Es una tradición asentada que España se mantenga al margen de los debates globales, ensimismada en los daños que puede infringirse a sí misma. Mientras seguimos asustados por lo que supondrá el gobierno sedicioso que acaba de nacer en nuestro país, y la propaganda monclovita se obsesiona por anestesiarnos, en el resto del mundo el gran tema de debate es Gaza, las consecuencias de la invasión israelí sobre aquel territorio tras los atentados del 7 de octubre y la respuesta social a las imágenes de horror que se producen sin cesar provenientes de la zona.
En muchos de los frentes, y desde luego en el mediático, Israel ha perdido la batalla global de la imagen. La inmensa mayoría de las protestas que se dan por todo el mundo son de solidaridad con los palestinos, cuyas víctimas civiles aumentan día a día, y pocas son las concentraciones de repulsa a los atentados y de solidaridad con la población civil israelí. Naciones árabes, las más hipócritas de todas, muestran su indignación en las calles contra Israel y sus gobiernos proclaman quejas y amenazas, pero nada han hecho en el pasado ni se espera que lo hagan en el futuro a favor de los palestinos. Es en los países occidentales donde se está viendo un giro interesante de la opinión pública. Sus gobiernos, tradicionales aliados de Israel, bien por convicción o por interés, ven como las opiniones públicas se manifiestan a favor de Palestina como nunca antes se había visto, y es de destacar esas protestas en naciones como Reino Unido o EEUU, donde hasta ahora eran algo de lo más anecdótica. Marchas a favor de la causa palestina y en contra de Israel reúnen a miles de manifestantes que llenan calles céntricas de ciudades como Nueva York o Washington. La polarización social sobre este tema crece sin cesar y fractura entidades que, hasta el momento, eran partidarias inequívocas de Israel. No es sólo la división que se ve en los campus universitarios norteamericanos, donde los movimientos propalestinos han aflorado con una fuerza desconocida. Es en la política donde la fractura resulta más novedosa y e interesante. Los demócratas norteamericanos o los laboristas británicos se están dividiendo seriamente a medida que la guerra avanza. En EEUU Biden representa la posición clásica demócrata, siempre al lado de Israel, pero el ala radical de su partido está claramente en contra, y en las bases muchos de los votantes también, y eso de cara a las elecciones de dentro de un año resulta muy importante. Una fuga de voto de electores demócratas que consideren que los suyos son tan pro Israel como los republicanos puede resultar muy grave para las cada vez más complicadas expectativas electorales de Biden. Quizás por eso la Casa Blanca ha ido poco a poco virando su discurso desde el respaldo sin fisuras a todo lo que Israel hiciera para responder a los atentados del 7 de octubre a una posición cada vez más tibia, reclamando diálogo y moderación, a medida que las IDF laminan Gaza. A Biden le importa Gaza, y le importa Israel, pero sobre todo, lo que más le importa es ser reelegido en noviembre de 2024, y cada imagen de un hospital gazadí lleno de sangre y cadáveres en los informativos de máxima audiencia son votos que se le escapan. Y eso sí que le asusta. El interés de EEUU era, inicialmente, la contención del conflicto y que no se extendiera a los estados vecinos, especialmente al Líbano vía Hebolla. Una vez que eso parece haberse conseguido, su máxima aspiración es que todo acabe cuanto antes y las escenas de la guerra despiadada desaparezcan de la mente de los votantes. Por eso la presión para lograr acuerdos de intercambios de rehenes y altos el fuego, como el que puede producirse hoy o mañana (hay algo de confusión al respecto) son iniciativas en las que la diplomacia de Washington está trabajando sin descanso, para tratar de reconducir las cosas. Es poco probable que pueda lograrlo dada la determinación de Israel y la presión de los grupos extremistas en su gobierno, el trauma social causado por el ataque y, obviamente, el deseo intrínseco de Hamas y el resto de yihadistas de acabar con la nación hebrea.
En paralelo a todo esto, se han multiplicado los actos de antisemitismo en naciones de todo el mundo, con ataques y señalamientos a personas, bienes e intereses relacionados con lo israelí. Los sujetos que cometen estos actos, como los payasos que se manifiestan con banderas españolas a las que recortan el escudo, estaban entre nosotros, pero ha sido la guerra de Gaza la que les ha permitido aparecer y actuar con impunidad. Ver calles europeas en las que una estrella de David se pinta sobre el portal en el que vive un judío estremece, recuerda a hechos sucedidos hace muchas décadas, preludio de atrocidades infinitas que son irreparables. Denunciar la situación de los palestinos es legítimo, llevar a cabo actos antisemitas no. Nuevamente, la separación entre lo que sí es protesta y lo que no debe ser clara y rotunda.
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