Cada dos años, el primer martes después del primer lunes de noviembre, desde hace más de dos siglos, se vota en las elecciones legislativas de EEUU. Se renueva la totalidad de la Cámara de Representantes, algo parecido a nuestro Congreso, por sistema mayoritario a lo largo de los más de quinientos distritos en los que se divide la nación, y un tercio del senado, en el que cada estado tiene dos miembros. Además, aprovechando la votación, se renuevan varios gobernadores, ayuntamientos, otros cargos políticos, se hacen referéndums, etc. Y cada dos elecciones legislativas se producen también las presidenciales. Las que no, como la de hoy, se denominan “de medio mandato” o “mid term” en palabras anglosajonas
Actualmente la presidencia demócrata tiene mayoría en la Cámara de Representantes y hay un empate en el senado con los republicanos, que se suele saldar con el voto de calidad de la vicepresidenta, que es quien preside esa cámara. Eso ha hecho que, durante dos años, Biden haya tenido apoyo legislativo a sus propuestas y le haya bastado con poner de acuerdo a los demócratas sobre qué querían hacer, cosa que, como se ha visto, no ha sido nada fácil en numerosas ocasiones. La situación puede cambiar radicalmente a partir de hoy si se cumplen las encuestas. La mayor parte de ellas dan por seguro que los republicanos ganarán en la Cámara de Representantes y que tienen elevadas probabilidades de hacerse con el Senado. Ya con la pérdida de una de las cámaras el mandato de Biden quedará tocado, al ser sus iniciativas torpedeadas por los parlamentarios republicanos, pero si llega a perder las dos es casi seguro que los dos años que le restan hasta las presidenciales de 2024 pueden ser una pesadilla para su administración. Y él lo sabe, y se ha involucrado con fuerza en los últimos mítines de campaña, está por ver si con alguna efectividad. En estas elecciones el gran argumento de voto, por encima de los demás, es la economía, y concretamente los precios, la inflación, que destruye el bolsillo del hogar norteamericano de la misma manera que lo hace aquí. Acostumbrados a unos precios más bajos que los nuestros, el disparo de la factura en las gasolineras ha soliviantado a votantes de todo el espectro, y es evidente que en estos casos el pagano es el gobierno de turno, sea cual sea su signo o responsabilidad en el alza de precios. La tasa de paro sigue en niveles históricamente bajos, pero los precios atenazan las expectativas de consumo en una nación en la que esa es la gran fuerza dinamizadora de la economía. Los demócratas han intentado que la campaña gravite en torno a temas sociales como el aborto o los derechos de las minorías, y el peligro que ven para la democracia en las actitudes conspiranoicas de los republicanos. Estos, por su parte, además de la economía, se han centrado en materias clásicas de su partido, como el asunto de la inmigración ilegal y la situación que se vive en la frontera sur, y la criminalidad que sube y sube en las urbes del país. La brecha entre ambos partidos no deja de crecer y lo que antaño eran disputas serias pero con un fondo de unidad colectiva se va convirtiendo, poco a poco, en unas visiones sociales incompatibles, reflejando, y ahondando, en un ciclo que no deja de realimentarse, la división de la sociedad norteamericana. Escuchando a ambos partidos pareciera uno que representan a dos naciones distintas, y ese es el gran riesgo de fondo que existe en aquel país desde hace ya algunos años. La divisiva y nefasta presidencia de Trump no fue un accidente, sino el reflejo de una disrupción social que va a más y que urge que los propios norteamericanos analicen y afronten con madurez y traten de sanar. Nosotros estamos acostumbrados a polémicas divisivas, a antagonismos cerriles, y eso nos frena, nos daña y resta. EEUU debe evitar caer por esa pendiente sino quiere entrar en una dinámica peligrosa.
Trump es el elefante en la habitación de estas elecciones. Ha hecho campaña en la última semana y es más que probable que, si los resultados republicanos son exitosos, se los atribuya y proclame su candidatura a las presidenciales de dentro de dos años, buscando la revancha de una elección que, sigue proclamando con todo el morro, le fue robada. Por ello, muchos ven en estos comicios el inicio real de la campaña de las siguientes presidenciales. Puede que haya algún candidato republicano que trate de hacer sombra a Trump (ojo a De Santis, gobernador de Florida) y los demócratas, si pierden, deben decidir si Biden, que muestra síntomas evidentes de estar sobrepasado, puede ser su mejor opción para ganar la presidencia
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