Las tropas y el ministerio de defensa ruso han anunciado oficialmente su retirada de la ciudad ucraniana de Jersón, la mayor de las conquistadas en la guerra invasora desatada por Moscú. Es capital de provincia, de lo que allí se llama “oblast” y es una decisión que refleja una derrota sobre el terreno, militar y logística. En un intercambio de pareceres entre el ministro de defensa Shoigú y el general Suriovikin, máximo mando de las tropas sobre el terreno, se justificaba la decisión en la importancia de las vidas civiles y militares, acosadas por la contraofensiva rusa. Además de mentira, el diálogo que hemos visto entre ambos mandatarios es una de las cosas más extrañas que ha hecho el ejército ruso en su loca carrera de errores y absurdeces.
Si la retirada es cierta, cosa que queda por ver, a expensas de que haya trampas o lo que sea, el movimiento es un fracaso, como antes señalaba. Rusia pudo tomar ese importante enclave, pero no puede mantenerlo porque su logística es tan necia que no logra abastecer a sus tropas en las zonas que controla a través de retaguardias que, también, son suyas. La logística risa, que tiene ganada su mala fama, está llegando a unos niveles de inoperancia que son difíciles de imaginar, y suponen todo un regalo para sus oponentes. Jersón era importante por el simbolismo de la ciudad, sus dimensiones y el lugar donde está: Al final del Dniéper, el río que divide a Ucrania de este a oeste, es el paso clave s Rusia pretendía extender su dominio a lo largo de la costa del mar negro, con Odesa al fondo, y eliminar toda la salida al mar. Así mismo, era la salvaguardia de Crimea, tanto por ser un parapeto que impedía el avance de cualquier tipo de ofensiva dirigida contra la península como por ser el lugar desde el que se puede asegurar que los suministros de agua y otros bienes de gran importancia llegan hasta allí. Si el ejército ucraniano retoma Jersón es muy posible que se plantee el ataque sobre Crimea pero, en todo caso, está en su mano la posibilidad de someter a asedio a distancia a la península, cortándose suministros, bombardeándola a distancia y, desde luego, sometiéndola a una presión que sería mucho más que psicológica. Los que están siguiendo la guerra en profundidad afirman que esta retirada es la opción menos mala que le quedaba a Surioviki, porque decenas de miles de soldados rusos están en un Jersón que pueden perder en caso de enfrentamiento abierto con los ucranianos y esa tropa puede ser de mucha mayor utilidad en frentes como el del Dombas, donde la situación actual está mucho más igualada, también enquistada. El tiempo dirá lo efectivo del movimiento emprendido por Moscú, pero a día de hoy este es uno de los grandes reveses militares de la campaña desatada por el Kremin, en una sucesión de errores y fracasos que son dignos de estudio. Internamente, para Putin, vender la retirada como una maniobra exitosa es tan parecido a las mentiras que nos cuentan nuestros gobiernos en el día a día (lean hoy algunas vergüenzas al respecto sobre la decisión sediciante de Sánchez) que no se la creen ni los más de los suyos. El poder de Putin se basa mucho en el miedo y en la sensación de que posee los resortes para que la violencia actúe de su parte, a sus órdenes y contra quien él dictamine. Si el ejército, una de las mayores fuentes de violencia posible, no logra cumplir los objetivos que se le han impuesto es un síntoma de que la fortaleza de la dirigencia no es tanta como parece. Poco se puede saber de lo que sucede realmente en Rusia, y menos en el entorno del poder del Kremlin, pero es evidente que un movimiento de este tipo denota debilidad, huele a fracaso, y que, o en breve se produce alguna ofensiva en el frente este o ataques indiscriminados, de esos que tanto gustan a sátrapas como Putin, o la sensación de que la guerra va muy mal para los intereses de Moscú irá calando en lugares donde gente poderosa puede tomar medidas. Sobre el terreno, Ucrania vuelve a tener opciones de reconquistar el país y, aunque la situación es muy mala, la moral crece ante reveses rusos como estos.
Esta semana un análisis de inteligencia norteamericano cifraba en 100.000 los soldados rusos muertos o heridos desde que se inició la guerra, y una cifra muy similar en el lado ucraniano, a lo que añadía unos 40.000 civiles fallecidos. Un cuarto de millón de bajas en lo que van camino de ser ya diez meses de guerra y a las puertas del invierno. El coste humano y material de la guerra emprendida por Putin es altísimo, el destrozo causado inimaginable, y la cerrazón de su soberbia, por lo visto, inalterable ante tanto dolor causado única y exclusivamente por sus decisiones. A partir de la semana que viene, y con restricciones energéticas constantes, las temperaturas máximas de Kiev seguirán siendo positivas, pero ya bastante cerca de cero. El frío horror.
Subo a Elorrio y me cojo dos días de ocio. El siguiente artículo, el miércoles 16, creo que ya bajo tiempo más que otoñal.
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