lunes, noviembre 21, 2022

Hipocresía infantina

El deporte en general, y eso que consiste en pegar patadas a un balón, es uno de los ámbitos de la vida en los que sigue habiendo una impunidad absoluta en lo que hace a la comisión de corruptelas. Estamos acostumbrados a ver operaciones que desarticulan tramas en el inmobiliario, las finanzas, los despachos de abogados y, en general, todo tipo de negocios y profesiones, que les voy a contar de la política. Pero curiosamente, o no, apenas tenemos detenciones por delitos financieros relacionados con la corrupción en el deporte, o en eso del balón, cuando las cifras que se mueven en ese mundo son mareantes y la sensación de absoluto descontrol que desprende es hedionda. ¿Hay un pacto tácito para que la ley no entre ahí?

Esa impunidad hace que los sujetos que viven de ese negocio se chuleen al resto del mundo sus fortunas y estulticias sin recato alguno. Estos días ha comenzado una competición internacional de lo del balón en un país del golfo pérsico, Qatar, que no tiene relación alguna con ese deporte, ni con ningún otro, pero que es uno de los mayores productores y exportadores de gas, lo que le permite comprar lo que sea y convertirse en un actor respetado en el mundo. La necesidad energética convierte a las monarquías teocráticas del golfo en incómodos pero necesarios aliados, y uno entiende que los principios morales duran algo más, pero no mucho, que tres meses de frío invierno sin calefacción, pero de ahí al descaro hay una distancia que no conviene cruzar. Qatar organiza el campeonato internacional de lo del balón porque, simplemente, se lo ha comprado. Puso una cifra de dinero inmensa encima de la mesa y, obviamente, los que tenían que decidir dónde se celebraba el evento calcularon el porcentaje de comisión de lo que les tocaba, y votaron sin miramientos. El que fuera una nación sometida a una dictadura islamista y con veranos de cincuenta grados no le importó a nadie. Se cambian las fechas para que se celebre a las puertas del invierno y los derechos se ocultan bajo convenientes fajos de dinero. Bien, esto lo sabemos todos, rasgarse las vestiduras ahora por ello, cuando la decisión se tomó hace años, entra dentro del postureo que queda bien en las redes sociales para enjuagar las conciencias débiles de nuestro tiempo, pero lo que no es admisible bajo ningún punto de vista es el recochineo. Un par de días antes de empezar el evento, un sujeto llamado Gianni Infantino, que debe ser uno de los jefazos administrativos de esto del balón, celebró una rueda de prensa en la que, desde luego, se hizo acreedor ante sus jefes qataríes de la fortuna que ha debido de cobrar para que la competición se celebrase allí. Tirando de hipocresía hasta un grado pocas veces visto, un presunto corrupto, jefe de una banda de presuntos corruptos, con el aspecto de que ya no le cabe más dinero encima, empezó a dar lecciones de comportamiento, civismo y derechos humanos a las naciones que los cumplen en nombre de las que no, argumentando que la explotación colonial del pasado es la causante de que ahora no se respeten derechos en ciertas partes del mundo, entre ellas la que acoge el gran negocio global del balón. Todo serio, sin que en ningún momento en su cara pétrea asomase la mínima grieta producto de la vergüenza, comenzó a embestirse como abanderado de todo tipo de causas progresistas de manual, desde el feminismo a los derechos sexuales y otro tipo de iniciativas, Y lo hizo en un tono abroncante ante unos medios, como siendo consciente de que, en cualquier momento, podía decidir cuál de ellos comprar con la fortuna que ha cobrado de manera ilegal y, tras eso, despedir a quienes se encontraban frente a él en esa sala. El tal Infantino hubiera quedado de cine celebrando esa misma rueda de prensa con los mismos argumentos en una de esas salas rococó que abundan por el Kremlin. El tono mafioso necesario para hablar desde ellas lo posee, sin duda.

Puede parecer el Infantino un sujeto sacado de un lugar extraño, una excepción, pero no lo es. La dirigencia de eso del balón, en cualquier club que tenga un mínimo de representatividad y presupuesto, está llena de sujetos que parecen sacados del casting de una serie de mafiosos: personajes chulescos, atrevidos, algunos barriobajeros, otros sibilinos, pero todos conscientes de su poder, de su inmunidad, de su fortuna, de los modos en que la han conseguido y de la sensación de estar por encima de los demás, desde luego de los millones de personas que son engañadas mediante la estafa que gestionan sin cesar, para seguir robando a manos llenas. Infantino será el más rico y mafioso de todos ellos, pero en nada le distingue del resto.

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