Reza el dicho que no hay nada más osado que la ignorancia, pero a buen seguro el sabio que lo dictó no quiso saber qué sucede si al desconocimiento se suma la demagogia, porque en ese caso el atrevimiento del que habla y no sabe alcanza cotas insuperables. Tras el dictamen del BCE, contrario al modelo de impuesto a la banca promulgado por el gobierno, varias voces, empezando por la del propio Sánchez, y seguida por subalternos y demás palmeros mediáticos, respondieron con rabia, centrando sus críticas en Luis de Guindos, vicepresidente de la entidad, pero haciéndolas extensivas a toda la institución monetaria, en un tono de soberbia displicente más propio de chavalería orgullosamente equivocada que de otra cosa.
Uno puede tener una opinión favorable o contraria a Luis de Guindos, faltaría más, o defender o criticar el proyecto impositivo del gobierno, todo es opinable y, hasta cierto punto, defendible, pero es inaudito, intolerable, suicida, atacar a la institución que permite que este gobierno, el anterior, el anterior y los que vengan, sobreviva sin morir ahogado por la montaña de deuda que todos ellos han generado. El BCE actúa como supervisor bancario cuando emite dictámenes como el del otro día, y Luis de Guindos, vicepresidente de la institución, es parte de un consejo de muchos miembros en el que su peso es el que es, enano, y en el que nuestra nación no pinta nada, y visto lo visto, afortunadamente. El dictamen es una recomendación, no una obligación, emitida por una institución que, de supervisión, regulación y resolución bancaria sabe más que cualquiera de los que ha pasado por el gobierno de España en las dos, pongamos tres, últimas décadas, por lo que lo mínimo que puede hacer un gobernante ante ese dictamen es respetarlo y, si no lo comparte, mantener la educación y eludirlo sin respuestas de pataleta. Pero además, el BCE es el garante de que usted, yo y todos los que conocemos, sigamos viviendo en una sociedad estable y relativamente próspera, y lo es porque ha realizado compras masiva, desatadas, de deuda pública de las naciones europeas, especialmente las pobres y periféricas como la nuestra, que ha permitido a las autoridades sufragar los gastos pandémicos, afrontar el rescate bancario del pasado gobierno y otras muchos dilemas ante los que una nación endeudada como la nuestra no hubiera sido capaz de poder hacer frente. Con una deuda sobre el PIB que ahora ronda el 113% el BCE tiene más o menos un tercio de todos los títulos emitidos por el Reino de España, y su papel como comprador en el mercado secundario es el que logra que la prima de riesgo de nuestra nación no se separa mucho más allá de los cien puntos básicos (1%) del bono alemán, la referencia en la eurozona. El tener a ese “primo de zumosol” de fondo es lo que permite que las emisiones que el Tesoro no deja de hacer para renovar títulos pasados o cubrir nuevas deudas sean aceptadas por el mercado de inversores globales, que saben que en nuestro caso juegan con red. La economía española no logra bajar del 4% de déficit anual desde que estalló la crisis financiera, y somos el único país del euro que, desde entonces, no hemos alcanzado un solo ejercicio de superávit primario (más ingresos que gastos sin tener en cuenta el pago de interese de la deuda) por lo que seguimos acumulando más y más en el debe. A finales de 2019 se hablaba de una vuelta de las instituciones europeas a la disciplina fiscal para tratar de encauzar los presupuestos de las naciones del euro, pero llegó la pandemia y, con lógica, todo eso quedó olvidado, y el BCE nos rescató a todos, disparando su balance y permitiendo a las naciones europeas afrontar los enormes gastos derivados de confinamientos, ERTES, líneas de ayuda y todas las medidas paliativas que usted sea capaz de recordar. Los países más saneados, pongamos Alemania, tiraron más de sus propias reservas y los menos, pongamos nosotros, de deuda, pero a todos el BCE nos cubrió, actuó como red protectora y garante, y eso supone miles de millones de euros de ahorro para todos los estados, para todos nosotros.
Por eso, escuchar declaraciones como estas por parte de un gobernante no es que resulte impropio, sino directamente indignante para cualquier que tenga unas mínimas nociones de economía y sepa por el trago que hemos pasado desde que comenzó el derrumbe de 2008. En Fráncfort habrán escuchado las manifestaciones de nuestro gobierno con asombro y, a buen seguro, enfado. Y más de uno habrá tomado nota de la calidad de los personajes que las han emitido y con los que tienen que tratar para asuntos de enorme gravedad. Así es como se dilapida la imagen de un país y se destrozan instituciones. Así actúa el dañino populismo.
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