inflación desbocadas la autoridad monetaria está fracasando en su labor del control de precios, y eso es una presión que se vive con crudeza en los despachos de Frankfurt, Londres y demás sedes de política monetaria occidental. A medida que los tipos suben aparecen problemas que se sabía que estaban ahí, como la disputa entre divisas y la ganancia del dólar frente a ellas, o el encarecimiento abrupto de los préstamos hipotecarios y el frenazo en el mercado inmobiliario, que ya es palpable en EEUU, o la supervivencia de ciertas empresas que se han endeudado sin freno y a costes nulos en la época del dinero barato (o regalado) y que ahora ven su solvencia en peligro… en definitiva, las decisiones monetarias empiezan a crear consecuencias en el mundo real, y cada subida, cada endurecimiento, agudiza algunos de los problemas y provoca grietas peligrosas. Como es sabido no está claro si alguna de ellas degenerará en fracturas y destrozos, pero a medida que crecen la probabilidad de que así sea no deja de ascender.
Y con todo esto, la temida recesión de la que tanto se habla se nos viene encima sin prisa pero sin pausa. Ayer salieron los datos de los PMI de manufacturas de España y la UE, es un índice que mide las expectativas de los gestores de compras de cientos de empresas industriales, y es un excelente termómetro de las expectativas del sector. Los datos fueron nefastos. En Europa la caída tiene el ritmo de la vivida en la Navidad de 2021 y en España la cosa es peor aún, con niveles de desplome que nos llevan a registros de la salida del confinamiento. La industria se está frenando de forma brusca, agotada por los costes energéticos, las perspectivas globales y las primeras señales de demanda desplomada. Los frenos monetarios empiezan a notarse en la economía real, y no va a ser agradable sentir sus consecuencias, no.
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