Bechley park es una pequeña localidad situada al noroeste de Londres, siguiendo el camino que lleva de la capital británica al aeropuerto de Luton. Allí se localizó, durante los año de la IIGM, un importante centro de la inteligencia en el que un equipo, liderado por AlanTuring, fue capaz de descifrar las transmisiones en clave que los nazis mandaban desde sus cuarteles a submarinos, barcos y otro tipo de elementos militares. Esas comunicaciones estaban encriptadas por la máquina Enigma, un sistema ideado por los nazis que requirió, para ser vencida, la brillantez de Turing y el desarrollo de lo que hoy llamamos informática. Fue una proeza.
Que el gobierno británico haya escogido este lugar para celebrar una primera cumbre mundial sobre la IA es un detalle de agradecer y vuelve a dar justicia a lo que allí pasó , reivindicando nuevamente al figura de Turing, que tuvo un final de vida y muerte cruel por su homosexualidad en una época en la que eso estaba tan mal visto en nuestras sociedades como lo es ahora en las sociedades musulmanas. Sobre la IA, en el año de la explosión definitiva de aplicaciones como ChatGPT, existen dos principales visiones generales que, homenajeando a Umberto Eco, pueden ser calificadas como apocalípticos e integrados. Los primeros destacan los riesgos existenciales que supone una tecnología que nos puede superar en lo intelectual, la única barrera que nos permite sobrevivir en un mundo en el que nuestra naturaleza es bastante mediocre, y que su disparo puede acabar con nosotros como nosotros lo hacemos a diario con otras especies que no poseen intelecto para defenderse. Frente a ellos están los que ven a la IA como una enorme oportunidad de desarrollo en distintas áreas y la vía para que muchas de las aspiraciones humanas se hagan posibles, liberándonos de trabajos, incluso del mismo concepto de trabajo. Probablemente, como suele suceder, ambos tengan una parte de la razón. Desde la óptica del desarrollo de la IA, existen dos naciones y un tercer ente que poseen, también, visiones opuestas. EEUU ha dado rienda libre a sus empresas, que son las que han creado los programas que nos han deslumbrado a todos, en un salto de escala que se incorpira al desarrollo empresarial y de I+D+i que acogen ecosistemas como Silicon Valley o el MIT. Si primero vino internet, luego los buscadores y tras ellos las redes sociales, ahora viene la IA, con nuevas aplicaciones, negocios y beneficios. Frente a esta visión, China desarrolla una IA con fuerte presencia del estado, como no puede ser de otra manera en aquel régimen autoritario. Las empresas que desarrollan la tecnología lo hacen de una manera relativamente privada, pero bajo supervisión estatal en todo momento, porque es el gobierno el principal interesado e implantar estos desarrollos en sus políticas de control social. En China, además, el entrenamiento de la IA se produce con datos privados de los ciudadanos sin que ellos puedan decir nada, porque allí la privacidad y los derechos no existen, lo que da a sus sistemas cierta ventaja frente a los occidentales. En medio de esta nueva carrera entre las dos superpotencias vuelve a estar ese ente llamado UE, que no es capaz de poseer tecnología comparable, está muy lejos, pero tiene la obsesión por regular los efectos que está, y otras, puedan causar en áreas como la privacidad, el desarrollo económico, el empleo o la desinformación. El papel de la UE en este juego es, como en casi todos los que se desarrollan hoy en día, secundario, es un actor relevante por su presencia mediática y el poder económico de su mercado, pero no es capaz de tener tecnología propia que le permita hablar de tú a tú con las dos naciones que avanzan en la carrera. Todos están interesados sobre las consecuencias que esta tecnología va a tener en el futuro, pero mientras que en EEUU domina la visión comercial, el tema estratégico manda en China. Los gobiernos de todas las naciones quieren que la IA esté a su servicio, por lo que hay intereses compartidos y, sí, también ciertos temores que se expresan a veces en voz baja, pero sin cesar, por parte de muchos dirigentes.
La declaración de Bechley, fruto de esta cumbre, es una primera puesta sobre el papel de un conjunto de intenciones globales sobre los riesgos que la IA puede llegar a causar y el compromiso de todos para no incurrir en ellos, pero es un texto de recomendaciones, de buenos propósitos. No es una directiva ni una norma ni nada por el estilo, sino una especie de mínimo consenso global sobre dónde estamos y qué es lo que queremos evitar. La cumbre se ha denominado “de seguridad” porque más allá de los usos que se puedan hacer con esta tecnología, la prioridad es que ella no se vuelva contra nosotros de una manera descontrolada. El principio de precaución ante lo desconocido por encima de todo, y de lo que puede ser capaz de hacer la IA, la verdad, es que sabemos muy muy poco.
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