Dada la velocidad del recuento en EEUU bien ha venido el día festivo madrileño entre medias para dar un poco de margen a que los datos se aclaren, pero cierto es que las noches electorales allí tienen tiende a ser de dimensiones bilbaínas, inabarcables. Pese a ello ya sabemos lo suficiente como para sacar algunas conclusiones, y la primera es el exceso en el que cayeron las encuestas previas, que daban un resultado mucho más claro de lo que finalmente ha sido. Sólo el hecho de que la ola conservadora que se preveía sepultase la presidencia de Biden no se haya dado es, en sí misma, la gran noticia de estas legislativas.
A estas muy primeras horas de la mañana del jueves 10 de noviembre el recuento en la Cámara de representantes da 201 para los republicanos y 192 para los demócratas. La mayoría del aforo, 435, es de 218, y eso quiere decir que faltan aún por asignar 33 escaños. Si las proyecciones no fallan la ventaja republicana es suficiente como para que se haga con el control de la cámara y obstaculice mucho las decisiones de Biden, pero no con una mayoría aplastante. La ganan, sí, pero por un estrecho margen. En el Senado la cosa está mucho más reñida, con un empate a 48. Quedan por asignar cuatro, y al menos uno, el de Georgia, tendremos que esperarlo hasta diciembre porque se ha decretado un empate y habrá que hacer segunda vuelta. Aquí las probabilidades parecen decantarse por que los demócratas pueden mantener la cámara, lo que les da aire y margen de acción gubernamental. ¿Balance de los resultados? Si a todo esto le añadimos los gobernadores renovados, reelegidos o que han ganado por primera vez, los demócratas pueden decir eso de que viven una muy dulce derrota, porque la debacle temida no se ha dado, y el pabellón se ha salvado con más que honra. En el lado republicano la sensación es amarga. Se pronosticaba una victoria clara, evidente, y eso no ha sucedido. El resultado no es malo, pero está muy lejos de las expectativas creadas, y eso hace que sea visto con decepción. Para dos personas que no se presentaban a los comicios, pero que estaban de fondo en todas las papeletas, la sensación es opuesta. Biden salió ayer orgulloso, no ha recibido el gran castigo que esperaba y ve las cosas como un respaldo a su gestión, lo que no es cierto, pero tiene motivos para sentirse aliviado. Se animó incluso a adelantar su intención de presentarse a las presidenciales de dentro de dos años, aunque para eso queda mucho y el futuro es incierto, y más a su edad. Trump está cabreado, mucho. Su idea de cabalgar la ola victoriosa republicana se ha quedado en una especie de gatillazo ante las cifras obtenidas, y muchos de los candidatos trumpistas por el seleccionados y forzados a ser presentados por los republicanos han perdido. Sintomático el caso de Pensilvania, donde el demócrata Fetterman, que sufrió un ictus hace poco y ha hecho una campaña y debates marcados por las secuelas y el proceso de recuperación, ha sacado el 50,7% de los votos y derrotado a Oz, candidato del ala dura, negacionista de los resultados presidenciales de 2020 y defensor de los asaltantes del Capitolio en la infausta jornada del 6 de enero de 2021. Lo que los datos muestran es que el trumpismo empieza a ser un freno en el crecimiento republicano. Su histeria, su carácter divisivo, su extremismo, empiezan a espantar a algunos votantes, y eso frena las opciones republicanas de hacerse con la presidencia. Cierto es que en unas presidenciales se vota mucho más al candidato que a la marca, pero lo cierto es que el personaje de Trump puede haber tocado techo. Además, el malo de Donald tiene otro problema interno, porque en Florida Ron DeSantis ha arrasado, con un discurso muy trumpista en el fondo, pero con unas formas muy distintas, y ha conseguido que ese estado sea un bastión de los rojos pese a sus antecedentes demócratas. DeSantis se ha convertido ya en el principal activo electoral de los republicanos, el que llena los escaños con sus votos y congresistas. De poco más de cuarenta años, sus posibilidades futuras son enormes, y él lo sabe. También Trump, y por eso le teme tanto como le odia.
A partir de ayer, tras lo visto, empieza la carrera presidencial de 2022. Sí, sí, es un coñazo, pero allí también la política no descansa. Ambos partidos se enfrentan a luchas internas sobre quién será su candidato. Trump, con una muy elevada probabilidad, anunciará su candidatura en los próximos días, y es bastante seguro que se enfrente a DeSantis. En los demócratas ahora mismo el apoyo a Biden es cerrado, pero está por ver que eso sea asía a medida que pase el tiempo y, con ochenta años a cumplir a finales de mes, sea visto por muchas de sus bases como demasiado mayor. Los republicanos utilizarán el poder cosechado el martes para presentar sus propuestas y torpedear las de la Casa Blanca. La división del país se agranda.
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