El domingo pasado hubo una gran manifestación en Madrid para denunciar el estado en el que se encuentra el servicio regional de salud, especialmente en lo que hace a la atención primaria. Cientos de miles de personas salieron a la calle para protestar ante la mala gestión que la Comunidad de Madrid hace de esta competencia, que es de su exclusividad. La marcha fue utilizada políticamente por parte de los grupos opositores al gobierno de la Comunidad, cosa que no debiera extrañarnos en una época en la que todo es usado como excusa por la mala política para servir de ariete contra los de enfrente. El pim pam pum político de antes y después de la manifestación no puede servir para eludir un problema, el asistencial que existe, y es real.
En paralelo a esa manifestación, en Cantabria se cumplía una semana de huelga por parte de los profesionales de la atención primaria, y en los días que he pasado en Elorrio se sucedían los comentarios sobre el mal funcionamiento del centro de salud local, la falta de servicios pediátricos y el relevo constante de médicos que cumplen pocos meses en la plaza que, en teoría, les corresponde. Una echa un vistazo y ve que en Aragón, Cataluña, Extremadura o Valencia se están planteando huelgas del sector sanitario a la vuelta de las navidades, porque describen una situación de colapso prácticamente idéntica. Más allá de que todo lo que pase en Madrid está sobrerepresentado en la actualidad nacional y que el infantilismo de nuestro desgobierno pasa por zurrar a Ayuso, su némesis, lo cierto es que el sistema nacional de salud se enfrenta a una crisis enorme en todas partes. Bueno, corrijo, se enfrenta a diecisiete crisis enormes, dada la estúpida fragmentación administrativa en la que ha derivado la transferencia sanitaria a las CCAA, gobiernos de izquierdas o derechas, independentistas y nacionalistas, de todos los colores posibles, y en todos ellos las quejas de los profesionales son idénticas; falta personal, no se cubren las bajas, avalancha de jubilaciones, sueldos escasos, jornadas extenuantes, abusos por parte de los gestores del sistema de unos profesionales que suplen con vocación la falta de medios, desprecio a los derechos laborales, incapacidad de dar servicio a una demanda creciente de los pacientes, ect. Ya antes de la pandemia la situación en primaria estaba tensa, pero el Covid ha acabado por reventar las costuras de un modelo que sobrevivía conteniendo costes en los bajos salarios de muchos profesionales y en la carga de culpa que sobre ellos se lanzaba en caso de no realizar lo que su vocación de servicio les exigía. Tras la pandemia el estado anímico y, directamente, físico, de muchos de los profesionales sanitarios es desastroso. Las bajas por ansiedad se han disparado, ha aumentado el absentismo porque muchos no pueden hacer frente a la avalancha de pacientes que cada día les llega a sabiendas de que les van a dar un mal servicio, por carecer de medios y tiempo, y la fuga de profesionales a países de nuestro entorno en los que la valoración al sanitario y la retribución es mucho más alta crece sin cesar. Por el lado de la demanda, una población cada vez más envejecida no deja de requerir atención más frecuente, continuada y cuyo coste en términos de tiempo, medicamentos y recursos crece y crece. Más allá de la cuestión de la sanidad pública o privada, del fomento que algunas autonomías hagan de una o de otra y de las alternativas que se le dejan a la ciudadanía para tener un buen servicio médico, cada vez más dependientes del nivel de renta del paciente, lo que está claro es que el sistema actual no funcional y que amenaza colapso, y sería una imbecilidad, muy propia de nuestra indigente dirigencia, convertir esto en un mero argumento de debate político, traducir la debacle que vive el sistema de salud en una lucha del “progresismo” frente a los que ven “comunistas” por todas partes. No, nada de eso. Uno de los pilares del estado del bienestar que funciona bien empieza a resquebrajarse, y es responsabilidad de todos poner los recursos necesarios para que eso no suceda.
Como liberal que soy, siempre soy partidario de la economía de mercado allí donde ofrece mejores resultados, pero también creo que la cobertura sanitaria es una de las cosas que permite a los ciudadanos desarrollar sus proyectos de empresa y vida a sabiendas de que existe una red que les va a cuidad y proteger cuando, por accidente o enfermedad, su salud se resienta. EEUU es el perfecto ejemplo de un sistema sanitario que no funciona y es incluso más caro que el nuestro, lo que resulta ineficiente por duplicado. Las consejerías de sanidad autonómicas, y el vaciado e inútil Ministerio de Sanidad, bene sentarse con los profesionales médicos y lograr arreglar un sistema que es importantísimo para la buena marcha de la economía y, sobre todo, de la sociedad. El riesgo de que esto acabe siendo un fracaso colectivo, como ya es la educación, es real. No podemos permitirnos semejante desastre
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