Seguramente será Carlos Alsina el presentador de radio más interesante que hay en España. Polifacético a la hora de diseñar sus programas, se considera más creador de radio que periodista a secas, aunque sea un esclavo de la actualidad y su narración, tanto por convicción como por necesidad. Ficciones sonoras, espacios alternativos de calidad como La Cultureta, colaboradores de prestigio, entrevistas con un estilo muy propio… Alsina hace una radio que es similar a la que se hace en todas las cadenas, pero con unos matices muy interesantes. Pero sobre todo, Alsina no te deja claro a quién votaría en unas elecciones, y sólo por eso merece la pena escucharle.
Reconocido múltiples veces por su profesión, y por muchos fuera de ella, ha sido galardonado con la última edición del premio Enrique Cerecedo, y en su discurso, que les aconsejo fervientemente que contemplen, disecciona en unos veinte minutos los males que acechan al periodismo actual, especialmente ese proceso que ha convertido a los periodistas políticos en copia barata de lo que ya eran los deportivos, un vulgar grupo de hinchas del equipo al que, carentes de rubor, defienden sin complejo alguno, acierte o se equivoque. Alsina es amigo de ironías y cinismos, que dicen que en la radio no se entienden bien, pero que usadas con esmero son tan comprensibles como efectivas. Sin una palabra más alta que otra, sin faltar en lo más mínimo, pero con la gracia del que se ríe de todo, su discurso es una disección de unos medios que hace tiempo se han convertido en apéndices de los partidos, con la complicidad, cuando no aplauso, de los profesionales que los integran. Siempre ha habido periódicos y cadenas de partido, eso no es novedad. Como decía el clásico, si fuera un objeto sería objetivo, pero como soy un sujeto soy subjetivo, y eso nos pasa a todos, pero desde unos años, a medida que el populismo “sin complejos” ha ido conquistando cada vez más peso en la política normal y que las redes sociales se han convertido en el altavoz único de la opinión, la deriva hacia el partidismo de medios, columnistas, editorialistas y demás ha sido total, y con ello la pérdida de credibilidad de unas opiniones que, expresadas con convencimiento radical, son forzadas a cambiar de rumbo por completo en apenas horas en función de la conveniencia del líder al que se aplaude, que por su puesto carece de convicciones y escrúpulos, porque no los necesita. Cuando acudo a un periódico o a un medio informativo, sea cual sea su soporte, quiero que me cuente lo que ha pasado y me de algunas claves del por qué. Se que va a haber un cierto sesgo en su interpretación de los hechos y, conociendo la tendencia del medio, lo tamizaré. Consultando más de uno podré contrastar y, en definitiva, tratarme de hacer una idea de lo que ha pasado, en temas de los que puedo saber mucho o no, que me tocan cerca o lejos, de los que tengo una opinión formada o no. Esta estrategia, que requiere trabajo, fracasa desde el principio si el medio se convierte en el portavoz de un partido, si lo que me cuentan es mera propaganda, redifusión del argumentario del día fabricado en las mazmorras de ciertas sedes de partidos o de instituciones rectoras del poder. Distinguir información de propaganda empieza a ser imposible, y si uno no puede llevar a cabo ese trabajo de tamiz y contraste que antes les señalaba, la opción más sencilla es la de la renuncia. De qué sirve estar viendo o escuchando una tertulia en la que uno sabe, a priori, perfectamente lo que va a opinar cada uno de los presentes sobre todo lo que se diga, y en la que se no dejan de reiterar los mismos argumentos, a veces incluso las mismas frases, palabra por palabra, que se llevan escuchando desde primera hora del día por parte de los portavoces de los partidos o gobiernos. Uno descubre que eso que se vende como periodismo no lo es, y para escuchar a loros reiteradores de eslóganes renuncia, apaga el medio y busca otra cosa. Y entonces eso que se llamaba periodismo se adentra en la peor de las crisis posibles, la de la credibilidad.
Entre las muchas anécdotas que cuenta Alsina en su discurso la última, referida al entierro de Concha Piquer, es genial, y reitera la necesidad de que el periodista tenga, respecto a la actualidad y el poder, una actitud prudente y distante, sino puede acabar muy mal. Puede incluso llegar a ser censor, mandar callar a otros, no sólo elogiar sin freno al líder propio, sino directamente exigir a los demás silencio y pleitesía. De censores está el mundo lleno, que desean ejercer sin freno para extender su sectarismo. Ahora no llevan sotanas ni alzacuellos, pero se valen de la misma intransigencia. Alsina, al menos, es de los que los denuncia y consigue enfadar, que no es poco en estos tiempos. Enhorabuena por el premio y muchas gracias.