El PNV es uno de los partidos más especiales de entre los que pululan por la vida política española. Amante de tradiciones que denominan ancestrales, y que son de lo más carca que uno pudiera imaginar, ha logrado aunar el ejercicio del poder con el blanqueo de su ideario de una manera pasmosa, consiguiendo ser visto como progresista en ciertos ámbitos de la sociedad, aunque represente la derecha clásica en lo económico y una extraña mezcla de arcaísmo y necesidad de aparentar ser moderno en lo social. Su sentido del poder, de lo que supone tenerlo y lo que representa, es profundo, mucho más que el de los partidos nacionales.
Y no es amante de las sorpresas. Una de las bazas que explota el PNV es la de la seriedad, la de la previsibilidad. El humor no es lo que más destaca entre los peneuvistas, más bien lo contrario. El gesto serio, triste, la sensación de estar recogido en una especie de ejercicio espiritual permanente, como buen heredero del clerical orden en el que se funda, caracteriza a los cuadros del partido. Ellos son de fiar, no como otros, que improvisan y van a lo loco. Por eso la decisión conocida el viernes de que Urkullu no repetiría como candidato a Lehendakari fue toda una sorpresa entre propios y extraños. Algún rumor había de disputa en la mítica bicefalia nacionalista entre un Urkullu más pragmático, con supuestas ganas de seguir, y enfadado con Puigdemont desde la traición del sedicioso de 2017 y los burukides, los cargos orgánicos que detentan el poder de la formación, que se habían reunido un par de veces en Bruselas con el fugado a cuenta del nuevo pacto de gobierno que sostiene el ejecutivo sanchista. Un ruido de fondo que no parecía que fuese a más. Tras tres legislaturas de mayoría de Urkullu, y con el miedo a las próximas elecciones y el posible sorpasso en votos de Bildu, el nacionalismo vasco podía tirar de sabiduría de casa y usar la expresión ignaciana de no hacer mudanza en medio de la tribulación. Pero no. Huno sorpresa en Sabin Etxea, la sede del partido en Bilbao, y se decidió descabalgar al actual Lehendakari sin dar muchas explicaciones, más bien ninguna. El sábado la sorpresa entre los periodistas era total pero, por lo que se comentaba, pequeña frente a lo que se decía entre los círculos de la militancia nacionalista, que veían cómo se quedaban sin cartel a pocos meses de unas elecciones decisivas. La presión para que la cúpula designase a un candidato a toda velocidad para cubrir el imprevisto hueco era alta, y ya el domingo se produjo el designio. El elegido fue Iñigo Pradales, un señor que no llega a los cincuenta por poco, alto cargo de la Diputación Foral de Bizkaia, un señor gris, desconocido por casi todo el mundo, de aspecto tecnócrata y sin trayectoria política relevante. Las fuentes del partido se dedicaron con ahínco el sábado a crear un relato del escogido, señalando que fue alumno de Urkullu, que se dedica al remo en la trainera y eso le da grandes dotes de trabajo en equipo y perlas similares que, en algunos casos, provocaban el sonrojo al ser leídas, pareciendo provenir más del departamento de celebraciones de la norcoreana familia Kim que de un partido occidental. Eso sí, ni palabra sobre las causas que habían determinado el cambio de cabeza de cartel y el relevo imprevisto. Mucha publicidad propia sobre el nuevo elegido y mantenidos elogios al que ya es personaje en retirada, pero ni pío sobre lo que sucedió el viernes y precipitó las cosas. Algunas vagas referencias a eso del cambio de ciclo, a que hay que relevar a las personas y frases de esas que se usan como comodines en las jubilaciones de empresa, pero poco más. Certezas nulas, la sorpresa sigue siendo un misterio y el desempeño del partido a la hora de gestionar su relevo un acto cuasi suicida impropio de un ente serio, solvente, de esos que se dicen de fiar.
En las próximas elecciones vascas, que serán en julio de 2024 como muy tarde, corre el riesgo el PNV de, por primera vez ser ganado en votos por un Bildu ascendente que, de la mano del PSOE, tonto útil, se ha convertido en la bandera de la izquierda en el País Vasco, blanqueando su negro pasado y oscuro presente. Hay mucho miedo en Sabin Etxea ante el resultado de unos comicios que pudieran hacerles perder el poder y dárselo a poderosos enemigos, que no dudarían en usarlo para atacar las fuertes redes clientelares que el PNV ha ido forjando a lo largo de décadas en lo más alto de la administración. ¿Es Pradales la solución para ellos? ¿Ni idea?
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